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miércoles, 14 de noviembre de 2012

TODOS LOS TERRORES DEL MUNDO

 EPISODIO 1. ABRAM

En un agujero creado por el hombre. Un agujero de barro y suelo de heces donde el hombre oculta al hombre. Empujado, arrastrado hasta el fondo en contra de su voluntad yacía moribundo Abram, hijo de Jacob. Su delito, vender a un seglar leche en mal estado. Leche de sus propias ovejas. Antes de aquel día también su mujer se encargaba de ordeñarlas, pero ahora que en su vientre llevaba a su hija, Abram no permitía que se acercara a esos animales que podían portar enfermedades.

Una mañana, aun cuando el sol no asomaba por encima de montañas encrespadas, se desplazaron hasta el bait de Abram dos guardias del templo. Sin pronunciar acaso palabra, un guardia enlazó el cuello de Abram a una cuerda mugrosa por el uso y a rastras, ellos montaban caballos, le llevaron hasta la zona del ajusticiamiento. Allí les esperaba el seglar del Sanedrín. “Casi muero por vuestra leche”, fue el propio seglar, con sandalia de cuero, quien empujó al interior del foso al pobre Abram que aún pensaba que dormía en su lecho maldecido por una pesadilla.

Habían pasado dos días desde que la vida de Abram se convirtiera en un excremento más en el foso donde los saduceos vertían sus propias inmundicias. Se aferraba al recuerdo de aquellos días no tan lejanos, cuando vivía con su mujer, en la casa que él junto a sus hermanos habían excavado en la piedra. Como se enamoró de esa piel oscura y esa mirada profunda de noche cerrada que le regalaba su mujer cada mañana al despertar. Ya no conocería a su hija. Su mujer, una noche en que abrazados miraban hacía un cielo iluminado, le dijo muy convincente que iba a traer a este mundo a su niña, y él confiando en su palabra ya no dudaba que iba a ser padre de una hija, Diamant Bat Abram, así se haría llamar y respetar, Diamant hija de Abram.

En lo alto del foso, en la orilla que separaba su cordura de la locura, pudo distinguir el perfil de una mujer oculto su rostro por un velo. Portaba una jofaina de madera llena por las heces que cada día tiraban sobre él. “Quítate el velo mujer, que vea bien quién es la que tira mierda sobre su cuerpo”, escuchó Abram.

La mujer de Abram temblaba, con su rostro descubierto pero a la vez oculto por un fino manto de lágrimas, portando sobre sus manos los desperdicios que la obligaban a lanzar sobre el único hombre al que había amado. Sintió una punzada en la espalda, la lanza que la obligaba, los ojos de su marido desde el interior del agujero le pedían que hiciera aquello que la obligaban, “por favor” la imploraba, “haz que acabe esta tortura cuanto antes”. En el vientre de la mujer la aún no nacida comenzó a llorar, lloraba y se revolvía en las entrañas de su madre, empezaba a capturar todo el dolor del mundo, y de este modo su madre empezó a sentirse mejor, la niña, que en otro tiempo sería conocida como víscera, ya comenzaba apresar el dolor del mundo. Su padre Abram, que estaba siendo bañado por las heces de los saduceos, pudo ver los movimientos de la niña que estaba siendo engendrada, pudo sentir que junto a las excreciones vertidas por su propia esposa algo frío y rígido chocaba contra su cabeza, pudo palpar con su mano que su mujer le había podido lanzar una piedra tallada con un filo de cerámica.

Esa noche se pudieron oír los gritos desgarrados de la mujer de Abram. La hija de Abram quería nacer aun adelantándose tres meses a la fecha asignada a su nacimiento. Aquella noche en la que Abram, en su foso, sostenía con ambas manos la daga que terminaría con su tormento, su hija quería nacer. La niña que veinticuatro siglos después sería la que habría de enfrentarse a todos los terrores del mundo.

@el_rasurador

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