• Fotografía Pilar Giralte
  • Fotografía Rubén Giráldez
  • Fotografia Cristina Solano
  • Fotografía Mary Calduch
  • Fotografía el rasurador
  • Fotografía de Diego Belmonte
  • Fotografía de Cristina Cabrera
  • Fotografía de Anabel Munoz
  • Fotografía de David Pérez
  • Fotografía de Patricia Sanchez
  • Fotografía de Jesús Ahelle

jueves, 1 de noviembre de 2012

La reina oscura. Capítulo 1


- ¡Olrún, trae el agua de una vez! Maldita cría, ni si quiera es capaz de eso. ¡No se porque demonios permití que te quedaras aquí!- Maldecía el mago, como de costumbre.
- Ya voy, señor.- La niña nunca se tomaba en serio lo que decía Gayus, que era bastante quisquilloso.
Gayus estaba en su torre preparando unas pócimas que le había pedido la reina Eloise para poder dormir. Era el mago de la corte desde hacía tantos años que ya ni los recordaba. Gayus era uno de los consejeros del rey, tanto del actual, como del anterior, y muy apreciado en la corte. Además ejercía de médico y hechicero para los nobles. Era admirado por todos en Gahbla, y venían de todos los rincones del reino, y a veces de fuera, para pedirle su ayuda. Era muy zalamero con el rey y cualquiera que pudiera servirle para alcanzar sus objetivos, pero muy desagradable con aquellos de quien no podía obtener nada.
Olrún venía cargando con un cubo que era casi tan grande como ella. Lleva al servicio del mago desde que tenía uso de razón. Nadie sabía porque había decidido quedarse con aquella criatura cuando la encontró en la puerta de su torre la mañana siguiente del Sou-In hacía ya ocho años. No tenía ni un ápice de magia en sus venas ni nada que pudiera interesar al mago, por lo que estuvo a punto de abandonarla, o venderla a algún comerciante de esclavos del sur. Pero Sigrún, su vieja criada le suplicó para que se quedara, ya que así ella tendría quien le ayudara, ya que empezaba a hacerse mayor para ocuparse de todo. De ese modo decidió que le sería útil después de todo, por lo que la niña ayudaba a limpiar y cocinar a la vieja ama.
Sigrún llevaba trabajando para el mago más tiempo del que él llevaba en la corte. Trabaja para él cuando solo era el médico de una de las aldeas situadas al sur del país, casi en la frontera con Gronio. Era ya bastante anciana, y le costaba llevar a cabo todas las tareas que suponía ser la única sirviente de la Torre Norte. Sigrún tenía una constitución grande y fuerte, pero era cariñosa. Solía llevar el pelo, ya blanco por completo, en una trenza que le llegaba a la cintura. Nunca se casó ni tuvo hijos, sólo vivía para servir a Gayus, por lo que acogió a Olrún como si fuese una hija, o más bien una nieta. La educo lo mejor que pudo, aunque como ella no sabía ni leer ni escribir, ni podía colmar toda la curiosidad de la niña, pero a cambio la colmaba de atenciones y cariño.
- Aquí tiene.- Olrún dejó el cubo junto al caldero- ¿Para qué es esta poción?
Gayus miró a la niña de soslayo. Siempre había sido muy curiosa, y aunque no solía prestarle mucha atención, le agradaba. Hacía ya algún tiempo que había decido enseñarle a preparar brebajes sencillos.
- Adivínalo.
La niña olfateó la marmita, y se quedó pensativa unos momentos, mientras observaba el color y la textura de la poción.
- Mm... Lleva tila, camomila y pasiflora, así que tiene que ser… ¡Para dormir!
- Muy bien. Ahora vete. Seguro que  Sigrún te necesita para algo.
- Sí, señor.
El viejo mago observó como la niña se alejaba corriendo. Era muy lista, y siempre estaba dispuesta a ayudar. Y tenía que admitir que era muy útil, ya que la mayoría de las veces, el que debería ser su ayudante no tenía tiempo, debido a las otras tareas que le asignaba. Gayus había decidido enseñarle primero los fundamentos de la magia, así que casi siempre estaba practicando nuevos conjuros, y la verdad era que mejoraba más deprisa de lo que a Gayus le gustaría.
Olrún tenía el pelo negro y con un corte tipo paje, los ojos verdes, con un brillo intenso, que hacían gala de una inteligencia y una curiosidad mayores a las del resto de las niñas de su edad. Solía estar sucia y descuidada. Tenía una constitución delgada, y era algo baja, pero siempre rebosaba vida e inundaba el lugar donde estuviera de alegría y entusiasmo. Aprendía rápido, más de lo que Gayus se podía esperar, o mejor dicho, de lo que se podía percatar, ya que no solía prestarle demasiada atención. Casi siempre se quedaba limpiando cerca de donde Gayus daba clase a Kishar, su aprendiz, y a Ilmassa, su protegida.
Al poco de cumplir los cuatro años, estuvo tras el mago para que le enseñara a leer y escribir como a los otros niños de la torre, pero este siempre se negaba diciéndole que ella nunca necesitaría saber esas cosas. Pero Kishar, un chico bueno y servicial, accedió a enseñarle. Olrún aprendía tan deprisa que dejó asombrado al niño. Era capaz de aprender sin esfuerzo en pocos días lo que a él le costaba semanas.
Los cinco vivían en la torre norte del castillo de Lebhar. Kishar era el sucesor de Gayus, o eso esperaba él. Tenía doce años y llevaba con el viejo mago desde los cinco años. Su madre, una pobre mujer de una de las aldeas del reino, le llevo muy asustada a la ciudad porque su hijo hacía cosas raras, y algunos vecinos le aconsejaron que lo llevaran a la Academia de Eolas, que era una de las escuelas de magos que había en la ciudad. Pero la mujer no podía pagarla, así que lo dejó en la puerta de la academia y se fue, pensando que era lo mejor para su hijo. Eso era bastante habitual. Los niños eran recogidos en la academia, y además de asistir a las clases, trabajaban para pagar su estancia.
 En cuanto Gayus lo vio, supo que tenía un gran poder, una luz especial en la mirada, por lo que decidió acogerlo como su aprendiz, para fortuna del niño, y se lo llevo al castillo con él. Allí no tenía que trabajar y recibía una educación mucho más intensa y personalizada que en la academia.
Kishar era un niño muy inteligente y amable. Nunca daba problemas y siempre obedecía. Además, era el único, junto con Sigrún, que era amable con Olrún. Tenía el pelo castaño oscuro, y los ojos azul cielo, era bastante alto y delgado. Olrún lo consideraba su mejor amigo. Era fuerte, a pesar de pasarse la mayor parte del tiempo estudiando, ya que también ayudaba con la casa, cortando la leña o cosas así. Era una persona agradable y tranquila, y siempre intentaba complacer a todos.
Después llegó Ilmassa, pero ella era muy distinta a Kishar. Era una futura sacerdotisa de los cuatro elementos, pero aún no se sabía de cual. Se suponía que era muy poderosa, mucho más de lo que cualquier mago o bruja lo sería jamás, y que controlaría por completo su elemento. Era una de las guardianas de las fuentes de la magia. Y Gayus se enorgullecía de haberla encontrado ya que si él la educaba la tendría bajo su control, como maestro. Y la necesitaría en el futuro. Su objetivo era localizar a las cuatro, y así poder encontrar el objeto que él más codiciaba: la corona de la Reina Sedna, y así convertirse en el nuevo Rey de las Brujas y los Hechiceros. Él creía firmemente que ese era su destino. Nadie más que él podía serlo, ya que Sedna se lo dio a entender la última vez que la vio, unas semanas antes del Sou-In en el que se marchó.
Gayus encontró a Ilmassa por pura casualidad, en un viaje a los reinos del norte, en las Montañas Vlancas. Estaban situadas al norte, casi al final de continente. Era el lugar más alto de toda Rodinia, y siempre estaba cubierto por una espesa capa de nieve. Tras ella sólo quedaba las Playas del Fin, cuyo único acceso era un pequeño paso al este que sólo era transitable durante dos semanas de mitad de verano, cuyo día central era Lammas, festividad de la siega en el resto del continente.
Estaban bajo el dominio del Rey Estridsen, en el reino de Sivald, aunque funcionaban más como pequeñas comunidades que se autogestionaban, y daban parte de sus bienes al rey una vez al año. No era un reino especialmente grande o prospero, pero controlaba el paso de las Montañas Vlancas, muy ricas en minerales.
La comitiva del rey paró  a descansar en un pequeño poblado cuando venía de regreso de un viaje diplomático. El nuevo rey, Lionel, estaba reafirmando los acuerdos comerciales de su predecesor. Entonces vio a una niña de unos tres años jugando en la calle con otros niños. Cuando la vio no pudo creer la suerte que tuvo, tener ante sí a una futura sacerdotisa. Observo la marca en su hombro y no cupo la menor duda de que se trataba de la marca de una sacerdotisa.
- Disculpe,- dijo a la madre de la niña.
- ¿Qué desea, extranjero?- Respondió con un fuerte acento. La mujer desconfiaba de aquel hombre. A las gentes del norte no les gustaban los extraños, debido a que no solían llegar hasta ellos.
- Quisiera hacerle algunas preguntas sobre su hija, si no le importa.
- ¿Preguntas? ¿Qué clase de preguntas? Váyase.- La mujer dio media vuelta y se encamino a su pequeña cabaña.
- Verá, no he podido evitar fijarme en la marca de nacimiento que tiene su hija en la espalda.
La mujer se volvió a mirarlo un momento con cierto desprecio,  y después continuó con sus tareas, ignorando por completo al mago.
- ¿Acaso sabe que significa esa marca?
- Hable con la Anciana. Aquí no queremos nada con extranjeros.
Gayus sabía que la Anciana, la matriarca y hechicera de aquella aldea, no permitiría que se llevaran a la niña de su aldea. Era un honor para ellos, tanto como para asegurarse que nadie se diera cuenta de quien era ella al menos hasta que fuera lo bastante mayor para usar sus poderes, si es que se habían percatado de lo que era la pequeña. Así que cuando Gayus fue a hablar con ella, no insinuó nada acerca de llevársela con él. Sólo se intereso como erudito sobre la futura sacerdotisa. Intentó engañarla, pero la Anciana era más lista de lo que él esperaba de una simple bruja de montaña. Ese era uno de los grandes defectos de Gayus, infravaloraba todo aquello que no aparentara tener poder.
Gayus era un hombre alto, de pelo cano y largo hasta la cintura. Su barba albina le caía sobre el pecho. Siempre intentó tener un aspecto de sabio. Normalmente llevaba túnicas de colores brillantes y llamativos. Sus ojos castaño oscuro siempre ocultaban ideas y planes a los que osasen mirar en ellos. Era muy astuto y sabía llevar a la gente a su terreno. Pero aquella Anciana no era lo que el esperaba.
Sabía que no convencería ni a la Anciana ni a la madre, pero él la necesitaba, y sabría dar un mejor uso de la niña, más que aquella pobre aldea. Si conseguía educar a las cuatro sacerdotisas de los elementos, su poder sería inmenso, ahora que estaban sin monarca tras la marcha de Sedna. Decidió embrujar a la madre de la niña para que se la cediera. Le suministró una pócima de obediencia. Esa era uno de sus mayores logros en alquimia, de lo cual estaba sumamente orgulloso. Y así se llevó a Ilmassa aquella misma noche, sin que nadie del pueblo lo supiera. A la mañana siguiente la madre no recordaba nada y todo el pueblo lloro durante meses la perdida de Ilmassa. Lo que Gayus nunca supo fue que la Anciana lanzó sobre él una maldición que lo perseguiría durante el resto de sus días. Una maldición que se activaría en el momento adecuado.
Lo más curioso es que Ilmassa no lloró, ni llamó a su madre mientras Gayus se la llevaba. Simplemente estaba sentada mirando al mago, mientras partían. Sus ojos eran fríos como el acero.
Nunca fue una niña amable o cariñosa. Era engreída y soberbia. Se creía fuerte y poderosa por el futuro que la aguardaba. Y esos defectos fueron animados por Gayus, a la espera de aprovecharse de ellos en un futuro.
Ilmassa no soportaba a Olrún e intentaba molestarla constantemente. Aunque la verdad es que le tenía cierta aprensión. Llegó cuando Olrún tenía casi tres años. Al principio la ignoró, pero poco a poco se dio cuenta de que la pequeña hacía cosas extrañas,  cosas que sólo magos experimentados podía hacer.
- Juro que he visto a Olrún jugando con su sombra. Se movían de forma distinta.
- No digas bobadas Ilma. Sabes que ella no puede hacer magia, es sólo una persona ordinaria. Además, solo los magos oscuros pueden hacer uso de sus sombras.
- ¡Pero lo he visto!
Y empezó a ver como Olrún hacía crecer las flores, cambiaba de color su pelo, y cosas semejantes. Pero nadie le hacía caso, porque nadie más lo veía, o mejor dicho, sólo ella prestaba verdadera atención a la niña. Para la vieja Sigrún sólo era su bebé, que no podía hacer nada malo. Para el mago, sólo una molestia más. Y para Kishar alguien más a quien contentar. Sólo Ilmassa podía sentir ese leve escalofrío cada vez que pasaba a su lado. No podía evitarlo porque cuando Olrún estaba cerca, ella podía sentir dentro algo de ella que le decía que había una energía distinta en la niña, algo que no debía estar ahí, algo que tenía que vigilar, algo que hacía a Olrún diferente a los demás. Desde entonces, Ilmassa se dedicó a incordiar a Olrún.
Ilmassa era una niña bonita. Delgada de ojos azul grisáceo, como un cielo encapotado, pero podían llegar a oscurecerse como si fuera una tormenta. Su cabello era suave y largo, de color trigueño. Y le gustaba presumir delante de Olrún, que era esmirriada y siempre andaba sucia. Y sobre todo le gustaba hacerlo delante de Kishar, que parecía tener cierta debilidad por ella. Solía pasear con sus túnicas y vestidos blancos, que era el color de las futuras sacerdotisas, mientras veía a Olrún siempre con andrajos. Aunque sabía que eso no le importaba.


CONTINUARÁ. 

3 comentarios:

Unknown

enhorabuena! me encanta el mundo fantastico q has creado y cada uno d los personajes q en el viven...felicidades por tu imaginacion y tu manera d describirla...engancha!

Pilar Giralte (Aishabatgirl)

Bienvenida al tintero de las ilusiones.
Nos haces soñar con un mundo maravilloso.
Gracias por llenarnos de magia.
Un beso.

Unknown

Gracias a vosotras por comentar, solo espero no decepcionaros.

Dí lo que piensas...