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jueves, 25 de octubre de 2012

La reina oscura: Prólogo

La reina oscura, prólogo - Ilusiones de tinta



Era una noche fría y oscura de otoño. El cielo está cubierto de nubes que amenazaban con descargar una gran tormenta, tan feroz y aterradora que ni se escuchaba el susurro de los árboles. Los rayos se desplegaban por el cielo, con un furioso rugido, dispuestos a caer sobre la ciudad. Pero no llovía. Ni una sola gota se precipitaba sobre los tejados de la ciudad. Parecía como si estuviera esperando el momento oportuno para descargar su ira contra los fuertes muros, como si por arte de magia se contuviera.
No se veía ni una sombra por las calles, sólo recorridas por un viento helado que llegaba hasta los últimos recovecos de la desierta urbe. Parecía una ciudad fantasma, envuelta en por manta amurallada, sin un ápice de vida. Nadie que llegara en ese momento podría decir que Lebhar era la capital del reino de Gahbla, el más grande y prospero de toda la región. Logro conseguido después de incontables guerras. Lebhar siempre estaba llena de ruidosos comerciantes y viajeros de todo tipo que venían de todas partes de Rodinia en busca de fortuna.
Día y noche la vida se escuchaba de forma ruidosa por toda la ciudad. Lebhar era bulliciosa, el centro del comercio del reino, y casi del continente, ya que había pocas ciudades capaces de rivalizar con ella. Sus habitantes eran felices, y estaban bien protegidos por las murallas que el rey Arthur, el Magnánimo, había ordenado construir doscientos años antes para protegerse de las hordas enemigas comandadas por el Caballero Oscuro. Murallas que también encorsetaban a la ciudad, haciendo que los alrededores se llenaran de pequeñas aldeas de campesinos, que no podían permitirse vivir dentro de ellas.
Pero esa noche era distinta. Era la noche del Sou-In. La noche más mágica del año, en la que los espíritus volvían a la tierra para atormentar a las buenas personas, y los seres mágicos se burlaban de los hombres y los hacían cometer las locuras más insospechadas, que casi siempre acababan de forma trágica, según contaban las viejas leyendas. El Sou-In se celebraba la primera luna nueva tras el equinocio de otoño.
Pero esa noche no se veía la luna. “Mal presagio”, decían los ancianos, asustando a los niños que escuchaban acurrucados junto a las chimeneas los antiguos cuentos de brujas y demonios. La noche del Sou-In era la celebración del final del año, la muerte y la resurrección, el final y el principio de la Rueda, y todos esperaban que el próximo ciclo fuese propicio y llenara sus hogares de riqueza y felicidad.  Como era tradición, todos se reunían con sus familias para festejar juntos esta fecha y honrar a los difuntos, para que así no vinieran por ellos y se los llevaran al mundo de los muertos. Era la noche donde los velos que separaban los mundos se volvían tan finos que eran casi inexistentes, y todo era posible.
En esa noche nadie osaba caminar por las calles, las leyendas acerca de los pobres incautos que al amanecer habían sido llevados por el Ángel de la Muerte con el resto de difuntos, a los que llevaba en comitiva por los caminos, eran las más aplaudidas de la noche. También había historias donde eran los demonios los que te llevaban, ya que esa noche pululaban libremente entre las sombras, tras ser liberados por el Caballero Oscuro para que se divirtieran a costa de los seres humanos. Eran tan abundantes las historias que todo el mundo las daba por ciertas.
La ciudad se encontraba a las orillas del Lago de Lebhar, del cual adquirió su nombre cuando aún no era más que una simple aldea. Era la única que había en ese lago, porque, según contaban las viejas historias, el fundador de Lebhar fue el único que se atrevió a pescar en el lago habitado por monstruos que devoraban a los pescadores que osaban adentrarse en sus dominios. Era el tercer hijo de un señor de la guerra que gobernaba la zona en aquella época, llamado Aurelius, y se adentro en las profundidades del lago en busca de los famosos monstruos para matarlos. Nadie sabe lo que realmente pasó allí, sólo que llegó a un acuerdo con los monstruos, de modo que su gente fueran los únicos que pudieran pescar en esas aguas. Todos desconocían los términos del acuerdo y corrían multitud de versiones que incluían desde oro y joyas hasta jóvenes vírgenes, pero Aurelius nunca llegó a contar a nadie que dio a cambio del beneficio, pero sus allegados comentaron que nunca volvió a ser el mismo.
Lebhar se encontraba en un pequeño acantilado desde donde se divisaba todo el lago y las llanuras adyacentes, por lo que era muy fácil de defender. Además, estaba surcada por túneles subterráneos que les habían salvado de más de un asedio en la época las Grandes Guerras. Algunos daban al puerto que estaba situado un poco más al sur, rodeado de casas que habían ido construyendo los pescadores. Otros estaban a medio camino entre la ciudad y un bosque conocido como Bosque de Suden. Hacían años que nadie los usaba y algunos estaban ya hundidos por el paso de los años y la falta de mantenimiento, ya que el Reino de Gahbla se había convertido en el más poderoso de la región y llevaban décadas de paz. Sólo algunos túneles secretos permanecían inalterables, los que llevaban a los lugares más insospechados y peligrosos.
Justo al borde del acantilado se encontraba el palacio del rey. Una antigua construcción rodeada de cuatro torres. Cada una de ellas había sido construida por un rey distinto, en honor de cada una de las grandes guerras ganadas por el reino. La torre norte era la más alta de todas, construida en honor a la última victoria sobre el Caballero Oscuro. Era donde habitaba el mago de la corte, Gayus. Aunque era muy poderoso, o eso se comentaba, se había acomodado en la corte, y sólo se ocupaba de lo que le pedían los nobles y las cortesanas. Hacía años que solo preparaba filtros de amor y cosas por el estilo. A pesar de ello, era respetado y temido por los habitantes del castillo. Ostentaba tal poder que nadie osaba negarle nada. Y eso le gustaba. Adoraba el poder. Tanto que había logrado formar parte del selecto grupo que acompañaban a la Reina de las Brujas.
Ella era la monarca de uno de los reinos mágicos del continente de Rodinia, donde convivían varias razas: humanos, elfos, duendes, hadas, trolls y demás criaturas nacidas de la Segunda Hermana. El mundo de los humanos estaba dividido en reinos que guerreaban entre ellos por las tierras fértiles y demás riquezas que podía proporcionarles la Naturaleza. Pero, por otro lado estaba el mundo mágico, también dividido en reinos, pero estos no solían luchar entre ellos, por lo menos no desde las Grandes Guerras. Actualmente existían cuatro reinos: el de la Reina Blanca, que gobernaba sobre toda criatura mágica que fuese animal, y cuyo castillo estaba en las cumbres de las montañas del norte, llamadas Onirak; el de la Dama Etérea, compuesto por elfos, ninfas, hadas y demás seres encantados. Su fortaleza se hallaba en el fondo del lago de Loth. El Reino de la Reina de las Brujas, cuyo dominio eran las brujas, magos y hechiceros, y su centro estaba en el bosque de Danna, situado en el en el centro del continente; por último, estaba el Reino del Caballero Negro, que reinaba sobre orcos, trolls y demás criaturas tenebrosas, además de todos aquellos que le juraran pleitesía. Su corte se hallaba en la Torre Negra, en las montañas del este, en Morrigu.
Los humanos eran conscientes la existencia de estos cuatro reinos, pero su orgullo y prepotencia les impedía ver más allá de ellos mismos, y los seres mágicos habían acordado alejarse lo máximo posible de ellos tras los desastres de las Grandes Guerras. Todas las criaturas de la creación convivían más o menos en paz. La mayoría de las criaturas mágicas se ocultaban de los hombres, a excepción de los elfos, que vivían en el Este del continente, en una zona de muy difícil acceso para unos simples mortales. La mayoría pensaban que los hombres sólo los buscaban para obtener algún beneficio, y sólo les causaban problemas.
Pero la noche del Sou-In era distinta. Esa noche la magia bullía con más fuerza que cualquier otro día por todos los rincones de Rodinia, y sus flujos arrastraban a todas sus criaturas a bailar y gozar de esa energía. Esa noche los velos de los distintos mundos se volvían más finos. Entonces es cuando los duendes se burlaban de los hombres y mujeres incautos, asustándolos y divirtiéndose a su costa. Solo los hombres eran incapaces de sentir los ríos de la magia que se desbocaban y lo llenaban todo de vida y caos. Sólo eran capaces de ver sus consecuencias.
Sin embargo, esa noche un frío que helaba el alma recorría el mundo. Era uno de esos días que sólo los centenarios podían recordar. Era el final de algún monarca de los cuatro reinos. Su tiempo se agotaba, y la Barca pronto llegaría para llevarle lejos, a un lugar desconocido. Los monarcas tenían la condición de inmortales, por lo que cuando llegaba el final de su tiempo eran trasladados a otro lugar.
Un rayo repentino ilumino la ciudad, y se pudo ver una sombra que se movía entre los callejones en dirección al palacio. Iba deprisa, escondiéndose para no ser vista por algún transeúnte lo suficientemente borracho o loco para andar por la calle esa noche. Se movía sigilosa, sin hacer un ruido. Ni si quiera sus ropas emitían el más mínimo susurro. Iba cubierta por una capucha que impedía verle la cara o cualquier parte de su cuerpo, la capa que le envolvía llegaba hasta el suelo. Era como un manto que la escondía de los ojos indeseados.
No tardo mucho en llegar a las puertas de palacio. En las almenas no había soldados. Estaban todos en sus garitas a la espera que saliera el sol, deseando que acabara su guardia. El atrevido viajante miró a su alrededor comprobando que no había nadie, y se elevo flotando como un fantasma hasta lo más alto de la muralla y se encamino a la torre norte, al hogar de Gayus.
Faltaba poco para el amanecer, aunque no hubiera luna ni estrellas para saberlo. Casi todos dormían después de las celebraciones. Ni si quiera los animales se atrevían a hacer el más mínimo ruido. El único atisbo de vida era un gato negro de profundos ojos verdes que estaba apostado en una ventana del palacio. Vio pasar a la atrevida sombra que andaba esa noche por las calles, sin ser visto por ella, oculto entre las sombras. Mirando fijamente como se movía, y de un silencioso salto, fue tras ella sin que la sombra se percatara.
Cuando llegaron a la puerta, el gato se escondió detrás de unas plantas a la espera del siguiente paso de su presa, que en ese instante se quito la capucha, y dejo ver una larga melena negra, que casi llegaba al suelo, trenzada al estilo de las guerreras del norte. Sobre su frente brillaba un aro de plata rematado en la frente con una gema de color rojo sangre, que brillaba como si tuviera vida propia. Volvió a mirar a su alrededor para comprobar que no había nadie, sin darse cuenta de la presencia del gato, que no le quitaba ojo desde su escondite. Su rostro era de un blanco que irradiaba luz, y sus ojos tenían un azul que hasta el mismo cielo parecía oscuro. En el fondo de éstos se veía una amargura que rompía el alma a quien los mirase. Estaba profundamente triste.
Era muy hermosa, tanto que parecía que la más bella estatua del mejor maestro de la historia hubiese cobrado vida. Dio un paso hacia la puerta, sacando de debajo de la capa un bulto que se movía. Era una niña pequeña de pocos meses. Dormía profundamente, ajena a todo. Una lágrima resbaló por el rostro de la pétrea mujer.
- Sabía que lo harías.- Una voz resquebrajó el silencio de la noche. 
La mujer se sobresalto y se volvió con la mano en alto dispuesta a atacar. De entre las sombras salió un hombre alto, de pelo castaño. Sus ojos eran verdes como esmeraldas.
-          Dunkel
Fue un susurro que casi pareció una ráfaga de aire que se le escapaba. La mujer estaba impactada por la presencia de Dunkel, el Caballero Oscuro. La había estado esperando en el castillo desde que sintió la llamada de la Barca.
- No creí que fueras capaz de hacerlo. No puedes dejarla con Gayus. No es más que un viejo charlatán, demasiado centrado en sí mismo. No sabes hasta donde puede llegar. Conozco muy bien a la gente como él.- En el tono del hombre había un leve atisbo de amenaza.
- Gayus es el más sabio de los magos. La criara bien y le enseñará lo que debe aprender para el momento en el que deba ocupar su lugar. Mi lugar.
La dama seguía en guardia, con la mano levantada para que el hombre que tenía frente a ella no se acercara. A cada movimiento de Dunkel se podían ver chispas entre sus finos dedos. Mientras, el Caballero Oscuro iba rodeándola, manteniendo siempre la misma distancia. No quería provocar una lucha en aquel lugar, no esa noche. Poco a poco iba situándose entre la puerta y Sedna.
- Y que se supone que debe aprender que yo no pueda enseñarle- Su voz era ronca, sonaba lejana-. Sedna, intentas arrebatármela, y no pienso permitirlo. Sabes que si la dejas con Gayus no me podré acercar a ella. Sólo en esta noche de Sou-In puedo llegar hasta aquí sin que se note mi presencia, y provocar otra guerra.
- Eso no es cierto, ¿cómo puedes pensar eso? Es nuestra hija, y jamás permitiría que no pudieras verla. Pero no pienso dejar que la eduques tú. ¿Piensas que estará bien rodeada de demonios y orcos? Cuando tenga la edad adecuada podrás llevártela. Mientras tanto déjala aquí. Por favor.- Sedna habló con tono suplicante. Se acercaba su final y necesitaba el apoyo de de Dunkel más que nunca.- Necesito que lo entiendas.
La mirada de Dunkel fue fría como el hielo. Lilith era su hija y su única debilidad. Adoraba a la niña, y amaba con locura a la madre, pero aquello era demasiado para él.
- También es hija mía, y también heredara mi corona, no lo olvides. No tienes ningún derecho a hacer esto.- Dijo desviando la mirada. No soportaba los ojos tristes de Sedna.
Un rayo de luna apareció entre las nubes, que muy lentamente se iban dispersando, para dejar paso a un cielo color púrpura.
- Por favor. No me lo hagas más difícil.- Las lágrimas resbalaban por la mejilla de la Reina de las Brujas- Pronto llegara el momento de marcharme, y he de dejar todo preparado para cuando Lilith tenga la edad suficiente para reclamar la corona. Debe aprender como es el mundo de los hechiceros. Gayus será su mejor maestro. Confío en él.
- Pues te equivocas.
Dunkel permaneció unos minutos en silencio. Tenía la mirada clavada en el horizonte, como intentado mirar más allá, hacía el futuro.
- Debes esconder bien la corona antes de marcharte, no debe caer en las manos… erróneas.- Contestó en un susurro Dunkel, desviando la mirada hacia el amanecer.- Esperaré diez años y entonces me la llevaré conmigo. En ese tiempo, podrá aprender todo lo que necesita de vuestro mundo.
Dicho esto, se transformó en un cuervo oscuro como la boca de un lobo, y se marchó sin esperar la respuesta. Sedna se giró y dejó a la pequeña Lilith, dormida, a las puertas de la torre, con una nota. Mientras las lágrimas surcaban su cara, se marchó para no volver a ver a su hija.
Lebhar, mientras tanto, despertaba del sopor de una noche de festejos, y volvía a su habitual bullicio. Los comerciantes comenzaron a abrir sus tiendas y puestos. Todo volvía a la normalidad, mientras que una niña pequeña se despertaba a las puertas de la torre más alta de la ciudad.

@Kris_Cb_21

Vidas extrañas

Vidas extrañas - Ilusiones de Tinta
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-Bienvenidos, esta noche en “Vidas extrañas” vamos a descubrir la escalofriante historia del hombre sin nombre. Probablemente hayan oído hablar de él, algunos le conocen como “Míster Alcantarilla” porque precisamente es allí donde vive, pero no siempre fue así. ¿Pueden creerse que hace años era el dueño de una próspera empresa, y que tenía una bella mujer? No se pierdan todo esto y mucho más después de la publicidad.
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-¿Cansado de conducir? Presentamos el nuevo coche New York, con el sistema automatic drive, ahora sólo tendrás que indicar al piloto automático a dónde vas y podrás tumbarte a descansar, leer el periódico o navegar por internet despreocupándote de atascos, o del agotamiento típico de los viajes. Deja que tu vehículo flote tranquilamente por la autopista disfrutando de las nubes. Confía en Fly Cars, tu marca de siempre.
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-Hmm, parecía imposible que nuestros alimentos tuvieran más sabor, pero una vez más hemos logrado que tomar una píldora de Viandac sea no sólo nutritiva sino que estimule tus papilas gustativas haciéndote recordar aquellas comidas deshidratadas en casa de tu abuela. Ahora en botes de veinte pastillas, y comprando tres te regalamos un paquete del nuevo jarabe con sabor a tiramisú.

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-Seguimos con nuestro reportaje estrella de la noche, no se lo pierdan. Es escalofriante la crudeza de la miseria humana, contactamos con Marcia Smith. Marcia, te encuentras junto a nuestro protagonista, ¿verdad?
-Así es, estudio, me acompaña el anteriormente conocido como Thomas Jeffrey, multimillonario y dueño de las principales empresas de la ciudad tales como Viandac, Fly Cars o Travel to Saturn. Todo el mundo se sorprendió con su desaparición e incluso se le había dado por muerto, pero este programa, tras una minuciosa investigación, no sólo le ha encontrado sino que hemos conseguido en exclusiva que nos narre su historia. Señor Jeffrey, ¿Qué lleva a una persona que estaba en la cima a convertirse en un vagabundo que vive entre basura?
-Le aseguro, señorita, que no es por gusto. Todo sucedió muy rápido y aún me cuesta creerlo, pero es verídico. Legalmente ya no existo, no tengo derecho a documento de identidad, ni a sanidad, ni tan siquiera a una comida caliente en el albergue de la quinta avenida; no puedo acceder a mi apartamento ni a mi oficina, mi mujer me invitó a una cena por nuestro aniversario pero no lo supe a tiempo y me dejó creyendo que ya no la amaba, mi vida es un infierno y no hay nadie que me pueda ayudar.
-Pero, ¿cuál es el motivo de toda esta mala fortuna?
-Verá, es simple, todo es por culpa de esta sociedad tan saturada de tecnología, en la que todo ha de hacerse online.
-¿Por qué le echa la culpa de su mala fortuna a la tecnología?
-Oh, es muy sencillo, no puedes ser nadie ni hacer nada sin ella, por eso mi vida se hundió cuando se averió mi terminal informático subcutáneo, haciendo que no hubiera forma humana de conectarme a la Super Red.

New Time, contrate su viaje en el tiempo

New Tima, contrate su viaje en el tiempo - Ilusiones de Tinta

Todo el mundo sabe que los viajes en el tiempo son cómodos y seguros, pero muy pocos conocemos el trabajo que hay detrás de esta afirmación.
Mi nombre es Arthur Stoner y soy el director de la sucursal en esta ciudad de Industrias New Time, la única compañía en el mundo que ofrece al ciudadano de a pie la posibilidad de cumplir sus sueños y viajar a la época (pasada o futura) que elijan.
Si me siguen podrán conocer las instalaciones: aquí está la sala de espera donde podrán elegir dónde, o mejor dicho a cuándo quieren viajar. Tras entregar a nuestra recepcionista el consentimiento y el formulario estándar de renuncia a cualquier tipo de reclamación, el viajero se dirigirá al cuarto de atrezzo donde se le facilitará todo lo necesario para vivir su aventura sin llamar la atención.
Y finalmente llegamos a la sala Wells, donde se encuentra nuestro mayor tesoro: la máquina Cronos. Aquí se le administra al sujeto una solución compuesta por vitaminas y otros fármacos para evitar la posible deshidratación, mareos o desmayos que se pueden sufrir durante la experiencia, así como un sedante ligero ya que de lo contrario se darían casos de desorientación y ataques de ansiedad; una vez dormido, se le introduce dentro de la máquina y se activan los mecanismos temporales que le llevarán en cuestión de minutos a su destino.
Durante cuatro intensas horas podrá disfrutar de la experiencia más alucinante e intensa que pueda imaginar, viviendo de primera mano ese acontecimiento histórico que siempre deseó contemplar o    descubriendo cómo será la vida dentro de unos siglos. Pasado el tiempo sonará una alarma en su pulsera biométrica indicándole que ha de volver a la cápsula temporal donde presionando un botón se activará un pequeño dispositivo adherido a la ropa, el cual inyectará otra vez al viajero el cóctel antes mencionado y desencadenará el proceso que le traerá al presente sano, salvo y feliz.
¿Alguna pregunta? Bien, veo que ustedes los periodistas siempre se interesan por los mismos temas, así que si son tan amables de abrir el folleto que les entregamos a la entrada podrán resolver todas sus dudas sobre esas arcaicas teorías acerca de la paradoja del abuelo o la de los gemelos. Deberían dejar de leer toda esa ciencia ficción barata y esos anticuados libros de física cuántica.
¿Todo claro entonces? Estupendo. Pues esto es todo por hoy, cualquier otra cuestión que les surja será respondida amablemente por cualquiera de nuestros empleados. ¡Ah, por cierto! Casi lo olvidaba. Cuando escriban sus artículos hagan el favor de destacar que hemos acortado el tiempo de espera para conseguir una plaza, ahora se podrá disfrutar del viaje soñado tan sólo un año después de reservarlo.
Gracias por su visita, y no olviden que “New Time es garantía de calidad ahora, mañana y ayer”.

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¡Uf! Menos mal que ya se han ido esos pesados, no soporto a los periodistas,al menos es publicidad gratuita.
¿Qué tal llevamos la preparación del viaje del señor Thompson? ¿Cómo que el actor que hace de Da Vinci se ha puesto enfermo? Tendremos un sustituto. ¿No? ¿Ah, no? Pero, ¿cómo es posible? Buscad uno inmediatamente.
Os juro que como sigamos así tarde o temprano van a descubrir que esto es un timo, y tendremos que admitir que los viajes en el tiempo son imposibles.

El cazador cazado

El cazador cazado - Ilusiones de tinta


Bienvenidos de nuevo a mi tenebrosa cripta queridos amigos y amigas de lo macabro. Si estáis de vuelta por mis dominios eso quiere decir que buscáis más aterradores relatos que llevaros a la boca ¿Me equivoco? Pues tranquilos, que con el viejo Señor de la Cripta y sus estremecedoras historias acabareis atragantándoos.
Para hoy, os tengo preparado un relato que tiene justo lo que estaréis buscando: Sangre, Mucha sangre.
Así que, acomodaos en uno de mis “cómodos” ataúdes y disfrutad con...

El cazador cazado       


El afilado cuchillo se hundió repetidamente en la tersa espalda de la joven. Cuantas más veces hundía el helado filo en la blanda carne. Más chorros de caliente y reluciente sangre se escurrían de los profundos cortes, recorriendo la curvatura de su espalda como si de un carnal circuito se tratara.
Sintió sus afiladas uñas de putón hundiéndose en sus carnosas nalgas. Pero no se quejó, no emitió grito alguno, él era el cazador y ella la indefensa presa. Así que siguió regodeándose con aquella carita pecosa que le suplicaba entrecortadamente clemencia, mientras se ahogaba en su propia sangre.
La hoja se clavó por última vez y con extrema violencia en una hendidura ya abierta. Atravesó unos pocos milímetros más de carne y se encajó profundamente en una vértebra, produciendo un desagradable crujido. Pero ella ya estaba muerta, y afortunadamente, no llegó a sentir el cuchillo alojarse en la profundidad de su estructura ósea.
Trevor Mulder dejó caer el flácido cuerpo sin vida contra el duro pavimento. Colocó su mano derecha en su pecho y sintió los latidos de su desbocado corazón, que poco a poco, recuperó su pulso habitual. Las gotas de sudor que le embadurnaban la cara se reunieron en su barbilla, y comenzaron a caer al suelo mezclándose con la sangre de su joven víctima.
Sangre.
El corazón de Trevor volvió a latir a mil por hora cada vez que observaba a aquel charco volverse cada vez más y más grande.
Le encantaba aquel preciado líquido, su color, su olor…su sabor.
Recordaba el tiempo en el que no era más que un travieso jovencito de nueve años al que le fascinaba ver a su padre verter en su adorada copa litros y litros del rojizo vino que guardaba en su abotargada bodega. Después de oler y remover concienzudamente el contenido del recipiente, su padre se lo llevaba a los labios y bebía de aquel líquido carmesí hasta apurar la última gota. El rojo acabó convirtiéndose en su color predilecto.
Una calurosa tarde de verano, mientras pedaleaba tranquilamente por el pequeño bosque que rodeaba su casa. El pequeño Trevor se encontró con un regalo del destino: un gato moribundo.
Como resultado de un probable enfrentamiento gatuno, el felino había sido derrotado y abandonado a su suerte en medio de aquel bosque.
-Pobrecito.- había comentado el niño, nada más bajar de su bicicleta. Pero su expresión de tristeza cambió cuando se fijo en el lomo y la cara del animal que no paraban de rezumar sangre fresca. Los lastimosos maullidos de auxilio no fueron escuchados por el pequeño Trevor, que solo podía concentrarse en aquella materia que escapaba lentamente del cuerpo del minino. Arrebatándole poco a poco la vida.
Era hipnótico. De repente, Trevor se imaginó un rió lleno de aquel líquido, una lluvia que lanzase sangre en vez de agua, un océano inmenso y carmesí…Su inocente mente comenzó a mutar monstruosamente. El “niñito de mamá” había desaparecido, y lo había suplantado un peligroso ser que se cobijaba dentro del pequeño. Un pérfido monstruo que había esperado pacientemente, agazapado en lo más profundo de su ser, a una ocasión como aquella.
Trevor quería ver más sangre, por lo que recogió lentamente del suelo una robusta rama. Meditó durante unos segundos lo que estaba a punto de hacer, pero aquella monstruosa ansia era más fuerte que él. Estrelló la tosca arma contra el gato. Este maulló dolorido, pero el niño no se amedrentó, y continuó con su macabra iniciación.
La sangre salía disparada en todas las direcciones, los sesos se desparramaron por el suelo, el gato trataba inútilmente de escapar de aquella tortura. Pero Trevor solo se detuvo cuando no pudo reconocer lo que era aquella masa visceral que escupía sangre a raudales. El niño gritó, pero no de remordimiento, si no de satisfacción. Aquella cálida tarde de agosto había nacido el asesino, el torturador… el cazador.
La mente de Trevor volvió a aquel oscuro y sórdido callejón, donde el charco de sangre había rodeado por completo a la chica. Con tranquilidad y parsimonia, Trevor se liberó de su flamante guante derecho de cuero. Se agachó lentamente, y mojó su mano  en el líquido rojo. Después se acercó la mano a su boca y comenzó a lamer aquella sustancia que acababa de arrebatar a la joven. Repitió el proceso tres veces más, y cuando se sintió satisfecho. Trevor limpió su boca con varias toallitas húmedas que guardaba en su querido maletín negro. Junto a su reluciente y afilado cuchillo.
Ahora se sentía mucho mejor, aquella prostituta había apaciguado su insaciable furia homicida.
Se preguntó a si mismo la edad de la muchacha, ¿dieciocho?, ¿tal vez diecinueve años?
“Seguro que era una drogadicta. Una de aquellas chiquillas nacidas en aquellas depravadas calles en las que la violencia y el vicio se dan de la mano.” pensó para sí el psicópata. “Seguro que antes era una chica estudiosa y aplicada que nunca daba problemas a sus papis. Hasta que algún día, un camello la abordó en cualquier esquina ofreciéndole alguna atractiva droga de diseño. Ella aceptó y cuando le entró el mono comenzó su viaje de descenso a los infiernos. Seguro que su único propósito en la vida era conseguir más dinero con el que adquirir su preciada droga. Y, todo aquel largo y tortuoso camino la había llevado a esto. A tener que prostituirse, y a verse obligada a ofrecer felaciones a cambio de  unos míseros dólares. ¿Quién podría haberla advertido de que, un hombre vestido con traje y acompañado de un elegante maletín iba a darle muerte mientras le hacía “un trabajito”?”
Trevor dejó su diálogo interno aparcado por un momento. “¿Eso qué he oído son sirenas?”. El hombre no esperó la respuesta. Se abrochó su ceñido pantalón (que marcaba delatadamente su tremenda erección), y escondió el grácil cuerpecillo de la drogadicta prostituta en el espacioso contenedor de basura que descansaba a su izquierda, oculto entre kilos de malolientes deshechos en plena descomposición.
Salió del oscuro callejón cuando logró (tras varios intentos) calmarse y aparentar normalidad. Su rostro debía ser una mascara, no debía parecer feliz ni tampoco nervioso. En resumen, no debía expresar emoción alguna.
Las calles estaban desiertas a esas horas de la noche de aquel nuboso martes, pero Trevor era muy precavido. Nunca se sabe cuando puedes encontrarte con un policía o cualquier persona capaz de reconocerte en una investigación policial.
Trevor no era de los que matan sin pensar. El analizaba a cada víctima, pensaba detenidamente en las consecuencias de acabar con su vida y si a alguien le podía preocupar su muerte. Por eso, la mayoría de sus víctimas eran vagabundos y prostitutas, deshechos de la sociedad que nadie echaría de menos.
Aunque alguna que otra vez había despachado a alguna deportiva chica que se dedicaba a practicar footing a altas horas de la madrugada. O, a un joven oriental que se disponía  fumarse un cigarro en la parte trasera del restaurante en el que trabajaba… en esas excepciones Trevor se sentía mucho más “cazador”. Escoger a la presa, vigilarla, pensar en como cazarla… todo aquello le hacía sentirse mejor, más “creativo”. Era excitante desplegar el periódico de la mañana y leer la noticia del asesinato perpetrado por él. Ver la fotografía del lugar del crimen y regodearse cuando la policía no descubría al sospechoso… aquello le hacía sentir superior.
Nadie descubriría nunca su secreto. Nadie descubriría que Trevor Mulder, el vecino ejemplar, el trabajador eficiente, era en realidad un peligroso asesino en serie. Que su hobby favorito era apuñalar y beber sangre humana, como si de un aterrador vampiro se tratase.
Vampiro.
Muertos que vuelven a la vida para alimentarse de la sangre de los vivos. Bestias inhumanas que cazan bajo la protección de la fría noche.
En cierto modo, Trevor se identificaba con ellos. Aquellas bestias y el, compartían muchos aspectos en común. Para empezar la adoración por la sangre.
Trevor sonrió maléficamente pensando en la idea de conocer a alguna de aquellas criaturas. “Seguro que haríamos buenas migas” pensó con una sonrisa en los labios.
El hombre entró en la estación de metro más próxima, donde esperó pacientemente la llegada del primero que pasase por aquel desierto andén.
Le daba igual el destino, en aquel momento se sentía poderoso. Aquella noche, había vuelto a arrebatar la vida a otra patética criatura de la creación. Había vuelto a interpretar el papel de la impasible muerte en aquella tétrica función nocturna.
Paso un cuarto de hora hasta que dos ojos luminosos anunciaron la llegada del metro, que aminoró lentamente su marcha hasta detenerse con un chirrido metálico.
Trevor se adentró en el interior del vehiculo que, en aquel momento habría sus puertas. Se sentó cerca de las puertas y observó detenidamente a sus compañeros de viaje. En el extremo derecho del vagón se encontraba dormitando un joven afroamericano con aspecto de pandillero. En sus orejas descansaban unos auriculares que emitían una atronadora música que Trevor identificó como rap. Y, delante de Trevor, descansaba la figura de la joven de aspecto más angelical que el asesino había visto jamás. Su mirada se dirigió atentamente al libro que sostenía en sus delicadas y pálidas manos. Trevor leyó detenidamente el título y se fijó en su portada. Recordaba haber visto ese mismo libro muchas veces en las manos de decenas de jovencitas de instituto. Incluso lo tenían varias secretarias de su empresa. ¡Claro! Era una de esas bochornosas novelas donde los vampiros brillaban a la luz del sol como si de vulgares esferas de discoteca se trataran. Y donde se enamoraban de jóvenes con las hormonas desatadas, mientras se enfrentaban a unos Hombres lobos bastante deplorables. Trevor odiaba todos aquellos escritos que convertían a los vampiros en afeminadas y patéticas criaturas.
Drácula, de Bram Stoker, Carmilla de Sheridan Le Fanu… esos eran los verdaderos vampiros. Seres oscuros y ancestrales. Peligrosos monstruos ocultos bajo una apariencia humana.
Trevor dejó apartado aquellos asuntos literarios y se concentró en la joven.
No debería tener más de veinte años. Llevaba una larga y oscura melena que  recogía en una recatada coleta que colgaba de su espalda. Y su piel era de un blanco invernal parecido a la porcelana más frágil. Pero lo que más le llamó la atención a Trevor fue su cuello.
Sangre.
La imagen de cientos de gotas resbalando sin cesar por aquella piel invernal turbó sus sentidos. Aquella Blancanieves de carne y hueso despertó de su letargo al peligroso cazador.
Trevor intentó detenerlo, pero la bestia ya se había apoderado de él. La muerte de la prostituta no le había saciado, y ahora exigía la sangre de la joven y casta Blancanieves.
El cazador pensó seriamente en perseguir al joven afroamericano, pero desecho rápidamente la idea. Hacía poco tiempo que había tenido un espantoso encuentro en el que acabó con una puñalada superficial en el estómago y sin el dinero de su cartera. Desde aquel incidente, Trevor había decidido dejar en paz a aquellos peligrosos pandilleros que poblaban los callejones de la ciudad.
Los ojos de la joven se posaron en Trevor, y su corazón se aceleró violentamente. En su oscura mente el cazador se impacientaba.
Trevor decidió mantenerse ocupado para tratar de no tener que abalanzarse sobre aquella joven en aquel momento. Con un pañuelo de papel comenzó a limpiar sus gruesas gafas. Después, consultó la hora en su flamante Rolex de plata. Continuó realizando más patéticas actividades hasta que la chica bajó del metro. Trevor también abandonó el vehículo, dejando al dormido afroamericano en su interior.
No sabía lo que le ocurría. Nunca antes le había pasado esto. Nunca cometía dos asesinatos en una misma noche. Se arriesgaba mucho siguiendo a aquella joven por esas tenebrosas calles.
Trevor mantenía un cauteloso espacio entre su presa y él. Pero no era suficiente. El asesino no conocía las calles que transitaba, desconocía la parada donde había bajado… De repente, comenzó a preguntarse si había sido una buena idea seguir a aquella joven. Pero ya no había vuelta atrás. El cazador exigía una presa, ¡y la exigía ya!
De repente la joven Blancanieves giró a la izquierda, adentrándose en un oscuro callejón.
“Perfecto”. Trevor agradeció aquella misteriosa ayuda e introdujo su mano enguantada en el interior de su maletín. Rebuscó con la cubierta mano su contenido, hasta que encontró el mango de su querido cuchillo. Lo sacó cuidadosamente de su ataúd de cuero y lo observó atentamente con admiración a la luz de la luna llena. Aquella hoja volvería a probar la sangre.
Trevor debía tener cuidado. Tenía que ser silencios y letal. No debía dejar que Blancanieves lo descubriera con un cuchillo en su mano. Debía reprimir sus instintos homicidas. Pronto podría hundir su arma en el cuello de la joven y se saciaría lamiendo su sangre. Después, escondería su cadáver, se marcharía de aquel callejón y esperaría pacientemente un tiempo para volver a cazar.
Trevor esperaba que la muerte de Blancanieves calmara al cazador y lo convenciera para que descansara durante unos días.
El cuchillo temblaba en la mano de Trevor. No podía esperar más. ¡Blancanieves debía morir ahora!
El asesino aceleró el paso sin importarle delatar su posición. Ya no le importaba.
El cazador se disponía a abalanzarse sobre la joven, con el mortífero cuchillo en alto. Pero ella se había parado en seco, como si la joven se hubiera petrificado. Continuó en aquella posición, como si el mismo tiempo hubiera detenido su eterno avance.
Trevor no sabía que hacer, el también estaba parado en aquel perdido callejón con un cuchillo en una mano y un maletín en la otra.
Blancanieves continuaba quieta, como si estuviera esperando pacientemente un autobús fantasmal. O como si lo que estuviera esperando, fuera su muerte a manos de Trevor.
Tenía que hacer algo. En cualquier momento la joven se daría la vuelta y se encontraría con la visión de un ejecutivo cuarentón asesino. ¿Quién sabría lo que ocurriría entonces?
La mente de Trevor volvió a funcionar, y el cazador volvió a tomar el control del cuerpo del hombre. El cerebro procesó fugazmente un mensaje que envió con velocidad sónica a la mano derecha de Trevor. El cuchillo rajó el aire que le separaba de su presa. Su objetivo ya estaba a pocos centímetros. Pronto, la sangre volvería a derramarse a los pies del cazador. Pero de pronto, Trevor ya no sentía el arma en su mano. El cazador observaba horrorizado el rostro de la chica, quien se había dado lentamente la vuelta.
La sangre que circulaba por sus venas se congeló al instante al verle el rostro a la desmejorada Blancanieves.
Su cara había sufrido una monstruosa transformación. Aquellos ojos azules se habían vuelto del negro más profundo y sórdido que el asesino había visto jamás. Pero lo peor, y lo más terrorífico eran los mortales instrumentos que contenía su boca. Una boca repleta de dientes blancos y afilados como cuchillas. Unos dientes extremadamente punzantes que se dirigían indomables hacía Trevor.
De repente, la bella Blancanieves se había convertido en la monstruosa Bestia de los cuentos infantiles.
Por primera vez en su vida Trevor sintió el miedo apoderándose de él. El cazador se había convertido de repente en la patética presa.
El último pensamiento que procesó su cerebro antes de que Blancanieves se le echase violentamente al cuello. Fue que había descubierto al fin a uno de ellos. A un No Muerto. A un ser de las sombras. A un…vampiro.
Con ese pensamiento en mente, Trevor abandonó el mundo de los vivos con una sonrisa en los labios.

Elissa terminó de alimentarse de la sangre de aquel patético hombrecillo. Su dentadura se alejó del blanquecino cuello del hombre. Y, poco a poco, volvió a recuperar el aspecto dócil y bello de antes. Sus mortales piezas bucales se ocultaron en las encías dejando ver una dentadura de aspecto humano. Sus facciones se volvieron a tersar, y sus ojos recuperaron el color azul que tanto gustaba a los hombres.
Sacó de su bolso un precioso pañuelo de seda y comenzó a limpiarse la boca con recato, como si estuviera en un elitista restaurante de cinco estrellas. Cuando acabó de limpiarse, Elissa ocultó el helado cuerpo del hombre en un contenedor de basura. Como había estado haciendo durante los últimos años.
Un objeto brilló intensamente en el suelo, y la bella vampira se agachó para recogerlo. Era un cuchillo que debía de pertenecer al cadáver. Elissa esbozó una siniestra sonrisa. Por lo visto aquel patético hombre pretendía matarla. A ella. A una vampiresa. Al depredador más peligroso que albergaba el planeta Tierra.
Elissa sabía desde el principio que la estaba persiguiendo, pero nunca imaginó que aquel patético oficinista pretendiera atacarla, y mucho menos asesinarla. Daba igual. Lo importante es que se había alimentado. La sed ya no la reclamaría hasta dentro de unos días.
La centenaria vampiresa abandonó el oscuro callejón en el que descansaba el seco y sonriente cuerpo de Trevor Mulder. El cazador cazado.

Como acabáis de ver amigos y amigas, hasta el más experimentado de los cazadores puede convertirse en cualquier momento en la asustada presa.
Trevor siempre quiso conocer a un vampiro. Y finalmente lo consiguió. Aunque, ese encuentro lo dejó con la garganta algo “seca” de la emoción.
Espero que hayáis disfrutado con la historia de Trevor Mulder. El desafortunado cazador cazado. ¡Hasta la próxima queridos cripteros!

@KillRubn

La bestia tras la piel

La bestia tras la piel - Ilusiones de tinta

Los gruñidos se escuchan cada vez más lejos. Parece que lo que quiera que te esté persiguiendo, ha desistido en continuar en tu búsqueda. Aunque no por eso dejas de caminar. Puede que en cualquier momento decida volver a por ti.
Vagas sin rumbo por el espectral bosque. Esperando encontrar una salida con la que poder escapar de este infierno.
La luna llena reina solitaria en ese siniestro cielo negro sin estrellas. Fue en el momento en el que se alzó la luna llena cuando, tu y tus amigos comenzasteis a escuchar esos aullidos lejanos a los que no disteis ninguna importancia. A ninguno de vosotros os importó que en ese bosque apareciesen descuartizados varios excursionistas. Es más, eso es encantó. Ya que las chicas que llevasteis a vuestra acampada, se mostraron más “accesibles” cuando les metisteis el miedo en el cuerpo a base de truculentas leyendas urbanas y escalofriantes historias, que las echaron literalmente a vuestros brazos.
Pero, las pisadas se hicieron más fuertes, y los gruñidos podían escucharse nítidamente en el silencio de la noche. Y de repente, todo eran gritos de auxilio y aullidos estremecedores. Sangre y lágrimas.
Tú fuiste listo, y escapaste de esa carnicería a tiempo. Mientras tus compañeros trataban de herir inútilmente a esa criatura.
Eso había ocurrido aproximadamente hacía diez minutos. Durante todo ese tiempo, te vistes obligado a correr por tu vida. Mientras tus amigos chillaban de dolor al ser destrozados por las fauces de aquella misteriosa bestia.
Unos muros de fría piedra y una verja de metal oxidado se materializaron delante de ti.
“Cementerio” te repites aquella palabra tres veces al leerla en la vieja verja.
Nunca has escuchado que en el interior del bosque, existiese un cementerio. Claro que, nunca te hablaron de aquella bestia que habitaba en el, así que ¿Quién sabe cuantos secretos guarda este aterrador lugar?
Te resistes a cruzar el umbral del cementerio. Nunca te han gustado esos lugares y siempre los has evitado en la medida de lo posible. Pero aquellos aterradores aullidos te obligan a tomar una respuesta inmediata. Y como no te ves en condiciones de enfrentarte a aquel monstruo desarmado. Te atreves a enfrentarte a tus miedos y a entrar a ocultarte en aquel fúnebre lugar.
Es un cementerio abandonado de eso no te quepa ninguna duda. Lo constatas al reparar en todas las malas hierbas que crecen por todos lados, y en el mal estado de las lápidas.
Te fijas en un detalle insólito al posar la mirada en esos monumentos funerarios. Y es que, en ninguno de ellos figura el nombre del fallecido, ni la fecha de defunción, ni nada que indique la identidad de quienes reposan eternamente en aquellas anónimas tumbas.
Detienes tu camino, cuando te encuentras delante de un mausoleo con las puertas de metal abiertas de par en par. Como si, los que allí estuviesen enterrados, esperasen la visita de unos familiares que llorasen su pérdida y que nunca llegan.
No te quedan más opciones que la de refugiarte en aquella edificación funeraria y esperar a que el día reinase.
Cuando cierras las puertas de metal te envuelve la más densa de las oscuridades. Es entonces cuando te acuerdas de que en el bolsillo derecho de tus pantalones. Guardas un mechero que enciendes al momento. La pequeña llama ilumina tu rostro, y revela miles de motas de polvo que llenan el interior del mausoleo. En ese momento, agradeces no ser asmático, ya que estarías en un serio problema.
Te atreves a adentrarte en ese tenebroso lugar, esperando encontrarte las tumbas de toda una familia. Pero la construcción parece vacía. A excepción de unas escaleras situadas en el centro del mausoleo que descienden hacía las entrañas del cementerio.
Piensas en la posibilidad de salir de aquel lugar cuando, de las profundidades del mausoleo, una voz espectral te reclama por tu nombre.
Lo lógico sería escapar de allí, pero la voz parece tener un efecto hipnótico en ti. Ya que, en ese momento te descubres bajando las escaleras e introduciéndote en las entrañas de lo desconocido.
Llegas sano y salvo a lo que parecen ser una red de túneles subterráneos. El repentino correteo de una traviesa rata hace que te pongas en camino. Sin saber bien a donde te diriges.
La voz vuelve a reclamarte, y te lleva por lugares en los que las telas de araña te obligan a apartarte, para no tener esa asquerosa sustancia recubriendo todo tu cuerpo.
Por fin llegas al lugar del que procede la voz. Una puerta de acero hundida en la roca, que se abre automáticamente. Con un desagradable chirrido de sus oxidados goznes.
El mechero se queda de repente sin combustible y se apaga. Pero no importa, ya que el lugar en el que entras, esta iluminado con miles de velas.
Es una cripta. Lo sabes en el momento en el que reparas en el ataúd de piedra situado en el centro de ella.   
Entras en ese siniestro lugar recorriéndolo con la mirada. Era un lugar poco acogedor. Había estanterías llenas de libros polvorientos, decenas de aparatos de tortura propios de la Inquisición. Esqueletos y calaveras de todos los tamaños y formas y muchas más cosas que te producen un escalofrío que recorre tu espalda como una serpiente sinuosa.
El ataúd de piedra se abre. Y de su interior, sale un ser que te recuerda, a un famoso personaje, de una vieja serie de televisión de los noventa.
Su piel es acartonada. Unos cuantos mechones de pelo plateado coronan su calva. Su boca repleta de podridos dientes parece estar marcada por una eterna sonrisa. Y sus ojos faltos de parpados, te observan inquisitivamente.
-Bienvenido a mi cripta inesperado visitante.-te saluda el animado cadáver, mientras abandona su féretro y se alisa sus antiguos ropajes.-Veo que has decidido aceptar mi invitación, y has venido a visitarme en esta fría noche. Debes de estar cansado. Por lo visto has estado escapando de alguien, o “algo”. Pero no temas, a este lugar no se atreven a entrar ni los vivos…ni los muertos. Aunque tú, eres la excepción querido amigo. ¿Qué quien demonios soy yo, me preguntas? Pues un aburrido cadáver con muuuucho tiempo libre. ¿Que cual es mi nombre? Es difícil de responder, ya que hace tanto tiempo que no uso mi nombre mortal, que se ha acabado perdido. Pero puedes usar el nombre por el que se me conoce en todo el cementerio. Llámame Señor de la cripta.
Cada vez que visites este infecto lugar, te irás con la mejor sensación de todas: el Terror. Y eso lo conseguiré de una forma u otra. Puede que os deleite con mis tenebrosos relatos, o que os cuente algo sobre algún asesino o ser de ultratumba. O quizás os recomiende un buen libro o una fantástica película que podáis disfrutar, en la “seguridad” de vuestros hogares.
Como es el primer día, he querido empezar nuestro aterrador viaje, con un relato de mi macabra colección. En el, te encontrarás con mi propia versión de La Bella y la Bestia. Pero, no esperéis encontrar una historia de amor. No. En esta historia, la bestia es eso. Un monstruo sediento de sangre. Y la Bella, pues una inocente muchacha, que tendrá que evitar caer en sus afiladas garras. Así que, prepárate para afrentarte a…

La bestia tras la piel


Los continuos gritos de auxilio que la joven emitía, resonaron por los largos pasillos de aquella abandonada fábrica a las afueras de Madrid.
Nadie podía escucharla, pero ella continúo implorando una milagrosa ayuda que nunca llegaría.
Llevaba un buen rato escapando de “él” por aquellos laberínticos pasillos, y sus maltratados pies le exigían un buen descanso.
La chica decidió parar cuando un traicionero y puntiagudo cristal que descansaba en el suelo, le perforó dolorosamente la desnuda planta de su pie derecho. Ahogó un gemido dolor y buscó refugio detrás de una torre de enormes cajas de madera, que en su día debieron contener algo de valor.
Los ojos de la chica se embadurnaron de lágrimas. Aquello no podía ser cierto, lo que había visto era producto de su imaginación, aquella cosa no podía existir. La joven se repitió aquellas palabras una y otra vez, mientras se sacaba lenta y dolorosamente, el afilado cristal que se había alojado en su pie. Frustrada, la joven arrojó el sanguinolento fragmento, lo más lejos que pudo de ella.
Se había perdido. Se había internado por aquel ruinoso edificio a ciegas y en la más completa oscuridad. Tenía que buscar la salida. Debía escapar de aquella fábrica infernal y de aquel horrible ser que se escondía en ella. Quería volver a la seguridad de su casa, quería abrazar a sus padres y a su insoportable hermano pequeño. Dormir en su mullida cama, asistir a las horribles clases de su instituto. Quedar con sus amigas, enamorarse… Quería vivir.
Se tiró violentamente de los pelos. Maldijo la hora en la que había desobedecido el castigo impuesto por sus padres y  había abandonado el domicilio familiar para ir a la discoteca con sus alocadas amigas. Se lo había pasado bien, había bailado, bebido y flirteando con todos los jovencitos que se cruzaban en su camino. Pero cuando salieron del marchoso edificio a las tantas de la mañana la joven estaba sola. Sus amigas se habían juntado con un par de esculturales jóvenes y las dos los estaban comiendo a besos y lascivas caricias. Por su parte, ella no había logrado cazar a nadie que mereciese la pena. Aunque no le importó, ella no quería ganarse la fama de facilonas que ellas tenían grabado a fuego en sus provocativos escotes. Así que se despidió de aquel par de hormonas ambulantes y emprendió el camino de vuelta a su casa. Donde seguramente la estarían esperándola una furiosa pareja de progenitores armados con un poderoso castigo. De repente, no le hizo tanta gracia la idea de volver a casa. Pero, ¿Qué más podía hacer?
La chica cruzó las oscuras calles tranquilamente. A veces, algún cuarentón borracho con ganas de juerga la abordaba con asquerosos piropos que hacían reír a pleno pulmón a sus estúpidos compañeros. En esos casos, la chica los ignoraba completamente. Por suerte, ella tenía en sus orejas los auriculares de su iPod, y no tenía que escuchar la mayoría de las barbaridades que decían aquellos indeseables.
El efecto del alcohol en aquellos hombres era brutal. Muchos tenían pinta de ser serios empresarios de día, pero por la noche se convertían en babosos hombrecillos con ganas de juerga.
La chica llevaba unos diez minutos caminando por las calles de su querida Madrid. Y sólo le quedaban unos pocos minutos para llegar a la seguridad de su casa cuando lo notó.
Al principio sólo fue un pequeño soplo de aire frío. Pero de pronto, aquel gélido aire le recorrió lentamente su espalda. Como si de una suave caricia de amante se tratara.
Aterrada, la joven se dio completamente la vuelta esperando encontrarse con un violador, o un asesino dispuesto a acabar con su joven vida. Pero ninguno de aquellos monstruos la estaba esperando.
La calle estaba desierta. Los coches no cruzaban la carretera, los juerguistas ya no caminaban por las calles. Parecía que todo el mundo hubiese desaparecido, y que ella se había convertido en la única persona viva en la faz de la tierra.
Apagó su iPod y lo guardó lentamente en su carísimo bolso. Sin la música, el mundo perdió por completo su sonido.
Todo estaba en sepulcral silencio.
No se lo podía creer, ¿acaso se había vuelto sorda?, ¿No volvería a escuchar nada?, ¿Habría estado escuchando su música a tanto volumen como para que sus tímpanos hubieran reventado?
Decidió dirigirse a su casa sin más demora. Allí, su padre podría ayudarla, era un eminente médico. Pero alguien la estaba esperando en su camino.
La chica no distinguió bien lo que era. Lo único que pudo ver antes de que un oscuro manto le ocultase su campo de visión fueron unos aterradores ojos amarillos e inhumanos.
Cuando los ojos desaparecieron, todo se volvió oscuro.
No supo cuanto tiempo llevaba envuelta en sombras en aquel extraño estado de semiinconsciencia. Pero, cuando despertó sintió sus extremidades terriblemente adormecidas.
Sus ojos tardaron un poco en acostumbrarse a la penumbra del lugar. Poco a poco distinguió los objetos que la rodeaban. En una enorme y polvorienta mesa había desparramado cientos de amarillentos folios, y otros sucios objetos, cinco sillas con las patas rotas, y el apolillado colchón donde estaba recostada.
La chica se levantó algo mareada, pero logró sobreponerse. Trató de encontrar su bolso, pero, como había esperado, quién la hubiera secuestrado lo habría puesto a buen recaudo.
De repente, un terrible hedor atacó sus fosas nasales. Mientras se tapaba la nariz con una mano, la otra buscaba con desesperación el pomo de la puerta que tenía delante.
Ojala no la hubiera abierto.
Miles de velas desperdigadas por todas partes iluminaban completamente la siniestra escena. Decenas de cuerpos colgaban de oxidados ganchos en el techo, balanceándose en una continua danza macabra. Eran hombres y mujeres de todas las edades, razas, y… hasta niños. Todos en diferente estado de descomposición y desprovistos de diferentes partes de su cuerpo. Algunos no eran más que esqueléticas figuras con carne negra pegada.
Un monstruoso gruñido rebotó en la ruinosa estancia, pero ella no lo escuchó. Se dirigió con paso trémulo al centro de aquella infernal cámara de los horrores. Donde, en un improvisado altar de piedra, reposaban varios pedazos, de lo que en su día debió de ser un precioso bebé. Ahora, no era más que un triste amasijo de sangre y vísceras sanguinolentas.
Aquello era demasiado, la joven no pudo evitarlo y vomitó todo el contenido de su estómago.
No podía creer lo que sus ojos estaban viendo, aquello era una verdadera carnicería. Era un perturbador paisaje que sólo una mente enferma podría concebir en el interior de un amurallado manicomio. Cuerpos mutilados, sangre por todas partes y pilas de huesos podridos desperdigados por el suelo. La joven sabía que  aquella negra estampa le acompañaría todas las noches de su vida. Ya nunca podría dormir tranquila.
Otro gruñido la alertó, pero ya era demasiado tarde. Y fue entonces cuando él apareció.
Aquel ser parecía arrancado de una de sus peores pesadillas. Su oscura piel escamosa relucía de manera siniestra a la tenue luz de las velas. Sus garras, sujetaban lo que parecían restos carnales del infante, y todavía le colgaban tiras de flácida piel en su boca repleta de mortales incisivos.
El monstruo se erguía majestuoso sobre sus robustos cuartos traseros, mirándola fijamente a los ojos. Con aquellos ojos amarillos e inhumanos que parecían decirle: “Tú serás la siguiente”.
Escapó en el acto, no permitió que aquella cosa se le echara encima. Pero el ser no la comenzó a perseguir hasta que ella hubo abandonado su oscuro santuario.
Y allí estaba, refugiándose indefensa tras una pila de cajas mientras esperaba la llegada de aquel ser infernal.
Se preguntó por qué, aquel ser la había dejado escapar. Estaba claro que podría haberla aprisionado en cualquier momento. Pero el había esperado pacientemente a que ella se alejara lo más posible de el.
“¡Esta jugando conmigo!” pensó para sí la joven. “Como el gato que juega con el ratón antes de zampárselo.”
Si, sin duda era la respuesta más lógica. Aquel monstruo quería divertirse un rato con ella. Perseguirla por sus dominios y en el momento más oportuno…cazarla sin compasión como el vil depredador que era. Así, la joven se convertiría en un cuerpo más de los cientos que reposaban en su guarida. ¡Pues no lo permitiría!, no se dejaría vencer tan fácilmente.
Decidió ponerse en movimiento. Ya se encontraba mejor, había recuperado fuerzas, y la herida en su pie le dolía menos. Se aseguró de que aquel ser no merodeara por la zona, y al rato ya había dejado atrás su precario escondrijo.
Caminaba muy despacio, ya que no podía apoyar del todo la planta de su pie derecho en el suelo. Pero, tras unos metros de agudos e insoportables dolores, la joven logró llegar a una astillada puerta entreabierta. Pensó en entrar, pero la simple idea de encontrarse con otra terrorífica escena como la que había visto antes la aterrorizó. ¿Quién sabía cuantas más macabras sorpresas la esperaban tras aquella puerta? Pero el característico gruñido de la criatura que la perseguía la ayudo a tomar la decisión. Entró atropelladamente en la oscura estancia, mientras cerraba con cuidado la maltratada puerta tras de sí. Se sentó en el frío suelo y rezó a cualquiera deidad que la pudiera ayudar en ese momento.
Guardo silencio cuando escuchó los pasos del engendro cerca de ella. El tiempo transcurrió mas lento de lo habitual por cada paso que daba el ser. Cada segundo que pasaba le acercaba más a la endeble puerta tras la que se cobijaba la indefensa joven. Esta, sintió el corazón en un puño cuando los pies del negro ser pararon delante de la puerta. Aguantó la respiración y rezó en silencio para que aquel infernal ser desapareciera del mundo. Sus oraciones parecieron ser escuchadas. Ya que, después de que lanzara un gruñido, de lo que parecía frustración, el ser volvió sobre sus pasos.
La chica se mantuvo quieta, hasta que las zancadas del monstruo fueron inaudibles. Entonces lloró desconsoladamente. Quería escapar de aquella pesadilla, ya no aguantaba más.
Su mano rozó, de repente, un objeto frío y metálico que agarró esperanzada. Tuvo que concentrar mucho la vista para poder distinguir lo que era. Un mechero zippo de plata, con una preciosa águila real con las alas desplegadas grabado en el centro.
Volvió a rezar para que aún le quedase algo de combustible a aquella pequeña joya. Una sonrisa de satisfacción le iluminó el rostro, cuando una pequeña, pero poderosa y cálida llama, iluminó la fría habitación. Con paso firme, la joven comenzó a buscar decidida una salida con la que poder escapar de aquella terrible pesadilla. Pero lo que encontró fue otra cosa más perturbadora.
La chica se dirigió lentamente hacía la pared que tenía en frente suya, la cual, estaba completamente empapelada. La adolescente acercó con cuidado la poderosa llama del mechero, que iluminó de pronto decenas de fotografías. Hombres, adolescentes, niños…todas las fotografías mostraban a personas siempre sonrientes. La joven reparó de repente en una palabra que poseían todos aquellos rostros: Desaparecido.
“Miguel Costas Lama de 6 años de edad desapareció el pasado sábado 13 de mayo en los alrededores del parque del Retiro de Madrid, si alguien lo encuentra o conoce su paradero póngase inmediatamente en contacto con su familia…” La chica volvió a leer atentamente el papel, conocía aquel nombre. ¡Claro que lo conocía! Lo había oído cientos de veces en todos los telediarios. Era aquel niño que raptaron hacía ya un mes. De repente, a la mente de la joven le asaltaron las imágenes de todos aquellos cuerpos putrefactos ¿Estaría el inocente Miguel entre ellos?, ¿Fue aquel ser quién lo arrancó de las protectoras manos de su madre aquel aciago día?
Sofía Fernández de 23 años, Rafael Alonso de 34, Ricardo Escalada de 14 años… también habían desaparecido este año. Pero la muchacha siguió leyendo más carteles. Agustín Gómez desaparecido el 24 de diciembre de 1991, Lucía López desaparecida el 10 de agosto de 1984… y así hasta el último cartel, que databa en febrero del 74.
Todas aquellas personas habían sido capturadas por él. Y todas habían sido buscadas sin éxito y olvidadas para siempre en aquella endiablada fábrica. Se preguntó cuanto tiempo tardaría su foto en ocupar un lugar en aquella siniestra pared de los olvidados.
“Blanca Lahera Forteza desaparecida el 20 de abril de 2012 en alguna discoteca del centro de Madrid, si alguien la encuentra, o conoce su paradero, póngase en contacto con su familia…” Y encima de aquel texto aparecería su sonriente foto, único testigo de su paso por este mundo.
Blanca estaba indecisa, no sabía que hacer. Todo parecía perdido, aquel ser la encontraría tarde o temprano, ¿qué más daba lo que hiciese?
La joven se apartó de aquella fúnebre pared y se increpó a si misma su pesimismo. Saldría de allí viva, y alertaría a las autoridades del peligro que contenía aquella abandonad fábrica. Dirigió el mechero a su derecha y continúo su camino, pero frenó en seco al encontrarse una pila de objetos a sus pies. Predominaban las carteras y la deshilachada y ensangrentada ropa. Pero había muchas más cosas: bolsos, mochilas, navajas, relojes y decenas de móviles. Sin duda aquellas pertenencias eran los trofeos que aquel monstruo se agenciaba de los inertes cuerpos sus victimas. Además de todos los carteles de desaparecido que aquel ser debía de llevarse de las calles de Madrid. Entonces Blanca se preguntó que era aquel ser ¿acaso era un demonio salido de las entrañas del infierno?, ¿un experimento fallido de algún malvado y vil laboratorio?...  ¿¡Qué diablos podía ser aquella criatura que raptaba personas para después devorarlas cual bestia salvaje!?
Blanca decidió buscar algún móvil en condiciones con el que poder hacer una mísera llamada. Pero pronto desistió en su empresa ya que, o tenían la pantalla rota, o se habían quedado sin batería. Frustrada, comenzó a arrojar los teléfonos inalámbricos por toda la estancia, sin preocuparse por el estruendo que producían al destrozarse contra el duro suelo. De repente, y sin darse cuenta, Blanca sacó un pesado objeto de aquella inestable pila. Acercó la luz del zippo para iluminarlo, pero la chica ya sabía lo que era.
Una pistola.
De pronto, el arma se volvió más pesada en la insignificante mano de Blanca. Nunca en su vida había tocado un arma de fuego. Pero sólo su tacto, ya la hacía sentir más segura. Si aquel monstruo aparecía, Blanca lo estaría esperando para convertirlo en un colador… ¿¡Pero en qué estaba pensando!? Ella no había visto una pistola más que en películas y series de televisión. No sabía disparar, y mucho menos si funcionaba, o si aún le quedaban balas. ¿Qué podía hacer? ¿¡Qué demonios iba a hacer!?
Comenzó a caminar en círculos intentando calmarse. La pistola le pesaba más y más, y un espantoso frío la estaba congelando rápidamente. Su pie herido pisó algo blando, y chilló horrorizada. Sin poder evitarlo, la chica apuntó con la pistola al suelo. Donde un destrozado bebé de plástico le sonrío con una siniestra sonrisa. Más tranquila, y con el corazón latiendo a velocidad normal, Blanca recogió el maltratado juguete del suelo. Le faltaba el brazo derecho, y su coqueto vestidito estaba algo roto. Pero aún se podía leer algo en él, un nombre escrito en rotulador rosa permanente: Clara.
Las lágrimas volvieron a aflorar en los ojos de Blanca. Volvió a llorar. Por ella, por Clara, y por todo aquel que había perecido en aquel maldito lugar. Cuando se quedó sin lágrimas que derramar, la chica volvió a posar el triste juguete en el suelo, donde esperaría eternamente a una dueña que nunca vendría.
Agarrando con una mano la empuñadura de la pistola y con otra el mechero, Blanca se dirigió con paso firme a la salida de aquella particular sala de trofeos. Estaba preparada y decidida a acabar con aquella vil criatura aunque supusiera su fatídica muerte. Lucharía en nombre de todas aquellas victimas anónimas, mataría a aquella sabandija asquerosa. Acabaría con aquel monstruoso error de la naturaleza para siempre.
El pasillo pronto se llenó de aquellos guturales gruñidos que anticipaban la llegada de la bestia. Blanca levantó con mucho esfuerzo el arma apuntando al frente. No tuvo que esperar mucho tiempo para poder vislumbrarlo. Aquellos bestiales ojos la miraron con superioridad, y aquella boca mostró con regocijo su temible dentadura. Por su parte, Blanca le devolvió la dura mirada, y profiriendo un poderos grito apretó el duro gatillo al mismo tiempo que la bestia se abalanzaba sobre ella. En el último momento, la joven se despidió de todos sus seres queridos preparándose para lo peor.
El disparo resonó por todos los escondrijos de aquella monstruosa fábrica. Pero nadie escuchó el aullido de victoria del ganador.

Abrió los ojos con mucho esfuerzo. Había tenido una noche movidita. Recordaba haber raptado a una chica de castaña cabellera de aquellas frías calles. Su olor lo había atraído hacía ella, fue sencillo, lo único que tuvo que hacer fue hipnotizarla y llevarla a su guarida, como había hecho cientos de veces. Decidió jugar un rato con ella, ya que en casa le esperaba un delicioso y tierno tentempié con el que saciar su hambre durante unas horas.
La joven confusa y desorientada había escapado al verle. Todos lo hacían. En cuanto contemplaban su aterrador aspecto y su abundante despensa, en lo único que pensaban era en escapar. Pero era imposible. Aquella fábrica se había convertido, a lo largo de los años en su hogar. Conocía de memoria todos lo escondites posibles en los que se podía cobijar una aterrada presa.
Pero fue entonces cuando todo se torció. Aquella mocosa había encontrado su sala de trofeos. El sabía que ella se cobijaba allí, el olor de su sangre lo atraía como una abeja hacía la miel. Y su miedo se podía palpar detrás de aquella endeble puerta. Sin embargo la dejó con vida un rato más. Dejaría que la joven se arrancara las uñas con saña de pura desesperación. La idea le encantaba. Pero de pronto, la chica apareció ante él con una pistola en la mano. El monstruo no se preguntó de donde demonios la había sacado. Supuso que, entre toda aquella montaña de objetos sustraídos a sus victimas, tenía que haber a la fuerza un arma. ¿Sería de aquel pandillero dominicano que le había sentado tan mal? ¿O acaso perteneció a aquel policía local que había puesto en peligro su hogar?
La joven había disparado el arma. Y la bala atravesó la gruesa piel de la criatura adentrándose dolorosamente en su hombro derecho. Pero la bestia ignoró el dolor, y armado con sus zarpas, destrozó con saña el esbelto cuerpo de la chica.
Le había arrancado el corazón aun latente del pecho. Lo había estrujado, produciendo una lluvia de sangre que cubrió su oscura piel. Y, después de darle un violento mordisco al carnoso órgano. La bestia había lanzado un poderoso aullido de victoria que resonó por todos sus dominios. Aquella noche había vuelto a matar, había vuelto a alimentarse, había vuelto a ser la bestia.
Se levantó algo mareado del sucio camastro, donde había descansado durante unas pocas horas. Y se dirigió con paso trémulo hacía el agrietado espejo que descansaba en la pared de su izquierda.
La luz de la mañana atravesó la mugrienta ventana del techo y permitió al ser, verse reflejado.
Su aspecto era completamente diferente. Por las mañanas, el ser se despertaba con el aspecto de la persona de la que se había alimentado. Había poseído el aspecto de cien personas de diferente índole: el de una desdichada ama de casa, el de una atractiva prostituta, el de un ejecutivo sin escrúpulo…Aunque aquella habilidad no funcionaba con niños ni bebés. Al ser le daba igual, incluso lo agradecía. Sería muy extraño y grotesco ver a un bebé cubierto de sangre y vísceras, gateando entre decenas de destrozados cadáveres.
Blanca Lahera Forteza sonrió grotescamente al agrietado espejo. Su cara tenía sangre seca pegada, y en sus desnudos pechos y vientre, descansaban los últimos pedazos de la verdadera Blanca.
El oscuro ser posó su mirada en el hombro, donde la herida de bala había desaparecido completamente. Siempre ocurría lo mismo. Por muy profunda que fuese la herida, si el monstruo se alimentaba, esta se curaba milagrosamente.
La criatura decidió asearse un poco con el agua que recogía en un cubo en las noches de lluvia. Dejó que aquel helado líquido le recorriera su desnudo cuerpo, despegando cualquier trozo de víscera que aun se mantuviese pegado en su tersa piel.
Cuando acabó de lavarse por completo, la criatura abandonó su precaria habitación y se dirigió hacía su sala de trofeos. Cruzó la despensa, deleitándose con el olor de la carne en putrefacción. Y con aquel maravilloso olor refugiado en sus fosas nasales, la bestia continuo su camino.
De pronto, la criatura se encontró el destrozado cuerpo de Blanca tirado de cualquier manera en medio de aquel lúgubre pasillo. Detuvo su marcha y la observó detenidamente. Su caja torácica estaba reventada, y su interior no contenía nada. El corazón, los pulmones, el estómago... El monstruo se había alimentado de la joven sin compasión.
Los ojos muertos de la muchacha le observaron funestamente. Pero la criatura los ignoró. Siguió caminando y pensando para sí mismo que debía colgar el cadáver en su despensa con los demás en cuanto volviera.
Abrió la puerta de la sala de los trofeos y la cruzó hasta llegar a la montaña de pertenencias. Donde estuvo rebuscando durante veinte minutos hasta encontrar lo que buscaba: ropa limpia.
Una holgada falda, unas botas, una camisa y una cálida cazadora. El ser se vistió con aquellas impolutas prendas. Y cuando vestido decentemente, se preparó para salir a la ciudad.
Tenía trabajo que hacer.

La falsa Blanca estaba sentada en uno de los bancos del sosegado parque del Retiro de Madrid. Contemplando con fascinación la magnífica estatua del Ángel Caído.
Observando detenidamente la trágica expresión de su rostro y su figura, que se retuerce mientras una funesta serpiente se enrosca en su cuerpo. Obligándole a abandonar el reino de los cielos y precipitándole hacía las profundidades del infierno.
Llevaba una hora sentado delante de la escultura. Preguntándose el porqué en la expresión del Príncipe de las Tinieblas.
Le encantaba aquella estatua. Se podía pasar horas enteras delante de ella. Se sentía igual que Lucifer. Era un incomprendido. Habían sido expulsados del Paraíso.
Lucifer había desafiado a Dios. Pero él no le había hecho nada a nadie. Él ya había nacido así, su bestial naturaleza había nacido con él, en aquella abandonada fábrica de las afueras de Madrid.
¿Qué era? ¿un mutante?, ¿un demonio como el que dormitaba eternamente en ese parque? Nunca obtenía la respuesta a aquella pregunta. Solo sabía que por las noches se convertía en un aterrador monstruo, y que por las mañanas se levantaba transformado en alguien que no era él. Aunque no podía negar su naturaleza, sabía muy bien que debajo de aquella falsa piel, dormitaba una bestia terrible e insaciable.
Siempre había sido así, desde que despertó ya convertido en la bestia aquella fría noche del 74. Desde entonces su única preocupación en la vida era alimentarse. Y su único pasatiempo, colgar a sus víctimas por las piernas y dejarlas descomponerse al aire libre.
La gente continuaba con sus quehaceres tranquilamente. Ignorando que, muy cerca de ellos, un terrible ser los seleccionaba mentalmente para convertirlos en su próxima comida.
¿Quién podía ser el siguiente? ¿La deportiva joven que practicaba diariamente footing por orden directa de su cardiólogo? ¿La acaramelada pareja que expresaba libremente su amor en el verde césped del parque? ¿O el despreocupado artista que dibujaba al Ángel Caído en su bloc de dibujo?
Cualquiera podía ser la próxima víctima, cualquiera podía acabar en el estómago de la bestia. Y tendría que decidir rápido, ya que estaba a punto de anochecer. Y la bestia pronto reclamaría salir de su carnal prisión y divertirse con algún pobre diablo.
Su nariz captó el olor de un posible victima. La criatura se guió por aquel dulce aroma. Caminó por el parque ya vacío, mientras notaba como la bestia en su interior destrozaba el falso disfraz. Con la ayuda de sus manos, el monstruo comenzó a arrancarse tiras de piel, enseñando su verdadero aspecto.
Cuando se deshizo de toda la piel y la ropa, ya no le quedaba nada que le hiciese parecer humano. Ahora era una bestia que acechaba cautelosamente a una mujer que hacía el amor con un hombre escondidos entre frondosos arbustos.
“Perfecto” pensó para sí la vil criatura. “Cena de dos platos”.
La bestia se abalanzó sobre la incauta pareja, que yacía ajena a la pesadilla que se les echaba encima. Cuando unos ojos amarillos y inhumanos los hipnotizaron, y cuando se despertaron mareados y confusos en la guarida de la bestia. Preparados para encontrarse al verdadero infierno y al mismísimo Diablo.

                                          FIN

-Parece ser que en esta historia queda claro ese viejo dicho que dice “si la bestia se viste de seda, bestia queda” ¿No crees?
Espero que hayáis disfrutado de esta historia y del esquelético narrador que te la ha relatado. Y espero volver a verte por aquí. Recuerda, que mi cripta está siempre abierta a quines quieran disfrutar con el autentico TERROR


Rubén Giráldez González  (búscame en twitter @KillRubn)