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jueves, 15 de noviembre de 2012

El sonido de la guerra



Ya nadie puede oírme. Es una pena. Habría sido útil para la sociedad. Ya ni gritar sirve de nada.

Quería viajar, conocer mundo. Treinta años he llegado a tener, y no he salido de España nunca. Me tendría que haber ido con mi madre a Francia cuando tuve la oportunidad, pero decidido a encontrar trabajo me quedé. De todas maneras la guerra desolaba todos los países, así que daba lo mismo donde se encontrase uno.

No habían pasado ni cinco días desde que se fue mi madre cuando comenzó el bombardeo. Yo estaba en el mercado comprando la comida de esa semana, y ya de paso preguntando si en alguno de esos establecimientos podrían precisar de mis servicios cuando empezó. Lo primero fue un rumor en el aire. Un pequeño ruido que, al estar tan acostumbrado al sonido de la guerra ni le di importancia. El sonido procedía de los aviones sobrevolando la ciudad, pero fue lo que vino después lo que me asustó. Aquel silbido de las bombas cayendo y destrozando todo a su paso.

El fuego comenzó a extenderse y el humo a elevarse sin permitir la visibilidad.

En uno de los pequeños resquicios del cielo, en los que aún no había humo, pude distinguir un avión alemán.



En ese momento no pensé en mi padre sino en buscar un refugio, y fue una mujer del mercado la que me gritó para que corriese hacia él. Pero entonces titubeé, pues no sabía si ir en busca de mi padre o correr a salvar mi vida. Mi padre era todo lo que tenía ahí, pero si yo moría no tendría nada. Así que corrí a salvarme.

Ya resguardados podíamos escuchar la gente gritando, las bombas cayendo, y cada vez que lo hacían el suelo retumbaba y de entre las tablas caía un poco de arena.

La luz consistía en unos pequeños farolillos que recorrían el pequeño refugio.

Allí estábamos pegados los unos a los otros, no había espacio para moverse, y una sensación de agobio reinaba (aunque ahora mismo no me puedo quejar del espacio que allí tenía). Y así pasamos tres intensas horas. Tres horas de constantes bombardeos a la ciudad. Mientras que de vez en cuando se oía el ruido de un arma siendo disparada con violencia. ¿Pero que arma no contiene de eso? Y de pronto, se hizo el silencio.



Cuando salimos de allí estaba todo destruido. El fuego reinaba en la ciudad y no quedaba casa en pie o a merced de llamas.

En vano fui corriendo a casa, pues ya desde lejos empezaba a intuir un amasijo de cimientos en pleno proceso de carbonización. Cuando llegaron los bomberos ya era tarde, el pueblo conocido por el nombre de Guernica había pasado a mejor vida.

Lo que quedó de día lo pasamos ayudando a la limpieza y la extinción de los fuegos, este último el más importante de todos, ya que los bomberos tardaron mucho en llegar desde que se dio la voz de alarma.

Al principio por los daños causados se estimaron más de 1.600 muertos. Ya no me preocupaba buscar trabajo, ni encontrar a mi padre, pues sabía que lo único que encontraría serían sus restos carbonizados, si no servir de ayuda en esta tragedia. Ese fue el error. Tendría que haberme ido a Francia cuando tuve la oportunidad. Ya era tarde. Quería conocer mundo… ¿Lo he dicho ya? Da igual. Nadie me escucha. Están todos muertos. Enterrados conmigo. No se cuántos hay, pero seguro que muchos. Ya de nada sirve gritar.

De tanto trabajar me llene la cara de carbón y suciedad.



(De nada sirve gritar).



¿Porque tuve que desmayarme justo cuando entraba en esa casa medio derruida? No recuerdo que se hubiese caído. No recuerdo haber quedado atrapado

Ya de nada sirve gritar.

Mi boca está llena de tierra. Apenas puedo moverme. Siento una gran presión en el pecho. Noto la tierra recorrer mi garganta. Puedo sentir prendas con mis manos. Noto el sabor de la tierra. ¿Solo existe eso? Creo haber tocado una oreja. La nariz se me está taponando. La arena se mete por donde puede. Si busco bien puedo sentir carne. Pero siempre noto la tierra.

Cada vez que gritaba la boca se llenaba. En cada respiración lo único que obtenían mis pulmones era arena. Cada toma de aire es un sufrimiento. Mis ojos siguen abiertos y noto un dolor punzante en ellos.

Ya de nada sirve gritar.

De vez en cuando puedo escuchar un avión pasando por encima. Mi padre. ¿Donde estará mi padre? ¿Y mi madre? Se fue a Francia. ¿Porque me dejó aquí? Donde, por todas partes, se escucha el sonido de la guerra, y donde ya, de nada sirve gritar.

@David_Jabas

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