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viernes, 16 de noviembre de 2012

Jubilación Presidencial



Las noticias corren como la pólvora en los pueblos, y más gracias a las redes sociales. En menos de media hora todo el mundo sabía que los doscientos habitantes de Henderville eran los afortunados ganadores del gran premio.


Y no es que entre todos hubiesen comprado papeletas para un sorteo o se inscribiesen en un concurso. No, todo pueblo de los Nuevos Estados Sindicados participaba, sólo por serlo, en la Lotería Jubilea.


Se preguntarán en qué consiste semejante premio y por qué corresponde a una localidad entera. Pues bien, es muy sencillo. Hace dos meses juró el cargo de Presidente Emperador el Liberialista Jubilar Marcus Stein y, cumpliendo con sus promesas electorales (cosa que ya nadie esperaba, porque ya se sabe cómo es la política) encargó el diseño de un complejo programa informático que, de forma totalmente aleatoria, proclamase el nombre de la villa ganadora de toda una vida sin trabajar.


Si, han oído bien, esa es la gracia de la historia, se sortea una Jubilación perpetua a todos los residentes en la localidad tengan la edad que tengan, lo que no sólo implica dejar de trabajar sino también recibir una pensión vitalicia bastante jugosa.


Ya saben entonces por qué los Hendervillenses estaban que no cabían en sí de gozo. Al igual que el Presidente Stein que veía cómo sus simpatizantes crecían como la espuma, y la prensa (por primera vez en la Historia) no conseguía ponerle ninguna pega ni sacar a relucir trapos sucios (cosa que, por supuesto les traía de cabeza porque ¿de qué iban a vivir los reporteros del papel couché?). Y no será porque no lo intentaron, más de una trampa habían preparado para pillarle infraganti, pero no habían conseguido nada. Incluso habían contratado los servicios de una sensual y perfecta prostituta robot, mas sólo consiguieron fortalecer su imagen de seriedad.


En estos momentos el Presidente y su Primer Ministro se hayan en el despacho octogonal debatiendo, probablemente asuntos importantes de Gobierno. Cualquier medio de comunicación se tiraría de los pelos por conocer lo que se cuece, aunque a estas alturas todo el mundo confía ciegamente en que se está velando por sus intereses. (Al fin y al cabo cuentan con un Presidente intachable ¿Qué hay que temer?)


***


-Felicidades Marcus, no creí que llegaría a ver esto, tu y yo sentados en este despacho tomando una copa; siempre he sabido que llegarías lejos, pero nunca me imaginé que tanto. -Dijo el Primer Ministro Alexander Banes mientras se servía un vaso de un líquido verde que al decantarlo generaba una espuma azulada. -Y esta cerveza espacial es deliciosa, ahora entiendo por qué es tan cara.


-Bueno, supongo que ahora nos lo podemos permitir. Nadie nos va a tachar de derrochones, al fin y al cabo estamos celebrando el buen funcionamiento de la lotería y la dicha del pueblo agraciado. ¿Quién no querría una jubilación sin tener que haber trabajado para ganársela?


-Pues supongo que aquellos que supiesen la verdad, amigo. Has de reconocer que ha sido una jugada arriesgada y si la opinión pública se entera pondrán tu cabeza en una pica eléctrica y la colgarán en la plaza del pueblo.


-¿La verdad dices? Dudo mucho que puedan o quieran verla, el pueblo está contento y no son capaces de ver más allá, ¿cómo crees que podrían descubrir el plan?


-Tienes razón, pero en el fondo me gustaría ver sus caras si descubriesen que eso de la jubilación no es más que una tapadera para encubrir que no hay trabajo para tanta gente.


-No es más que sintáxis, no hay mucha diferencia en este caso, ellos están felices cobrando por estar parados sin saber que lo están. ¿Despidos? Nunca más, ¿Paro? Ni en sueños. ¿Que cierra la fábrica del pueblo porque no consigue mantener los beneficios suficientes para mantenerse abierta? Pues se amaña el sorteo, y punto.


-Total,me estoy muriendo y ni siquiera sé si podré terminar mi mandato así que el próximo Presidente será el que se encargue de arreglar este lío, mientras tanto, tu y yo nos daremos una vida de lujos y caprichos. El ser humano es un animal al que se le engatusa fácilmente.

Siempre y cuando...

PRÓLOGO.


El hombre rechoncho y de cara aceitunada liberó del arnés corporal verde fluorescente al Yorkshire Terrier, Satán. El perro revoloteó juguetón olisqueando cada recodo topográficamente. Luego giró varias veces sobre su eje hasta que finalmente encorvó su cuerpo como un acordeón ruso; tembló agotado por el gesto de geometría imposible. Evacuó su carga y recuperó la horizontal.

El hombre seguía con la perfilada barbilla las urgencias del animal mientras sacaba un cigarrillo del bolsillo de su camisa. Golpeó la boquilla contra la palma de su mano, recomponiendo la forma cilíndrica originaria. Inmediatamente después, rebuscó con nerviosismo de colegial el encendedor. Lo sacó y chasqueó la piedra. El milagro tardó en hacer acto de presencia y el cigarro prendió.

El hombre rechoncho chupó repetidas veces hasta que sus pulmones quedaron completamente extasiados por la nicotina. Exhaló el humo en ráfagas azuladas entrecortadas por la tos, al tiempo que añoraba épocas mejores en las que el cáncer no existía; ni como patología, ni como palabra.

Repitió la operación, esta vez en caladas más cortas y calculadas, estirando en la medida de lo posible la ingesta. Sintió entonces el calor del final de su recreo en la boca. Aligeró el ritmo de la chupada en un vano intento de avivar la llama, pero fue inútil. Desistió y liberó de entre sus labios los despojos de celulosa parcialmente chamuscada, arrojándolos al suelo y pisándolos con fuerza.





El hombre rechoncho y con cara aceitunada dio por concluido el programático paseo dominical.



-Satán, ven aquí, Satán.



Gritó mientras oteaba de soslayo a un lado y otro con la esperanza de que ningún oído humano hubiese asistido a su particular reclamo satánico. El perro alzó levemente la cabeza y emitió un ladrido apagado. Desapareció entre grandes brotes de maleza y mala hierba.



-Ven aquí, mierda con flequillo. No me obligues a buscarte...



El ladrido tornó más violento. El hombre maldijo tras un rictus desafiante mientras focalizaba al animal. Avanzó con rapidez sintiendo la dureza del terreno en las desgastadas zapatillas de fieltro.

La figura del perro se hizo completamente visible. El hombre rechoncho y con cara aceitunada ralentizó el paso dibujando en su rostro una mueca de extrañeza perpetua. Fuera lo que fuese, apestaba.

La criatura, que le miró vagamente, mordisqueaba y tiraba con súbita fuerza de algo que, a primera vista, poseía cierta textura carnal.

El hombre rechoncho y con cara aceitunada se acercó y compuso los límites del lugar. Sacó un pañuelo del bolsillo de su pantalón y se lo puso a modo de improvisada mascarilla. Luego, trató de encajar su cuerpo entre la maleza. Olor a muerte, sin duda: un olor acre que penetraba por el entrelazado hilo del pañuelo y quedaba alojado en la garganta, como un licor de garrafa.



El perro mordisqueaba, gruñía y ladraba a ratos.

El hombre rechoncho y con cara aceitunada trató de apartarlo.

El olor lo impregnaba todo con saña.

El jodido perro ladraba y ladraba reclamando el hallazgo.

El trozo cadavérico se cubría de una segunda piel de moscas haciéndolo apenas perceptible.

Las moscas emprendieron vuelo en oscura espiral.

La textura tomó certeza de absoluto.



El trozo parcial de una mano asomaba desenterrado. La sangre cuajada pintaba un único dedo anillado hinchado, roto.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Nada es igual (capitulo 2)



Anais abre los ojos y se despereza, mira a su alrededor, que oscuro está todo,¿cuanto habré dormido?

No lo sabe, pero se siente descansada y una sensación de comodidad y tranquilidad recorre su cuerpo, no sabe porque sentirse cómoda y tranquila le era tan extraño, suponía que por el tiempo que llevaba sin experimentar esas sensaciones., pero le encantaba poder sentirlas de nuevo.


+Buenos días dormilona. Anais se incorpora y ve a un sonriente Carlos, -buenos días ¿cuánto he dormido? +Lo suficiente para descansar, estabas agotada, ¿tienes hambre?


Carlos le acerco una lata de atún un poco oxidada y golpeada, pero en esas circunstancia no iba a encontrar nada mejor. -¡Gracias! Comió con verdadera ansia, estaba hambrienta.


+Hola, ¿por fin despierta? Anais se dio la vuelta y allí vio a Sofía,estaba de pie y mirándola, con esa mirada inocente de niña, Anais le sonríe, -Si, parece que he dormido mucho. +Sip, ¿has dormido bien? - Muy bien, lo cierto es que hace mucho que no dormía así de bien. +¿Enserio?, ¿Por qué? Pregunto Carlos. -Yo dormía en una cama y estaba muy cómoda pero nunca me sentí...segura, estuve sola todo este tiempo y apenas podía dormir, pensaba que si cogía sueño profundo no me enteraría si uno de esos entraba en lo que yo llame casa desde que todo esto empezó.


+Pero, ¿tu estabas sola? Quiero decir, ¿no había nadie contigo cuando todo esto empezó? Anais agacha la mirada, no quiero recordarlo, para ella es demasiado doloroso.

+Vamos Sofía déjala que se acaba de levantar, ya tendremos tiempo de que nos cuente su historia.

+Lo siento, ¿porque no te contamos la nuestra? Dijo Sofía con una sonrisa algo melancólica, que poco a poco se desvanecía. -oh si estupendo Sofi, le contaremos nuestra historia; como es taaan bonita, dijo de pronto José alargando las sílabas de y una forma sarcástica.

No se había percatado de su presencia, pero aquel muchacho no le gustaba, parecía siempre enfadado y nunca le hablaba, Anais no sabía que pensar de él.

+Vamos Sofía, cuéntame vuestra historia, y luego os cuento la mía ¿vale?. Se dio cuenta de que la niña estaba ansiosa por contar su historia, no lo entendía, seguramente sería una historia triste y violenta pero aquella niña se moría de ganas por contarla.

-¡Vale! Dijo Sofía mientras le sacaba la lengua a José de forma burlona.


Verás, José es mi hermano mayor, y cuando todo esto empezó nosotros no sabíamos nada, nuestros padres no querían poner la tele, nos prohibían salir a la calle con alguna excusa tonta, ni siquiera querían que fuéramos al colegio.

Un día, José y yo volvíamos a casa después del cole, y vimos a una mujer gritando y sangrando, yo me asuste mucho, pero José me dijo que seguramente se habría caído y se habría echo daño, que alguien la ayudaría que no me preocupase. Seguimos nuestro camino y vimos a un hombre tirado en la calle lleno de sangre, no se movía. José y yo al verlo decidimos salir corriendo, nos asustamos muchísimo,¿que hacía un hombre tirado, sangrando y sin policías, ni ambulancias? Entonces aquel hombre se levanto y empezó a perseguirnos, parecía un loco ¿sabes a lo que me refiero?, ¡claro que lo sabes! Dijo Sofía casi como en un suspiro.

Llegamos a casa, llorábamos y gritábamos, pero en casa no había nadie. Era extraño

mamá siempre nos recibía y nos preguntaba que tal nos había ido el día, nos recorrimos toda la casa pero estaba vacía, esperamos a que mamá o papá volvieran de donde sea que estuvieran, pero nunca regresaron.

Sofía que hasta ese momento le brillaban los ojos de emoción, agacho la cabeza, una pequeña lagrima recorrió su rostro. -Nosotros no sabíamos que había pasado, los teléfonos no funcionaban, ni la tele, no había ni luz. Y entonces poco a poco aparecieron muchas personas en la calle igual que el que nos persiguió a José y a mi. La comida se agotaba y teníamos miedo. Un día escuchamos que habían entrado en casa, no sabíamos quien podría ser y pensamos que sería mamá o papá que venía a por nosotros y a explicarnos que estaba pasando, y entonces vi a alguien agachado y mirando por nuestra ventana, era ¡Carlos! En ese momento la niña levanto la cabeza, sonrió y sus ojos se volvieron a llenar de brillo. -Lo estaban persiguiendo y vio que podría entrar a esconderse en nuestra casa, el nos ayudó a salir de nuestra casa en la cuál ya no quedaba nada, y nos ha estado protegiendo desde entonces. Es como un papá para nosotros ¿verdad José? +bag, tampoco te pases mocosa, dijo José que parecía molesto por el comentario que acababa de soltar su hermana.

+Sofía no exageres, no soy vuestro papá. Contestó Carlos, que se dio cuenta de la reacción de José a esas palabras.


Estaban pasando un día agradable, aunque a fuera se escuchaba esa maldita realidad, esas “cosas” gritaban, se quejaban y a veces golpeaban las ventanas o puertas y Sofía y Anais se ponían las manos en la boca para no gritar, parecía que sabían que estaban allí.


+¿Nos cuentas ahora tu historia? Pregunto Sofía, Anais resoplo, no quería por nada en el mundo tener que contar su historia, era demasiado dura, agacho la cabeza, no quería y no podía entender como Sofía contaba su historia como si fuera una película que vio en el cine el día del estreno, suponía que era la ventaja de tener aun esa inocencia de los 10 años. -Venga Sofía déjala, la contará cuando se sienta capaz. Dijo Carlos tan atento como siempre.

Anais sonrió, y se dispuso a empezar con su historia aunque solo fuera una parte de toda ella; pero en ese momento algo sucedía, esas “cosas” de fuera parecían más nerviosas que antes, gritaba más y más alto.


Carlos cogió rápidamente una escopeta y fue a mirar por una de las ventanas que estaban siempre cerradas para que no los vieran. Anais se le acercó, +¿qué sucede? -No lo sé, pero no me gusta, no veo nada que explique que estén mas nervioso, solo se me ocurre que nos hayan oído y sepan que estamos aquí y que somos un almuerzo seguro. Esas palabras cayeron como una tonelada encima de Anais, sentía como el estomago se le hizo un nudo, no podía ser verdad, por fin se sentía segura y esas “cosas” de ahí fuera parecían dispuestos a quitárselo todo una vez más. +¿Cómo nos escucharon?, -ni idea pero es lo único que se me ocurre dile a José y a Sofía que cojan provisiones y guarden las cosas en maletas. ¡Nos vamos!
@Anamitq

LA VIDA; PRÓLOGO



Nadie recuerda cómo nació pero sin embargo celebra el día de su nacimiento como si lo hiciera. Gracias a los recuerdos de otras personas que también estuvieron y que sí tienen memoria de ello, se puede llegar a conocer cómo fue aquel acontecimiento y el recuerdo de aquellas palabras que cuentan su historia acaban formando parte de los recuerdos que conforman su vida. Así es como a través del recuerdo de alguien puedes llegar a recordar momentos que de otra forma hubiera sido imposible.

Inspirado por aquello que me devolvió la vida que nunca tuve escribo estas palabras con la esperanza de que puedan haceros el mismo favor que me hicieron a mí.

Ésta, señores y señoras, es mi historia.

@PattiSD 

El sonido de la guerra



Ya nadie puede oírme. Es una pena. Habría sido útil para la sociedad. Ya ni gritar sirve de nada.

Quería viajar, conocer mundo. Treinta años he llegado a tener, y no he salido de España nunca. Me tendría que haber ido con mi madre a Francia cuando tuve la oportunidad, pero decidido a encontrar trabajo me quedé. De todas maneras la guerra desolaba todos los países, así que daba lo mismo donde se encontrase uno.

No habían pasado ni cinco días desde que se fue mi madre cuando comenzó el bombardeo. Yo estaba en el mercado comprando la comida de esa semana, y ya de paso preguntando si en alguno de esos establecimientos podrían precisar de mis servicios cuando empezó. Lo primero fue un rumor en el aire. Un pequeño ruido que, al estar tan acostumbrado al sonido de la guerra ni le di importancia. El sonido procedía de los aviones sobrevolando la ciudad, pero fue lo que vino después lo que me asustó. Aquel silbido de las bombas cayendo y destrozando todo a su paso.

El fuego comenzó a extenderse y el humo a elevarse sin permitir la visibilidad.

En uno de los pequeños resquicios del cielo, en los que aún no había humo, pude distinguir un avión alemán.



En ese momento no pensé en mi padre sino en buscar un refugio, y fue una mujer del mercado la que me gritó para que corriese hacia él. Pero entonces titubeé, pues no sabía si ir en busca de mi padre o correr a salvar mi vida. Mi padre era todo lo que tenía ahí, pero si yo moría no tendría nada. Así que corrí a salvarme.

Ya resguardados podíamos escuchar la gente gritando, las bombas cayendo, y cada vez que lo hacían el suelo retumbaba y de entre las tablas caía un poco de arena.

La luz consistía en unos pequeños farolillos que recorrían el pequeño refugio.

Allí estábamos pegados los unos a los otros, no había espacio para moverse, y una sensación de agobio reinaba (aunque ahora mismo no me puedo quejar del espacio que allí tenía). Y así pasamos tres intensas horas. Tres horas de constantes bombardeos a la ciudad. Mientras que de vez en cuando se oía el ruido de un arma siendo disparada con violencia. ¿Pero que arma no contiene de eso? Y de pronto, se hizo el silencio.



Cuando salimos de allí estaba todo destruido. El fuego reinaba en la ciudad y no quedaba casa en pie o a merced de llamas.

En vano fui corriendo a casa, pues ya desde lejos empezaba a intuir un amasijo de cimientos en pleno proceso de carbonización. Cuando llegaron los bomberos ya era tarde, el pueblo conocido por el nombre de Guernica había pasado a mejor vida.

Lo que quedó de día lo pasamos ayudando a la limpieza y la extinción de los fuegos, este último el más importante de todos, ya que los bomberos tardaron mucho en llegar desde que se dio la voz de alarma.

Al principio por los daños causados se estimaron más de 1.600 muertos. Ya no me preocupaba buscar trabajo, ni encontrar a mi padre, pues sabía que lo único que encontraría serían sus restos carbonizados, si no servir de ayuda en esta tragedia. Ese fue el error. Tendría que haberme ido a Francia cuando tuve la oportunidad. Ya era tarde. Quería conocer mundo… ¿Lo he dicho ya? Da igual. Nadie me escucha. Están todos muertos. Enterrados conmigo. No se cuántos hay, pero seguro que muchos. Ya de nada sirve gritar.

De tanto trabajar me llene la cara de carbón y suciedad.



(De nada sirve gritar).



¿Porque tuve que desmayarme justo cuando entraba en esa casa medio derruida? No recuerdo que se hubiese caído. No recuerdo haber quedado atrapado

Ya de nada sirve gritar.

Mi boca está llena de tierra. Apenas puedo moverme. Siento una gran presión en el pecho. Noto la tierra recorrer mi garganta. Puedo sentir prendas con mis manos. Noto el sabor de la tierra. ¿Solo existe eso? Creo haber tocado una oreja. La nariz se me está taponando. La arena se mete por donde puede. Si busco bien puedo sentir carne. Pero siempre noto la tierra.

Cada vez que gritaba la boca se llenaba. En cada respiración lo único que obtenían mis pulmones era arena. Cada toma de aire es un sufrimiento. Mis ojos siguen abiertos y noto un dolor punzante en ellos.

Ya de nada sirve gritar.

De vez en cuando puedo escuchar un avión pasando por encima. Mi padre. ¿Donde estará mi padre? ¿Y mi madre? Se fue a Francia. ¿Porque me dejó aquí? Donde, por todas partes, se escucha el sonido de la guerra, y donde ya, de nada sirve gritar.

@David_Jabas

De vampiritos



Se levanta y sólo deja una rendija de la ventana abierta. En el alfeizar descansa el cenicero y ese último protector de sueños que siempre se fuma antes de acostarse (ahora, los medicantes los recetan restringidos y los paga el gobierno, para dejar de pensar) Lo mira. Se vuelve hacia la cama a esperarle. Justo cuando se está metiendo dentro dice:
“- Qué coño, si tienes que hacerlo, hazlo así, que no duela”
Vuelve a incorporarse y lo coje.. “- ¿Dónde coño están los mecheros cuando se los necesita?, son como las pelusas que sueltan las gomas de borrar, que desaparecen solas” Levanta la ceja obcecada, como sólo se puede obcecar un moribundo cuando se le mete escaparse en la cabeza…
Leonor se dedica a revolver todas las pertenencias esparcidas por su habitación: Las bragas de microfibra y las de ranas Gustavo, postales de “Desayuno con diamantes y lo que el Viento se llevó”, unos cascos con un smile dibujado (porque adora las reminiscencias de la otra esfera, las ochenteras) unas pinturas de los barbapapá, diccionarios de sinónimos y antónimos, la biblia Treki junto a “American Psycho”, DVD’s de Hentai, sus converse rojas viejas; los vaqueros en el suelo junto a la botella de minero agua, su colección de mafaldas, las guías de Nueva York y los otros sitios, los lejanos… Ey, qué es eso que hay al lado de las moleskines.. se acerca.

“- Aquí estás hijo de puta” el mechero no la contesta, pero porque aún no está lo suficientemente colocada, es sólo cuestión de tiempo. Lo enciende, mientras baraja que hacer para matar el tiempo en lo que llega él… ¿Tocarse? No, bah, eso es una cansancio, que hay que andar pensando en algo que te ponga a tono y luego para qué, ¿para volver aquí?; sus perezas.
Aunque esta noche lo mismo sí interesaría, porque esta noche quizás va a ser tomada por un nosferatu… La más chula del curro al día siguiente si aparece con dos agujeros en la yugular y una sonrisa de oreja a oreja, palida, no-muerta; aunque esas cosas no se pueden contar en la máquina autodispensadora de morfina y café a la hora del breakfast y el espidifén:

A: ¿Qué hicísteis ayer?
B: La Cena y ver memorias de África por quinta vez
C: Pues a mi me mordió un vampiro y luego me folló como si no hubiera mañana…
D: Ah, pues qué bien ¿no?
C: Sí, tengo el cuerpo lleno de cardenales y mordiscos, más bien… ¿Lo queréis ver?
A/B/D: ¡Claaaaaro!

Estas cosas no van así. No se pueden contar sin que haya muchas preguntas incómodas..
Vuelve a abrir del todo la ventana, el aire fresco de octubre, azota su cara y le despeja las ideas… Todo lo que se le pueden despejar a alguien, que cree en la posibilidad de un alto al fuego cercano y que ha invitado/solicitado a un vampiro a su casa a convertirla.
“- ¿Cómo lo harán los vampiros? El de crepúsculo parece que bien y además está muy bueno, pero no es real, era de una peli antigua. Este vampiro, será normalucho (en la instancia no dejaban elegir físico)
A lo lejos ve una luz, se le acelera el corazón cuando cree que pueda ser él, aunque luego ahoga un grito, cuando comprueba que es un caza norteamericano “- Estos mierdas andan en todas partes” *masculla*. Las bombas descargadas se oyen a lo lejos, matando casi seguro a civiles, también llamados: daños colaterales.
Ser vampiro es un escapar de la guerra, del dolor, de la lobotomía... Los vampiros son seres sin miedo.. “Salvo a las estacas de madera que se clavan con un mazo” (Más películas)
Se tumba a esperar mientras mira el techo de su habitación.

Justo cierra los ojos cuando estallan los cristales.
“- Tengo que aprender a llegar con más clase” Dice Luzbel al erguirse.


Cristina Solano
Noviembre 2012
@ropadeletras

La reina oscura. Primera parte II



Los días pasaban. El reino de Gahbla prosperaba gracias al comercio y a la frágil paz forzada mediante acuerdos y amenazas, lo que suponía que no había grandes problemas. No hubo epidemias, ni hambrunas. El rey había firmado un pacto con los reinos vecinos para evitar las tan temidas guerras que asolaron el continente no muchos años atrás. Por eso no cambió el estilo de vida que llevaban los habitantes de la torre norte del castillo de Lebhar.

Pero para Olrún todo comenzó a cambiar sin que ella pudiera sospechar a donde la llevaría todo. Ocurrió un frío día de invierno, era día de mercado, y estaba haciendo los recados que le había encargado Sigrún. La vieja ama ya se agotaba cuando iba a aquel bullicioso centro de la ciudad, y a no ser que tuviera que comprar algo específico, solía mandar a la pequeña, a la que cada día le iba dando más responsabilidades en la Torre, ya que algún día sería ella quien tuviera que cuidar del mago.

Olrún paseaba tranquilamente entre una un sin fin de tenderetes multicolor. La niña caminaba mirando con curiosidad la gran cantidad de objetos que vendían. Los había de todo tipo. El mercado de Lebhar era el más grande del continente y allí vendían todo tipo de comida, desde las más típicas verduras, hasta las más exóticas traídas de los rincones más insospechados. Había comerciantes de telas y especias, muebles y todo aquello que te pudieras imaginar. Si buscabas algo, por extraño que fuera, allí lo podrías encontrar.

Cuando Olrún se dio cuenta, se le había hecho tarde, así llenó la cesta con lo que le habían ordenado y se encamino por uno de los pasajes laterales, con la esperanza de poder salir pronto de aquel laberinto abarrotado. Le costaba moverse entre la gran multitud de personas que se agolpaban en Lebhar cada primero de mes, ya que era cuando llegaban las mercancías nuevas. Entre el peso de la cesta y los empujones que recibía, la pobre niña iba a trompicones.

De pronto un hombre enorme, que parecía más una morsa que una persona, le dio tal empujón que fue a dar a un callejón oscuro que había junto al mercado, justo detrás de una de las tabernas más populares de la ciudad. Sigrún siempre le decía que se alejara de los callejones, porque allí es donde se escondían los ladrones para atrapar a sus incautas victimas. Sólo podía ver las sombras que se proyectaban desde el mercado. Olía bastante mal, y entonces Cuando Olrún se dio cuenta de donde estaba se intentó dar prisa en recoger la compra, que se le había caído con el empujón, ya que no le apetecía encontrarse con ningún borracho. Quería llegar a tiempo para la lección de historia de Gayus, y tampoco tenía ganas de escuchar una reprimenda de Sigrún.

Cualquier niña de ocho años se hubiese asustado, pero Olrún nunca tuvo miedo de las sombras, de hecho, no le tenía miedo a casi nada. De pronto escucho que algo se movía dentro de la callejuela.

- ¡Dame todo el oro que tengas, niña!

De entre unos montones de basura y cajas surgió un chico. Estaba delgado, demasiado, pensó Olrún. Estaba muy sucio y despeinado. La niña no lograba verlo bien, porque estaba medio oculto en la oscuridad del callejón, tal vez para que su posible víctima no pudiera reconocerlo si lo llegaban a coger.

- ¿O qué?- Contestó la niña con tono desafiante. Sabía bien como defenderse.

- O te mataré.

- No lo creo. Para eso tendrás que venir hasta aquí.- El tono de Olrún era más de burla que de desafío, pero fue suficiente como para herir el orgullo del chico. Olrún solía burlarse de los desconocidos, y más aún de un simple niño. No iba a tolerar que nadie le intimidara, y a tenía bastante con Ilmassa. El chico sacó de su espalda un puñal. Era largo y afilado, y muy hermoso. La empuñadura era negra, pero brillante, con algunos símbolos básicos. Era un athame de aprendiz.

- ¿De dónde has sacado ese athame? Es muy bonito.- Olrún lo miraba con curiosidad, dando un paso hacía delante.

- No se de que me hablas, pero es la última vez que te lo repito: ¡DAME EL DIENRO QUE TENGAS!

El chico también dio un pasó hacia delante con un aire amenazante, de modo que quedaron a un metro escaso el uno del otro. Olrún se percató de que iba en serio, el muchacho estaba dispuesto a hacerle daño si no le daba el oro. La compasión se apoderó de la niña, porque pensaba que debía tener mucha hambre y haber pasado muchas penurias para llegar a atacar de esa manera a la gente.

De pronto, las sombras que había tras el muchacho empezaron a moverse. Parecían cobrar vida, se retorcían una y otra vez. Olrún abrió los ojos como platos. No quería hacer daño a aquel chico, pero también sabía que si intentaba dañarla, no podría protegerle. Probablemente solo quería dinero para poder comer. La sombra empezó a tomar forma.

- ¡¿A que esperas?!- Dijo el chico agarrándole del brazo.

De pronto la sombra tomo forma. Una mano oscura se cernía sobre él, dispuesta a acabar con el atacante de la niña sin ninguna misericordia.

De pronto todo ocurrió en un instante

-¡NO! ¡Detente!

La sombra se esfumo en un segundo, justo cuando el chico se dio la vuelta, al ver que no lo miraba a él. Pero no vio nada. Se volvió y miró la miro mientras se alejaba lentamente. Había algo raro en ella, aunque no pudiera decir a ciencia cierta de que se trataba.

-¿Qué ha sido eso? ¿Qué has hecho?- el niño empezó a sospechar que esa niña no era normal, que escondía algo.

- Yo no he hecho nada.- Olrún bajo la mirada- Pero no pienso darte el dinero. Si lo hiciera Gayus me daría una paliza que jamás podría olvidar.

-¿Gayus? ¿Sirves al mago de la corte?

A pesar de estar delgado parecía fuerte. Su pelo era negro y estaba muy enmarañado. Su cara pálida estaba tensa, y sus ojos negros eran profundos como pozos en los que tal vez te perdieras y jamás encontrarías la salida. Entonces Olrún se dio cuenta.

- Eres un mago.- No fue una pregunta, estaba segura de que lo era. El chico pareció asustarse, pero eso no le importó a la niña, que seguía hablando en tono afable, mientras terminaba de recoger la comida- Me llamo Olrún y sirvo a Gayus. Vivo en la Torre Norte. ¿Cómo te llamas? ¿Qué haces en Lebhar?

El chico tardó en responder, no sabía si confiar en ella o no. Pero no podía perder la oportunidad que se le presentaba. Podría tener acceso a Gayus.

- Balkar.- contestó el chico, aún desconfiando de la niña- ¿Cómo sabes que tengo poderes?

- No lo se.- Mintió.- Supongo que he aprendido a distinguirlos viviendo con Gayus. Muchos vienen a visitarlo de sitios lejanos. No eres de por aquí, ¿verdad?

El chico la miró con desconfianza. Sólo los muy experimentados podían llegar a hacerlo. Y esa cría no parecía ser poderosa ni parecía que fuese una hechicera disfrazada.

- Vengo de Gotland. He venido a aprender más a Lebhar. Todo el mundo habla que aquí están las mejores academias. En el Este, Gayus es muy… conocido, aunque hace años que no visita los otros reinos.

Balkar se sintió mal al mentirle a la niña. No sabía muy bien porque, pero en sus ojos había algo, aunque no sabía muy bien que era. Esos ojos verdes que parecían capaces de volar a través de su mente y ver todo lo que había en ella.

- ¿De que reino vienes? No soy muy buena en geografía.

- De Midgard.

- ¿Allí es donde habita el Caballero Oscuro? Dicen que es allí donde viven todos los magos y elfos que le sirven. ¿Eso es verdad?

- Bueno...No se de que me hablas.

La conversación se le iba, y necesitaba a esa cría para conseguir llegar hasta Gayus. No quería que le relacionara con la magia negra.

- ¿Cuantos años tienes?- Olrún cambió de tema, al darse cuenta de que incomodaba a su nuevo amigo, ya que era posible que hubiese huido de su país para poder aprender magia.

De todos era sabido que en Midgar solo aprendían magia aquellos que juraran obediencia a Dunkel, el Caballero Oscuro, y a Olrún no se le daba muy bien eso de hacer amigos. No quería perder esta oportunidad.

- ¿Y a ti que te importa? Sólo quiero ir a ver a Gayus. ¿Puedes ayudarme?

- ¿Ir a ver a Gayus?-Preguntó Olrún con sorna-Jajajajajaja.

- ¿De qué te ríes?

- No, de nada. Lo siento. Gayus no te va a ver, nunca. De hecho creo que si lo intentarás te tiraría torre abajo. No acepta a más discípulos, con Kishar e Ilma tiene más que suficiente. Para eso está la Academia Eolas o la Academia Drwy. No puedo ayudarte.

- ¡¡¡Pero yo necesito ir a la torre de Gayus!!!

- ¿Por qué? ¿Qué quieres de Gayus? No es muy amable con los desconocidos, créeme. Y a no ser que seas rico o un noble, no creo que te haga mucho caso.

- Yo...- a Balkar se le acababan las ideas. Tenía lo que buscaba al alcance de la mano, y se le escapaba. Tenía que convencer a la niña de que volviera.

- Toma.

Olrún le ofrecía una manzana, y en su cara se dibujo una sonrisa. Era una niña agradable, y parecía confiada, por lo que Balkar decido aprovecharse de eso.

- No necesito tu compasión, pero si me ayudas te compensaré...

La niña le tiró la manzana y salio corriendo mientras le prometía que volvería al día siguiente con más comida. Balkar se quedó plantado en medio del callejón con la manzana en la mano, pensando que no podía creer la suerte que tenía. Idearía un plan para engañar a la niña y conseguir lo que quería del mago.

@kris_Cb_21

Sábanas frías



Como frío témpano descansas a mi lado,

simulando una tranquilidad absurda mientras reposas junto a mí.

Un cansancio ficticio que aparta nuestros besos,

quedando reservados para quizás… mañana.



Cristales rotos disfrazados como sábanas frías,

arañando nuestros deseos y sangrando nuestra pasión.

Puñales que me atraviesan la piel, con el simple roce involuntario

de tus manos en mi cintura.

Necesidad de borrar fulminantemente

esa imagen dolorosa de mi memoria,

de taparle la boca a esta rabia desmedida,

que atormenta mis entrañas

al desenmascarar cada día, cada una de tus mentiras.



Esas promesas coleccionadas con el paso de los años,

como huellas en la tierra, con la lluvia se han borrado,

robándome cada una de tus caricias,

el abrazo de tu risa y el calor de tu mirada.

Dejándome frente a un presente incierto,

ando a ciegas por el trazo marcado de la traición,

abandonar este amor disfrazado y compartido,

o aceptar esta amarga realidad.



María de los Ángeles Calduch Catrofe
@Frau_Calduch

LA CRIPTA DEL TERROR.



RESEÑA DE INSTINTO DE SUPERVIVIENTE

Bueno chicos. En esta ocasión, me permito la libertad de prescindir de uno de mis relatos para hacer una breve reseña que espero que os entusiasme tanto como uno de mis aterradores relatos.

Hoy os voy a recomendar Instinto de Superviviente de Darío Vilas. Una novela de la exitosa Línea Z de Dolmen editorial.

Algunos estaréis pensando que es otra novela zombie más. Pues estáis MUY pero que MUY equivocados pequeños.

Instinto de Superviviente es más que una novela zombie, (cierto es que estos putrefactos personajes supondrán un constante peligro para los protagonistas. Aunque estos seres, en ocasiones, no son tan horribles como algunos vivos) es una dura y cruda historia de supervivencia como nunca se ha visto en una novela.



“No hubo señales, no existían previsiones. El mundo no estaba preparado para hacer frente a una catástrofe como aquella. El caos se desató, arrasando con una civilización ignorante de lo que se avecinaba. Andrés sí lo vio venir, y por eso fue la única persona que pudo mantener con vida al pequeño Damián. Juntos tratarán de escapar de una ciudad tomada por legiones de muertos vivientes, en busca de otros supervivientes.



Sin embargo, hay una amenaza más aterradora que las hordas de zombis; un enemigo imbatible: el instinto humano.”



Esta es la sinopsis. A primera vista no nos cuenta nada que no hayamos visto hasta ahora (ciudad devastada por un ejército de cadáveres andantes y unos personajes que intentan sobrevivir a esta catástrofe) pero, a partir de las primeras páginas sabes que lo que estas leyendo no es lo usual en una novela Z.

Debo recalcar el detalle de que el autor es un verdadero profesional a la hora de crear personajes. Ya que su fuerte es profundizar en la psique de ellos, sacando a relucir lo peor (y en contadas ocasiones) lo mejor del ser humano (como ya se ha visto en los relatos ambientados en Simetría). Es por eso, que muchas veces debemos fiarnos menos de los vivos que de los muertos vivientes.

Esta novela tiene dos historias. Primero, el frenético relato de Andrés y el pequeño Damián (que no te dejará ni un momento de respiro) que intentan escapar de la ciudad sitiada por los No muertos. Y la segunda (y la más desgarradora) la de la madre del pequeño, Marga. Que se embarcara en su propia odisea.

La novela tiene pocos personajes. Pero es un verdadero acierto, ya que con ella Darío, lo que consigue es que te encariñes con ellos (cosa que recomiendo tratar de no hacer por razones que se descubrirán durante la lectura)

En esta novela pululan unos misteriosos seres que harán peligrar la vida de nuestros queridos protagonistas. Y que se llaman, misteriosamente “faros” y que personalmente, a un servidor, le encantaron. El escritor vigués promete aclararnos mas cosas sobre estas criaturas en su próxima novela (esperemos que así sea).

Así que tenemos zombies, personajes realmente interesantes, una buena historia y unas extrañas criaturas (los “faros”). ¿Qué más se le puede pedir a esta novela?

Esta, es la primera parte de una trilogía que continúa con la próxima Lantana, donde nace el instinto. Y culminará en una tercera parte que el autor promete, que será memorable.

Es algo corta (son 224 páginas que no podrás parar de leer), con un interesante prólogo de Javier Pellicer. Y con una estupenda ilustración del siempre genial Alejandro Colucci. Por lo que, fácilmente puede pasar a formar parte de vuestra biblioteca particular.

Sobre el autor diré que es un vigués y buen amigo de vuestro querido anfitrión. Y que, poco a poco, se está haciendo un gran hueco en el mundo de la literatura hispánica.

Antes de esta novela. Darío había escrito Piezas desequilibradas E imperfecta Simetría (dos antologías de relatos que espero poder reseñar más adelante) que le han servido para darse a conocer.

También ha sido ganador del Premio Nosferatu de 2010 gracias a su relato Orgullo de Padre. Y, es asesor editorial y de la web Cultura Hache. Vive por, y para la difusión del horror hispano.

No dudo en declarar, que este autor, es el mentor de este viejo cadáver. Un excelente escritor que espero que continúe con la labor que mejor se le da: aterrar.



En definitiva, Instinto de Superviviente es una excelente novela zombie (de lo mejor que he leído en lo que va de año) que os recomiendo encarecidamente.

Bueno chiquillos, os espero de nuevo en mi cripta. Donde espero que, en lo próxima ocasión, pueda tener la oportunidad de alimentar vuestros miedos con más relatos made in the Crypt.

Saludos.

@KillRubn

El vendimiador. Parte 1



Saludos cordiales tenga usted, mortal. Me encanta eso de llamarle mortal aún a sabiendas de que yo, como usted, también tengo fecha de caducidad, como los yogures. En el fondo los seres humanos somos unos enormes yogures andantes, con capacidad oratoria y todo esto. Hay yogures y yogures, claro está, pero salvo unos pocos que viven a otros niveles y son los que anuncia Coronado, todos estamos en la misma esfera. Pero bueno, creo que me he ido un poco del asunto. Quería decir que eso de mortal me encanta y que ya sé por un momento cómo se sienten Dios, Alá, Buda y todos esos seres inmortales que se dedican a jugar con nosotros desde arriba como si fuéramos clicks de Play Mobil. Me siento poderoso, me siento con fuerza, con garra… Me siento tan bien y altivo que si pudiera superar la barrera física del papel y me dignara a bajar de los cielos le estrecharía efusivamente la mano, mortal, lo que para usted sería todo un honor…

En fin, a continuación voy a relatarle un hecho impresionante que no merece pasar al olvido y que por lo tanto debe pasar a los anales (qué palabra más fea) de la Historia Universal del ser humano, junto con otros grandes acontecimientos (y a cada cual más importante) como la imprenta, la teoría de la relatividad, la caída del muro de Berlín o el ascenso a Primera División del Cádiz Club de Fútbol hace unos cuantos años ya. Lo suyo, estimado amigo, a la hora de comenzar un relato es iniciarlo por el principio, ya que hacerlo por el final, además de incongruente, resulta complicado. A menos, claro está, que seas un genio como el guionista de Memento y te salga un peliculón yendo de adelante hacia atrás y dando más vueltas temporales que David Bisbal bailando el Bulería, bulería. Como yo no soy un genio (no salí de una lámpara) voy a empezar por el principio, siguiendo una estructura más bien lineal y convencional.

Por todo esto y para la mejor comprensión de mi relato y de las circunstancias personales en las que me hallo, considero de buena educación a la par que lo correcto comenzar presentándome a mí y explicando brevemente algunos de los elementos acaecidos durante mi complicada vida. Me llamo Gumersindo Herrera, pero ustedes pueden llamarme como quieran. Bueno, no… Menos Mari Carmen, pueden llamarme como quieran. Sin ir más lejos, mis amigos me llaman Sindo, los niños del barrio me llaman Herre, los alegres yonkis del campo de fútbol que hay cerca de donde vivo (que tienen una filosofía de vida la mar de interesante: la droga mata, pero el deporte da vida, así que hago las dos cosas al mismo tiempo y compenso…) me llaman Gumer y las mujeres… Las mujeres directamente no me llaman, cosa que no comprendo, porque soy un David Beckham, un Adonis de rubios cabellos en potencia, un Narciso sin caerse al río… Hablando en plata, estoy tan bueno que no me toco ahora mismo porque de hacerlo se me correría todo el maquillaje, que uno además de guapo por naturaleza es un metrosexual de esos…

También si gustan vuestras mercedes pueden llamarme Món, Fantasmón… El hecho de que las mujeres no me llamen se debe a que soy un individuo bastante feo… Bueno, feo no… Sólo, difícil de ver. Es un simple matiz lingüístico, pero que queda mejor que feo. Mi madre cuando nací no sabía si quedarse conmigo o con la placenta. Con eso creo que está todo dicho.

Resido en una mansión situada en los extrarradios de la ciudad (que por si no les gusta el relato que en breve procederé a contarles no diré cuál es, para que no me busquen iracundos con el objetivo de partirme las piernas o cualquier otra parte de mi estructura ósea) con mi querido hermano Jorge. La casa es envidiable, de revista, sólo nos falta tener al Ambrosio con la bandeja de bombones para que parezca la mansión de la Preysler. Además del mayordomo, para que mi residencia se pareciera en algo a la de esta señora filipina necesitaría unos cuantos metros cuadrados más, un jardín y a ser posible no tener peleas de bandas callejeras noche sí y noche también, lo cual es comprensible porque no hay nada más problemático en esta vida que abandonar las rutinas y las costumbres adquiridas durante años y años. Es lo que tiene vivir en el extrarradio, que la gente es muy amable, muy simpática, pero tiende a solucionar sus problemas a base de pistoletazos o navajazos.

En verdad vivimos mi querido hermano y un servidor en un barrio marginal y en una vivienda de estas que se asemejan enormemente a las de protección oficial del Gobierno. No sé los metros cuadrados de los que disponemos para vivir un servidor, mi hermano, la colonia de cucarachas que se han adueñado del baño y los gatos callejeros que de noche se cuelan en mi habitación para retozar felizmente, pero vamos, son pocos metros cuadrados para todos los que vivimos ahí. A veces tenemos conflictos con las cucarachas, otras con los gatos, a veces con los dos… Otras veces nos vemos metidos en mitad de peleas de gatos y cucarachas, que luchan a muerte por un par de centímetros cuadrados de más y claro, uno se siente mal porque no sabe a favor de quién intervenir. Al final se les acaba pillando cariño.

Debo decirles que no siempre hemos vivido así. Hubo una época en la que éramos casi felices. Fue más o menos en la infancia, en esa etapa que los grandes estudiosos de la materia gustan llamar como “primera infancia”. Ahí fui feliz, verdaderamente feliz. Era un crío despierto, que suplía su fealdad natural con un desparpajo sorprendente para alguien que apenas se levantaba un palmo del suelo y que tenía un futuro brillantísimo por delante. Pero amigos, esta vida me ha demostrado que hay una máxima que se cumple siempre a rajatabla: lo bueno dura poco. Esta felicidad me duró seis años, justo cuando mi padre cometió un error de cálculo enorme.

Mi padre trabajaba como cirujano especializado en trasplantes de órganos y mi madre era una reputada abogada criminalista a imagen y semejanza de las actrices de series del palo de CSI o Bones pero con menos medios y en la vida real. Vivíamos sin problemas y nos gustaba ir a veranear a sitios de alto copete: Ibiza, Benidorm, Torrevieja… El año que ocurrió la hecatombe íbamos a irnos a un lugar misterioso, que apenas era conocido por la gente y por las altas esferas de la política nacional, que por buen nombre recibía (y creo que sigue recibiendo) Teruel. Después de una ardua discusión con mi señora madre, la cual no estaba muy por la labor de ir hacia tierras turolenses en el jet privado, mi padre se acercó a la estación de autobuses para comprar cuatro billetes.

Ir con el populacho, con la plebe, era algo que le irritaba enormemente. Un médico de prestigio como él con un jet privado a su completa disposición no tenía que ir a Teruel, el auténtico Triángulo de las Bermudas de España, en autobús, aguantando vomitonas ajenas y los vaivenes de los baches que surcan sin fin la red de carreteras del Estado. Cuando fue a pedir los billetes algo lo sorprendió enormemente y lo asustó: el individuo que despachaba

detrás de la ventanilla era más feo que el culo de un mandril, que el feo de los hermanos Calatrava y que un servidor (lo cual son palabras mayores de fealdad) Tras comprar los cuatro billetes que nos llevarían al paraíso aragonés, mi padre, muy creyente él, fue corriendo a la iglesia más cercana para confesarse y de paso, solicitar un exorcismo para el pobre trabajador de la estación, ya que algo tan feo no podía ser de este mundo y estaba bastante claro que era una obra de Satanás o del Bajísimo, que va siendo lo mismo.

Tras mucho caminar y presa del nerviosismo, acabó entrando en un convento, donde tras persignarse le preguntó a una monjita pequeña, regordeta y más arrugada que un garbanzo por el servicio de exorcismos de la hermandad monjil. La madre superiora, que con la pertinaz crisis económica que estaba asolando a la nación en aquellos momentos, tenía overbooking de existencias de dulces navideños y por temor a que se pusieran malos y no pudiera hacer negocio con ellos, trató de endilgarle a mi padre parte del excedente que tenían en el almacén guardado. Tras un diálogo de corte besuguiano en el que ambos hablaban de cosas totalmente diferentes (mi padre pidiendo a gritos un exorcista y describiendo la horrible cara del vendedor de la estación y la madre superiora a lo suyo, hablando de las bondades de los dulces que habían hecho con la ayuda de Dios y que si Dios había ayudado, tenían que estar buenos porque Dios era mejor cocinero-repostero que Ferrán Adriá y Eva Arguiñano juntos y además, añadió, que estaban tan ricos que de no haber mediado el Altísimo en su elaboración podrían considerarse de pecado) mi padre acabó comprando cerca de veinte cajas de dulces y fue entonces cuando la madre superiora accedió a acercarse al servicio de exorcismos del convento, que estaba en la planta superior del templo junto al servicio de atención al cliente.

Antes de subir las escaleras que llevaban al departamento de exorcismos, la madre superiora accionó un sistema de campanas que entretuvieron a mi padre con música de fondo durante la espera. Mi señor padre pudo disfrutar de grandes clásicos de la música de los años ochenta tocados por las campanas del convento como Sweet Dreams o Take on me. Precisamente cuando estaba totalmente extasiado rememorando ese temazo de Aha, apareció ella… Era una mujer impresionante, de estas de las que quitan el hipo, que en el argot actual podría catalogarse de buenérrima. Pelirroja, guapa de cara, pechos turgentes que se adivinaban por debajo del hábito monjil… Una delicia de mujer. Se llamaba Ekiñe y tras haber sido una estrella del bar de striptease Las zorrupias del romero se había dado cuenta de que era algo más que un pedazo de carne, de que tenía un lado espiritual tan importante como su despampanante físico y tras arrepentirse convenientemente de su pecaminosa vida pasada había ingresado en el convento. Como era la única que había sucumbido al pecado carnal en su vida pasada, la dejaron a cargo del servicio de exorcismos.

Le contó todo esto a mi padre mirándolo a los ojos, con un talante muy serio y al preguntarle sobre el motivo de su visita, mi progenitor apenas pudo emitir un gruñido ininteligible. Se había olvidado por completo del exorcismo y del engendro de la estación y sólo tenía ojos para Ekiñe. Finalmente la cosa se desmadró y acabaron liados. Mi padre al volver a casa se sintió culpable y le contó palabra por palabra (y tal cual se lo he reproducido a ustedes hace un instante) la historia a mi madre, que montó en cólera y se divorció de él en el acto.

Una vez separados, tomaron caminos diferentes. Mi padre sacó a Ekiñe, la monja exorcista, del convento y se fue a vivir con ella y mi madre tiró hacia los Estados Unidos para hacer uso de sus conocimientos criminalistas en algo más lucrativo que la investigación: los guiones de cine y televisión. ¿Y nosotros qué? Pensará el avispado lector… A nosotros nos acabaron dando por donde la espalda pierde su buen nombre, dicho más o menos con finuras para no escandalizar a nadie. Se olvidaron por completo de mi hermano Jorge y de mí y acabamos viviendo en la calle y en la mayor de las inmundicias. Debido a ello nunca pisé una escuela y acabé realizando trabajos extrañísimos, a saber: sexador de pollos, cobrador del frac, estilista e informador de la prensa rosa.

Actualmente vivo de realizar terribles apuestas culinarias con la gente (una vez me aposté con un individuo cerca de quinientos euros (que debo decir que no tenía y que de haber perdido la apuesta lo hubiera pasado muy malamente) para demostrarle que era capaz de comerme de una sentada tres docenas de huevos fritos) y de vender mi cuerpo hecho para el pecado durante las noches en cualquier esquina. Ni que decir tiene que no tengo éxito ni con mujeres (que son mi primer objetivo) ni con hombres (que estamos en tiempos de necesidad y uno no le hace ascos a nada, que en tiempos de guerra cualquier agujero es trinchera y doscientos billetes son los mismos viniendo de un hombre que de una mujer)

Vivimos pues, de lo que saco con las apuestas culinarias y del dinero que las protectoras de mi hermano Jorge le suministran para que se compre caprichos. Mi hermano, al contrario que yo, es un tío bastante guapo. Digo lo de bastante guapo para no resultar vulgar, porque en verdad el condenado es guapo que te cagas, vamos. El problema de mi hermano es que tiene síndrome de hidalgo español de tiempos pasados y no trabaja. Se dedica a fornicar con bellas y ricas mujeres de noche y a dormir de día en nuestra tremenda mansión. No saben ustedes cuánto lo envidio.

Cuando no duerme, mi querido hermano Jorge se dedica a ver la televisión que le regaló la cincuentona generosa con la que lleva cerca de tres años saliendo con simultaneidad a siete mujeres más de diferentes edades y misma condición social o a escribir relatos sobre gente fea para que no me desanime y siga adelante. Me quiere mucho.

Tanto me quiere que a sus muchos quehaceres extracurriculares, ha incluido también el de casamentero o alcahuete, lo cual no es tarea fácil teniendo en cuenta que tiene que encontrar una moza a la que no le importe mi aspecto físico. Reconozcámoslo: los feos sólo tienen éxito entre las mujeres si tienen una personalidad arrolladora o mucho dinero. Incluso, para tener una mínima posibilidad de estar con una fámula, deben darse las dos condiciones juntas. Y poseerlas además en grandes cantidades. No vale con tener algo de dinero, hay que tener dinero a raudales. Tampoco vale con una personalidad atrayente, tiene que ser cautivadora. Y por mucho que me pese, yo no tengo ni una cosa ni la otra.

Además, hay otra cosa que pesa más que todos mis defectos y, o, u carencias: ellas. Mi hermano elige mujeres que no me van para nada. Son muy guapas, con muchas curvas, están todas y cada una de ellas como un tren de mercancías que circula a gran velocidad por las vías, pero tienen muy poca conversación. A mí, que una mujer sea más o menos guapa me da igual, teniendo en cuenta que yo no soy ningún George Clooney o cualquier otro sex symbol del mundo de la pantalla no me voy a poner exigente, pero debe tener

un mínimo de cabeza y saber sostener un coloquio más o menos ameno. No pido mucho más, aparte de que la susodicha sea capaz de aguantarme, aunque eso es un plus al que tampoco le doy la mayor importancia, si puede conversar en condiciones ya que me aguante o no, también me importa bien poco. Para terminar de aclararles el asunto, les diré que las chicas con las que Jorge pretende emparejarme tienen menos conversación que un Pokémon. Y eso son palabras mayores.

Para que terminen de hacerse a la idea, les voy a contar lo acaecido en la última cita que me organizó mi hermano. Fue con una prima de una de sus protectoras y acabamos yendo a un bonito restaurante familiar donde te sirven carne de vacuno acompañada de ensalada y otros enseres, estando todo ello (carne y enseres) entre dos trozos de pan. En otras palabras, acabamos yendo a una vulgar hamburguesería, que pagaba yo y el bolsillo no lo tengo para muchos gastos. Tras pedirle a un dependiente con la cara llena de granos una hamburguesa vegetal para ella y el menú infantil para un servidor (por petición expresa de Jorge, que lo pasa especialmente bien jugando con los souvenires que regalan para los niños junto a la consumición) nos sentamos en una mesa y allí comenzó el martirio.

La chica se llamaba Sonia y era alta, delgada, rubia, de ojos azules, nariz chata, labios carnosos, cuello largo y enhiesto… Ya no daré más detalles porque la cosa podría calentarse y no es plan. Debía estar muy desesperada o haber acudido a nuestra cita en un estado de embriaguez superlativa, porque mientras yo estaba dando buena cuenta de la hamburguesa en miniatura que me había pedido, me cogió de la mano y mirándome fijamente a los ojos me preguntó lo que sigue:

-¿Crees en el amor?

La susodicha cuestión me dejó patidifuso y como yo no quería muchas cuentas con ella, le respondí:

- No, en absoluto.

- ¿Por qué no? – Insistió Sonia.

- Porque… - Cavilé un instante. – Porque eso que tú llamas amor no es más que un subterfugio que usamos los seres humanos para camuflar nuestros más viles instintos.

- Pues aquí donde me ves – dijo ella sin inmutarse lo más mínimo y sin darse cuenta que de seguir por esos derroteros muy malamente nos iban a ir las cosas – soy la prueba irrefutable de que el amor existe.

Y ahí la lió la pobre Sonia. Soy un desequilibrado, no tenía muchas ganas de quedar con ella porque las historias que organiza mi hermano siempre acaban igual y ya encima la temática conversacional por ella elegida no había sido la más acertada. La miré muy serio, de arriba abajo, de izquierda a derecha, de frente, de perfil… Fue un minucioso examen de su fisonomía tras el cual dije:

- ¿Estás segura de que no fuiste un accidente?

Sé lo que estará pensando el lector: qué cabronazo. Eso y mucho más. No estoy orgulloso de lo que pasó, no es propio ni de una buena persona ni de un caballero, pero así es la vida. Tienes un breve instante de enajenación mental y le haces daño a otra persona. El resto de la escena ya se la pueden imaginar: llantos, gritos y demás parafernalia. Para aparcar el asunto de los emparejamientos, decir que mi hermano no lo tiene nada fácil…

Y una vez presentados nosotros y ya que ustedes saben en qué circunstancias vivimos, no me queda otra que comenzar a hablarles de la terrible historia de la que fui protagonista hace unos cuantos años. Seguramente ustedes lo recuerden ya que fue algo que conmocionó a España entera, Cuenca y el extranjero… Voy a hablarles del caso del Vendimiador y de cómo me vi involucrado en él.

@diegombelmonte

miércoles, 14 de noviembre de 2012

TODOS LOS TERRORES DEL MUNDO

 EPISODIO 1. ABRAM

En un agujero creado por el hombre. Un agujero de barro y suelo de heces donde el hombre oculta al hombre. Empujado, arrastrado hasta el fondo en contra de su voluntad yacía moribundo Abram, hijo de Jacob. Su delito, vender a un seglar leche en mal estado. Leche de sus propias ovejas. Antes de aquel día también su mujer se encargaba de ordeñarlas, pero ahora que en su vientre llevaba a su hija, Abram no permitía que se acercara a esos animales que podían portar enfermedades.

Una mañana, aun cuando el sol no asomaba por encima de montañas encrespadas, se desplazaron hasta el bait de Abram dos guardias del templo. Sin pronunciar acaso palabra, un guardia enlazó el cuello de Abram a una cuerda mugrosa por el uso y a rastras, ellos montaban caballos, le llevaron hasta la zona del ajusticiamiento. Allí les esperaba el seglar del Sanedrín. “Casi muero por vuestra leche”, fue el propio seglar, con sandalia de cuero, quien empujó al interior del foso al pobre Abram que aún pensaba que dormía en su lecho maldecido por una pesadilla.

Habían pasado dos días desde que la vida de Abram se convirtiera en un excremento más en el foso donde los saduceos vertían sus propias inmundicias. Se aferraba al recuerdo de aquellos días no tan lejanos, cuando vivía con su mujer, en la casa que él junto a sus hermanos habían excavado en la piedra. Como se enamoró de esa piel oscura y esa mirada profunda de noche cerrada que le regalaba su mujer cada mañana al despertar. Ya no conocería a su hija. Su mujer, una noche en que abrazados miraban hacía un cielo iluminado, le dijo muy convincente que iba a traer a este mundo a su niña, y él confiando en su palabra ya no dudaba que iba a ser padre de una hija, Diamant Bat Abram, así se haría llamar y respetar, Diamant hija de Abram.

En lo alto del foso, en la orilla que separaba su cordura de la locura, pudo distinguir el perfil de una mujer oculto su rostro por un velo. Portaba una jofaina de madera llena por las heces que cada día tiraban sobre él. “Quítate el velo mujer, que vea bien quién es la que tira mierda sobre su cuerpo”, escuchó Abram.

La mujer de Abram temblaba, con su rostro descubierto pero a la vez oculto por un fino manto de lágrimas, portando sobre sus manos los desperdicios que la obligaban a lanzar sobre el único hombre al que había amado. Sintió una punzada en la espalda, la lanza que la obligaba, los ojos de su marido desde el interior del agujero le pedían que hiciera aquello que la obligaban, “por favor” la imploraba, “haz que acabe esta tortura cuanto antes”. En el vientre de la mujer la aún no nacida comenzó a llorar, lloraba y se revolvía en las entrañas de su madre, empezaba a capturar todo el dolor del mundo, y de este modo su madre empezó a sentirse mejor, la niña, que en otro tiempo sería conocida como víscera, ya comenzaba apresar el dolor del mundo. Su padre Abram, que estaba siendo bañado por las heces de los saduceos, pudo ver los movimientos de la niña que estaba siendo engendrada, pudo sentir que junto a las excreciones vertidas por su propia esposa algo frío y rígido chocaba contra su cabeza, pudo palpar con su mano que su mujer le había podido lanzar una piedra tallada con un filo de cerámica.

Esa noche se pudieron oír los gritos desgarrados de la mujer de Abram. La hija de Abram quería nacer aun adelantándose tres meses a la fecha asignada a su nacimiento. Aquella noche en la que Abram, en su foso, sostenía con ambas manos la daga que terminaría con su tormento, su hija quería nacer. La niña que veinticuatro siglos después sería la que habría de enfrentarse a todos los terrores del mundo.

@el_rasurador

jueves, 1 de noviembre de 2012

La cripta del terror



Es Halloween queridos engendros. Una horrible noche en la que el terror y los sustos (de muerte) están asegurados para todo el mundo. Cosa que, queridos amigos, al viejo Señor de la Cripta le entusiasma mucho. Por eso yo también quiero contribuir a repartir el terror a todos aquellos que buscan pasar un mal rato ¿Y que mejor para hacer eso que con una terrorífica historia de mi macabra colección?
El protagonista del relato de esta espectral noche odia profundamente Halloween. Pero, va a descubrir que esta festividad esconde terribles secretos, dispuestos a hacerle pasar la peor noche de su vida. Así, que encended unas cuantas calabazas linterna para iluminar la habitación, e ignorad los desgarradores gritos que forman la particular banda sonora de la noche y disfrutad con…

Truco o trato

El vecindario entero estaba poblado por un nutrido grupo de pequeños demonios, brujas, vampiros, zombies y demás seres de pesadilla. Que recorrían fugazmente las calles, deteniéndose en cada casa. Donde esperaban pacientes a que sus inquilinos les abriesen la puerta. Momento en el cual, los diminutos monstruitos dirían la famosa frase que llevaban todo el día ensayando “Truco o Trato” mientras muestran unos sacos dispuestos para recoger los “tratos” de la noche. Aunque, si por el contario, los habitantes de la casa eligiesen truco en vez de trato. Estos, se verían obligados a sufrir las bromas y jugarretas de las monstruosas visitas. Que podían ser, desde pequeñas inocentadas como la de arrojar huevos a la fachada de las casas, o otras actividades mucho más “macabras”. Por lo que era conveniente aceptar el trato, y sellarlo dejando algún que otro dulce en las bolsas de los monstruosos chiquillos.

Ronald Sullivan cerró de golpe las cortinas, ocultando la bochornosa visión de la calle infestada por toda la parafernalia propia de la celebración de Halloween. Cientos de calabazas linterna talladas con siniestras sonrisas de dientes puntiagudas invadían casas y muros, iluminando tenebrosamente las calles. Mientras proyectaban aterradoras sombras que durarían hasta que la vela que albergaban en su interior se apagase con un pequeño siseo.
Todo aquel que pululaba por el vecindario en ese momento se ocultaba tras una mascara o disfraz grotesco. Y los más pequeños, practicaban aquella extravagante costumbre que era la de reclamar golosinas a grito de “Truco o trato”.
Todas las casas estaban decoradas para la ocasión. Las telarañas falsas cubrían las puertas de las casas. Los esqueletos de plástico que colgaban de los árboles, se mecían a causa de la suave brisa nocturna, como si de macabros ahorcados se tratasen. Las lápidas de cartón piedra se multiplicaban por los jardines, convirtiéndolos en improvisados cementerios de quita y pon. Todos aquellos hogares se habían transformado en particulares casas del horror. Todas, excepto una. La de Ronald Sullivan, que permanecía inalterada y sin ningún cambio. Ya que para el amargado solterón, el treinta y uno de octubre no era más que otro día más. Para él, Halloween no estaba apuntado en su calendario de celebraciones y fiestas particular. Todas las costumbres y parafernalias propias de esa noche le repugnaban.
Decir que Ronald Sullivan odiaba Halloween era quedarse muy corto. Al solitario cuarentón, aquella celebración le producía un verdadero desagrado. Odiaba entrar en los supermercados y tiendas de la ciudad y encontrarse con los estantes repletos de grotescas mascaras de plástico, estrafalarios disfraces y repulsivas películas de terror a mitad de precio. El hombre incluso agradecía al gerente, el momento en el que ordenaba llevárselo todo al almacén, de donde no saldría nada hasta el año que viene.
Otra cosa que odiaba Ronald eran los niños. Ya que, en ese día aquellos pequeños bribones se comportaban como verdaderos vándalos. Los gritos y chillidos que emitían los pequeños desde la calle, le producían una terrible jaqueca. Motivo por el cual, Ronald encendió el televisor esperando así, poder amortiguar el escándalo producido por aquellas pequeñas bestias de primaria.
El televisor emitió un sonoro grito femenino que debió escucharse a varias casas de distancia. El hombre machacó el botón del mando a distancia destinado a bajar el volumen del aparato pora evitar quedarse sordo.
La pantalla mostraba como una adolescente semidesnuda era brutalmente asesinada por un asesino enmascarado. Quien no dejaba de hundir su enorme cuchillo de carnicero en el estómago de la joven. Esta, solo dejó de gritar, cuando el mono de mecánico del asesino estuvo completamente embadurnado con su sangre.
Con una expresión de desagrado en rostro, Ronald cambio de canal. Esperando poder encontrar algo decente en la programación de ese día. Pero, como ya esperaba, eso no ocurrió. Una sucesión de películas (clásicas y modernas) de terror llenaban todos los canales: Vampiros que acechaban a bellas damas, caníbales extraterrestres dispuestos a no dejar ningún terrícola entero. Cementerios donde los muertos se alzaban de sus tumbas, dispuestos a devorar todo ápice de carne humana del idílico pueblo colindante…
Al final, Ronald desechó toda aquella galería de horrores y decidió ver un documental sobre el origen de Halloween que emitían en el canal histórico. Aunque antes, decidió visitar la cocina para abastecerse de todo lo necesario para soportar las dos horas y medio que duraba el documental. Abrió la nevera y sacó el último par de cervezas que le quedaban. Por ultimo, abrió la alacena donde guardaba su más preciado tesoro: una caja de Rocochocs con seis unidades.
Se le hizo la boca agua con solo contemplar la caja de cartón que contenía aquellas delicias de chocolate.
Las Rocochocs eran unas chocolatinas con trocitos de almendras, que el hombre había disfrutado desde la tierna edad de siete años. Momento en el cual, su madre le había obsequiado con esa deliciosa barra de chocolate por el buen comportamiento demostrado en su ultima visita en el supermercado. No gritó, no se escapó, no pataleó, no hizo nada que provocase el enfado a su madre. Aquel día incluso la había ayudado a dejar los productos en el carrito de la compra. Por lo que su madre, agradecida por ese gesto, se permitió comprarle aquel dulce a su obediente hijo. Este, destrozó rápidamente el envoltorio que guardaba la chocolatina, y devoró con saña el delicioso producto.
Desde ese momento, las Rocochocs se habían convertido en su manjar secreto. Las comía continuamente. En su despensa nunca podía faltar un paquete de aquellas chocolatinas. Y su ingesta, había comenzado a preocupar a su medico de cabecera. Quien comenzaba a avisar al hombre, de que sus niveles de azúcar habían subido alarmantemente en los últimos años.
La mención de su madre, hizo que la mente de Ronald se llenase con negros recuerdos de la mujer que le dio a luz.
Evelyn Sullivan había sido una buena madre hasta que su retoño cumplió los cinco años. Momento en el que, el señor Sullivan abandonó a su familia sin dar explicación alguna. Fue a partir de ese momento, cuando la señora Sullivan comenzó a dejarse llevar de hombre a hombre. Se encariñaba con ellos, vivían dos o tres años como un prototipo de familia feliz. Y poco tiempo después, la mujer siempre se cansaba de aquel falso marido de prueba al que le ordenaba largarse cuanto antes. Para así, poder estar libre y sin compromiso. Dispuesta a buscar a un nuevo pretendiente.
El pequeño Ronald había conocido a tantos “padres” y ninguno de ellos pudo ejercer de verdad como tal. Ya que, cuando comenzaba a encariñarse con alguno. Su madre, lo expulsaba de su vida, para traer un nuevo desconocido a casa.
El odio hacia su madre crecía cada año que pasaba. El trato que recibía por parte de aquella mujer era nulo. Incluso le culpaba a él por su mala suerte con los hombres. Juraba que a ellos no les gustaba tener que aguantar a un insoportable mocoso durante el resto de sus días. Pero la verdad era que Evelyn se había convertido en una asquerosa bruja sin corazón desde el abandono de su marido.
Los años pasaron, y su madre comenzó a dejar de ser atractiva a los hombres. Su efímera belleza se había marchitado como las rosas que se dejan abandonadas en los cementerios, ante la tumba de un ser poco querido.
Así fue como, la destrozada mujer, buscó consuelo en los brazos de su repudiado hijo. Este, dejó creer a su madre que seguía queriéndola. Y durante sus últimos años de vida, Evelyn pensó que por fin, los dos podían tener la preciosa relación madre e hijo que nunca habían tenido. Pero, un fatídico día, la veterana mujer, sufrió un inesperado “accidente” que acabo con aquel período de aparente felicidad.
Evelyn había “resbalado” y caído por las escaleras de su casa. Los escalones habían destrozado sus deteriorados huesos, afectados por su reciente reuma. Y la dolorosa caída, había culminado con el brutal golpe en la cabeza contra el duro suelo. Que la mató al instante.
Gracias a aquel nefasto “accidente”, Ronald consiguió aquella fantástica casa en la calle Elm. Ya que su madre se la había cedido (junto a un buena cantidad monetaria) en el testamento que había rescrito poco después de la preciosa reconciliación con su querido hijo.
Sin su madre. Ronald por fin era libre para vivir su vida. Tenía una casa para el solo y ninguna mujer que lo asfixiase. El no iba a cometer los errores de su padre. No iba a casarse con una mujer que le convirtiese en su particular esclavo. Ni se vería obligado a marcharse de su hogar para no ver más a esa zorra.
No necesitaba para nada a una mujer. Si necesitaba follar, no tenía más que coger el coche y dirigirse al burdel de Lou. En el que por unos cuantos pavos se podría desfogar con una preciosa chica a la que no le debería nada más que el precio del servicio realizado.
El incesante sonido del timbre y las risitas infantiles, delataban la llegada de los primeros visitantes en busca de golosinas y dulces.
-¡¡¡TRUCO O TRATO!!!-exclamaron tres vocecitas chillonas mientras el timbre no dejaba de sonar.
El hombre se levantó del sillón después de soltar un bufido de resignación.
Aquella, iba a ser una noche muy larga.

Eran aproximadamente las doce y cuarto de la noche. El documental sobre la festividad de Halloween había acabado hacía bastante tiempo. Y ahora, retransmitían el clásico de Alfred Hitchcock “Psicosis”.
 Ronald Sullivan dormitaba en el sofá. Los envoltorios de cuatro Rocochocs descansaban encima de su barriga, que subía y bajaba pausadamente.
Había tenido que soportar la visita de catorce niños hiperactivos, y de tres enfurecidas madres. Que le habían recriminado su denigrante comportamiento, al negarse a darle a sus retoños unos cuantos caramelos. Y por haberlos asustado al echarlos de su casa esgrimiendo un verdadero cuchillo de cocina.
Las indignadas madres se habían marchado después de amenazar al hombre con llamar a la policía si volvía a hacerle algo parecido a un niño más.
Ronald las había ignorado. Cerró la puerta sonoramente, se dejó caer pesadamente encima del mullido sofá y siguió llenando la panza con cerveza y chocolate.
De repente, el timbre volvió a sonar. Solo fue una vez. Pero el sonido se clavó en los oídos del hombre y lo despertó de su placida cabezada.
-¡Lárgate puñetero mocoso, no te daré las putas golosinas, así que ya puedes dejar de timbrar!-exclamó Ronald con el sabor de las Rocochocs aún en la boca
El aviso no pareció surtir efecto, ya que esta vez no fue una, si no dos. Las veces que la desconocida visita pulsó el botón del timbre.
-¡Te doy tres segundos para salir de mi propiedad, o  me veré obligado a echarte yo mismo y créeme, tu no quieres eso!-amenazó el cuarentón levantándose del sofá, mientras recogía de la cocina el afilado cuchillo con el que conseguiría asustar a aquel pequeño intruso.
-Uno...-comenzó a contar después de que el característico Ding Dong volviese a resonar por toda la casa.
-Dos…-se detuvo a medio camino ya que parecía que la visita había desistido en reclamar la presencia del inquilino de la casa. Pero dejó de pulsar el timbre y empezó a petar en la puerta.
-¡…Y tres!-Ronald abrió la puerta, preparado para enfrentarse al invitado no deseado.
Delante de él, se encontraba un pequeño fantasmita.
-¡Te he dicho que te largaras niño!-exclamó mientras empuñaba el cuchillo, como uno de aquellos peligrosos psicópatas de las películas slasher.
El chiquillo no se amedrentó. Es más, alzó con sus pequeñas manitas un saco de arpillera con una sonriente calabaza de fieltro cosido a ella.
-¡Ya te he dicho que no hay caramelos niño!
El pequeño continúo sujetando el saco, reclamando con ese simple gesto, el dulce botín que había venido a buscar.
Ronald bajó lentamente el cuchillo al ver que este, no hacía efecto alguno en el niño. Quien siguió quieto y sin decir nada en el umbral de la puerta.
Había que admitir que su disfraz era verdaderamente siniestro: el pequeño se ocultaba tras una raída y sucia sábana blanca (seguramente cedida por su madre para ahorrarse el dinero de un disfraz en condiciones). La amplia prenda, estaba salpicada con varias manchas de sangre reseca que hacían que el disfraz fuese verdaderamente terrorífico. Dos pequeños agujeros recortados a la altura de los ojos, permitían al pequeño mirar cara a cara a Ronald. Este, mantuvo la mirada al pequeño, pero tuvo que apartarla poco después. Aquellos ojos inquisitivos parecían querer indagar en el interior del adulto. En busca de sus mas profundos y inconfesables secretos.
-No te lo volveré a repetir chico. Vete, ya es muy tarde y tu madre estará muy preocupada por ti.
El fantasmita siguió inmóvil. El saco en alto, y los ojos bien abiertos.
El vecindario entero estaba en completo silencio. Los niños que hace nada paseaban por las calles reclamando caramelos, ya debían estar en la seguridad de sus casas. Haciendo el recuento del dulce botín de aquella fructífera noche.
En aquel momento, Ronald estaba solo ante el pequeño fantasma. Y eso, al hombre le aterraba. No sabía el porqué. Pero la sola presencia del pequeño le producía terribles escalofríos. El temor, pronto pasó a convertirse en miedo. Pero, ¿miedo a qué? ¿A aquel inofensivo niño oculto tras una maltrecha sábana?
El adulto se increpó a si mismo por la actitud que estaba demostrando. Lo que tenía delante era un simple chiquillo. Entonces, ¿Por qué aquel incomprensible miedo estaba apoderándose de él?   
El niño continuaba apostado delante del hombre. No se había movido ni un solo milímetro en todo este tiempo (también habría jurado que en ningún momento había cerrado los ojos)
Dispuesto a acabar con aquella terrible farsa de una vez con todas. Ronald agarró un pliegue de la sábana, y tiró de ella violentamente.
Ojala no lo hubiera hecho.
Lo primero que pasó cuando el hombre despojó al pequeño del disfraz, fue que un ejército de moscas escapó despavorido en todas direcciones. Chocando contra la cara de Ronald, y obligándole a cerrar los ojos y la boca (además de tener que taparse la nariz) para evitar así que uno de aquellos indeseables insectos entrase donde no debía.
Después, cuando el zumbido de aquellas pequeñas alas desapareció, y el adulto decidió destapar sus fosas nasales. Llegó a ellas el terrible hedor de la putrefacción.
Y por ultimo, los ojos de Ronald se abrieron por completo, preparado para descubrir, la causa de tan horrible olor.
El sonoro grito de puro terror que destrozó sus cuerdas vocales, se escuchó en todo el vecindario. Pero, nadie salió a averiguar quien lo produjo ya que ¿Quién iba a preocuparse de que alguien gritase en la noche más terrorífica del año?


Una pequeña figura caminaba tranquilamente por la desierta calle del silencioso vecindario. Arrastraba un saco lleno de chucherías que su madre le había preparado hacía tantos años.
“Cuando abran la puerta tu di Truco o trato” le había dicho su madre “Vete a casas que conozcas como la de la señora Henderson y vuelve antes de las once” Después de eso le había dado un beso en la mejilla y le había ajustado la sábana antes de despedirse “Feliz Halloween mi aterrador fantasmita” 
Aquella había sido la última vez que el pequeño había visto a su madre. Ya que aquella misma noche, el pequeño fue brutalmente asesinado. Su cuerpecito, fue hallado a la mañana siguiente. En el jardín de una casa, donde el pequeño pretendía reclamar unos dulces a los que nunca pudo hincarles el diente.
Las sonrientes y luminosas calabazas linterna, proyectaban sus tenebrosas sombras en el duro pavimento. Y las resecas hojas otoñales, se arrastraban suavemente alrededor del fantasmita. Este, llevaba en su mano una Rocochoc que había tomado de la última casa que había visitado.
El hombre que le había abierto la puerta no quería acordar el trato, por lo que tuvo que aceptar el truco. Le había quitado el disfraz revelando su repulsivo aspecto. Y el débil corazón de aquel hombre, no había podido soportar la visión de tal monstruosidad. Por lo que detuvo su funcionamiento en aquel mismo instante.
El pequeño había observado detenidamente como se había retorcido en el suelo ante sus pies. Hasta que, finalmente exhaló su último aliento.
Después, solo había tenido que sortear el abotargado cadáver, y dirigirse al salón. Donde le estaba esperando su recompensa en forma de chocolatina con almendras.
Sus podridos y amarillentos dientecillos, se quebraban a medida que masticaba la dura cobertura de chocolate.  Pero le daba igual. Debía de disfrutar de aquellas dulces golosinas a pesar de venir acompañadas por trozos de piezas bucales. Ya que no volvería a disfrutar de aquellas delicias, hasta el año que viene.
Había llegado a las puertas del cementerio local. Donde se reunía un nutrido grupo de personas que presentaban un terrible aspecto. Claramente, todas ellas eran muertos como el chiquillo.
El olor a carne muerta que exhalaban sus cuerpos, animó a las moscas y gusanos de los alrededores a congregarse alrededor de los cadáveres. Convirtiéndolos en particulares buffets andantes.
Los muertos observaban el cielo. La noche pronto moriría, y con ella, también lo harían ellos. Quienes, esperarían pacientes, la llegada del próximo treinta y uno de octubre. Momento en el cual, las puertas se abrirían, permitiéndoles poder vagar por la tierra durante una noche más.
El amanecer hizo acto de presencia. Y los cuerpos de los fallecidos comenzaron a desaparecer. Halloween había terminado.
Antes de desaparecer él también. El pequeño fantasmita introdujo en su boca un caramelo de naranja, mientras sonreía y susurraba una frase que solo pudo escuchar el viento: Truco o Trato.

Como veis queridos amiguitos, Halloween es más que una simple fiesta para niños pequeños. Espero que lo tengáis muy en cuenta cuando salgáis a la calle enfundados en aterradores disfraces para asustar a unos cuantos incautos. Y espero que los incautos no seáis vosotros.
Y para los que se queden en casa y reciban la visita de unos pequeños monstruitos pidiendo truco o trato. Espero que seáis sabios y aceptéis el trato en vez del truco. No queremos que corráis la misma suerte que el pobre Ronald y que este, sea vuestro último Halloween.
Bueno, este viejo cadáver os desea un feliz Halloween, disfrutadlo, que por desgracia, solo lo celebramos una vez al año.  

@KillRubn 

Todos los terrores del mundo

Especial Halloween
Os ofrezco una historia perteneciente al universo de TODOS LOS TERRORES DEL MUNDO, aparecen personajes a los que les tengo un especial cariño. Espero que aceptéis esta invitación a viajar con ellos el día de todos los muertos. 
A.V. El Rasurador




La niña conocida por todos como Víscera estaba aquella fría mañana de invierno sentada en uno de los bancos de la Estación Permanente. En el mismo banco se encontraba junto a ella una anciana bastante envejecida pero de menor edad, intentaba hacer un gran esfuerzo para no hablar con ella. 

-                    -Niña, que pena que tan pequeña tengas que estar en esta estación.
-                    - No se preocupe señora, yo no soy como vosotros.
-                   -¿Y a quién estás esperando? - preguntó la anciana con un interés real.
La niña Víscera pudo ver como la mano de la anciana se elevaba y acercaba peligrosamente a rozar su propio brazo de forma afectuosa. Al ver sus intenciones, Víscera se retiró un poco más, al final del banco, para estar lo suficientemente alejada de aquel roce, lo único que no necesitaba en ese momento era sentir el dolor de aquella anciana, dolor que le trasmitiría con ese contacto. 
-          -Estoy esperando a mi amigo Jonás, dentro de poco llegará y es mejor que me encuentre aquí.
En la Estación Permanente no se escuchaban gritos, ni risas, incluso no se escuchaban las conversaciones de los demás que esperaban la llegada de un ser querido. Todo parecía silenciado aun estando bastante concurrida. El único sonido que todo el colectivo de seres que se encontraban allí escuchaban era el tintineo, tintineo que indicaba la llegada de un nuevo pasajero. Había muchos andenes, trenes que veías llegar, muchos de ellos sin dejar pasajeros, y en muchos otros en los cuales sólo subían personas. La llegada de un nuevo tren hacía a la niña Víscera sentir un fuerte escalofrío acompañado de una profunda tristeza, debía contener sus lágrimas, ya tendría tiempo de refugiarse en ellas cuando su amigo descendiera al anden donde ella esperaba.

Jonás miraba por la ventanilla del vagón, mientras María reposaba su cabeza sobre su hombro. Jonás, sin dejar de mirar a los bosques que se sucedían, acarició el rostro cálido de ella, apartó su pelo largo y liso de su rostro, acercándose para darle un beso en la mejilla. María le sonrío, anunciaron la próxima estación, y su gesto se tornó en condena. Volvía a ocurrir, pensó Jonás, ya no sabía cuantas veces podría soportar de nuevo aquello. La besó suavemente en los labios y ella tembló al sentir su aliento gélido.
-            - Te quiero con locura María, no importa cuantas veces tenga que subir a este tren, volveré a hacerlo hasta que puedas reunirte conmigo
-           - Lo siento, amor, el tren se está deteniendo y él va a subir. Te amo. – Al decir esto fue ella quién se abalanzó sobre los labios de él con una ligera caricia de su lengua.
-             - Hasta mañana.
El tren ya estaba parado y él no podía soltarla de la mano, las puertas se abrían y él no podía dejar de mirar aquellos ojos miel, se abrían las puertas, se abrían de nuevo, se abrían y él ya se había marchado.  
El marido de María subió al mismo vagón. Como una costumbre arraigada de tantos años de matrimonio le dio un beso sin entusiasmo y se sentó a su lado.
               - Vaya día de locos, trabajo, trabajo y trabajo… no me dicen que hoy, bla, bla, bla
Ella no escuchaba, ella sólo evocaba ese último beso, la caricia, las palabras de Jonás, se maldecía por todo aquello, por ser una cobarde y no ir corriendo a los brazos de la persona con la que realmente quería estar.
Jonás se detuvo antes de llegar al final del vagón, se giró y volvió al lugar donde momentos antes había dejado a María. Ya estaba sentado el marido, pero no le importo y se sitúo frente a ellos. Ella al verle se sobresaltó, pero rápidamente se calmó al llegarle una vocecita que le dijo: “pero si tú marido no le conoce, tranquila”. Jonás le sonrío descaradamente. Mientras el marido hablaba sobre sus logros en el trabajo y secaba el sudor de sus manos sobre las rodillas, María se pasaba su lengua por sus labios sin dejar de mirar a Jonás. Jonás quería lanzarse hacía ella, acariciar sus pechos, abrazarla, besarla, atraparla y llevársela lejos, muy lejos de allí. María pasaba una de sus manos cerca del muslo, se reía de aquella situación tan peligrosa pero a la vez excitante. “te quiero” dijo Jonás sin emitir ningún sonido y ella movió sus labios dándole un “yo también”.
-      
           - ¿Me estas escuchando? – la voz ronca desagradable de su marido la sacó del estupor, con cierto rubor le contestó.
-              - Claro, pero si te soy sincera me aburren tus cosas del trabajo.
-               - Creía que era importante para los dos.
-       - Siempre estás con lo mismo, me tienes tan aburrida que podría enamorarme ahora mismo de cualquier otro y ni te darías cuenta – señaló a Jonás – por ejemplo de ese joven.
-        - ¿De ese? – el marido de María soltó una sonora carcajada – pero como vas a querer más a un desconocido que a mí, no seas estúpida.
Jonás tenía que bajarse, le dolió mucho escuchar ese insulto, pero debía bajarse, sino no podría hacerlo nunca más y la perdería para siempre. “Hasta mañana” se despidió de ella sin sonidos.

-          - ¿Ya llega el tren de su amigo? Creo que el de mi esposo va a tardar aún varios días. – A la anciana le inquietaba lo silenciosa que era la niña y la poca conversación que le ofrecía.
-            -Ahora le toca el turno a un tren sin parada, el de las ilusiones.
-              -¿Y su amigo en cuál viene?
-               - El de los Recuerdos Vivos.
-                 - Ah, ese es el de mi marido, pero aún no creo que venga, el médico ha dicho que esta estable.
El Tren de los Recuerdos Vivos llegó a la estación dibujándose a medida que sus ruedas se adentraban en la dársena. La niña Víscera suspiró, y cogió aíre, sentía ya el dolor y el sufrimiento de su amigo mucho antes de haberle abrazado.
Jonás al abandonar el vagón se derrumbó. Víscera pudo sostenerle entre sus brazos, los dos lloraron, los dos sintieron el amor por María, y el odio por su marido, la tristeza, alegría, amor, pasión, desolación, todo se conjugo en embates de sufrimiento.
-            - La he tenido que volver a dejar en el tren con ese, después de lo que me ha hecho y ese miserable ni se acuerda de mí.
-        - Jonás, estoy haciendo todo lo posible para traerla con nosotros, por el momento sólo hay una manera...
-                - Matarla – Jonás apretó con más fuerza a su amiga contra su pecho.
-                - Pero sabes que no te van a dejar, ni el Ausente ni el Huésped te dejarán matarla, despojarla de su vida para poder bajarla del tren.
-                 - No, y mientras tanto volveré a subir día tras día, a besarla, acariciarla, escuchar su voz, y lo peor de todo, volver abandonarla, abandonarla con mi asesino.
La niña Víscera no dejó de abrazarle, aunque él le estuviera transmitiendo su propio dolor, ese sufrimiento profundo que anidaba en su corazón.
01/11/2012

@el_rasurador