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domingo, 2 de diciembre de 2012

Gritos humanos

LA CRIPTA DEL TERROR


Bienvenidos una vez más a mi aterradora cripta pequeñines. Esta vez, me encantaría rendir homenaje a una de las figuras literarias más influyentes del género del terror. Hablo ni más ni menos que de Howard Phillips Lovecraft.
Este encantador personaje, nacido en Providence un veinte de agosto de mil ochocientos noventa. Fue el creador de un género conocido como Horror Cósmico en el que se alejó de los estereotipos del terror sobrenatural propios de la época, para crear un terror “espacial”.
Por eso me apetece contribuir a explayar su conocida y adorada obra a todos aquellos que quieran disfrutar de nuevas dimensiones del horror con este humilde relato al que llamo…

Gritos humanos


Me llamo Joseph Kingston, o al menos solían llamarme así antes de mi “renacimiento”. Ahora, se me es más conocido como paciente sesenta y ocho del hospital psiquiátrico Arkham para mentes enfermas.
Según mis cálculos, llevo encerrado entre estas cuatro blancas paredes tres años. Tres largos años en los que he aguardado pacientemente la llegada una noche de luna tan llena como la que observo por la pequeña ventana de la pared más alejada de mí.
Aquella, era la noche y el momento en el que todos mis esfuerzos tendrían su merecida recompensa.
Antes de ser encerrado en este tenebroso lugar de locura y pasar a formar parte de esta particular “familia”, yo no era más que un modesto librero. Mi vida avanzaba apacible entre la lectura de miles de novelas, ensayos, poemas o cualquier manuscrito que pasase por mis curiosas manos. Hasta que un día, recibí la fúnebre noticia del suicidio de mi padre.
Andrew Kingston, era un eminente profesor de literatura inglesa que me enseñó el valor de la palabra escrita. En sus tiempos libres era un extravagante coleccionista. Tenía en su haber decenas de los más extraños objetos que recibía de un misterioso compañero arqueólogo: estatuillas antropomórficas de diferentes culturas, miles de amuletos a los que se le atribuían misteriosos poderes, y tratados antiguos por los que pagaba jugosas sumas de dinero.
Era un hombre culto e inteligente, además de ser un orgulloso cristiano. Por eso, cuando me informaron de que el veinte de enero de mil novecientos veinticinco, en el silencio de la noche Andrew Kingston se ahorcó en su despacho, yo me negué a creerlo. Pero así era. Se había quitado la vida, cosa que iba contra las leyes de Dios. Por eso comencé a sospechar que algo raro le había pasado a mi padre para que tuviera que recurrir a semejante solución.
Pasé horas en el despacho de mi padre, examinando sus documentos más recientes. Pero solo encontré unas cuantas páginas de lo que parecía ser las memorias de mi difunto progenitor que no informaban de nada relativo a su suicidio. Mis esfuerzos no estaban dando resultados hasta que pensé en examinar la biblioteca particular donde reposaban los libros más importantes para mi padre. Allí tampoco encontré nada, ni una mísera carta de despedida. La ira comenzó a agolparse en mi interior y en un arrebato de locura, comencé a arrojar aquellos valiosos compendios de saber por toda la habitación. En medio de aquel salvaje frenesí derribé si darme cuenta el enorme mueble, que produjo un enorme y atronador estruendo al caer al suelo.
Mientras trataba de tranquilizarme, volví a fijarme en la desnuda pared donde el mueble volcado ocultaba una misteriosa puerta a ojos ajenos.
Sin más demora busqué por toda la habitación la llave que abriría aquella enigmática puerta y lo que quisiese que se guardara en su interior. Y mientras mi cuerpo se afanaba en rebuscar en los cajones de la mesa de roble en busca de la llave perdida, mi mente no paraba de pensar en los motivos por los cuales mi padre se veía obligado a tener un cuarto secreto.
Finalmente la encontré en el tercer cajón. Dentro de una ajada biblia, a modo de particular marca páginas, reposaba una extraña llave de plata con unas intrigantes letras grabadas por toda la llave de origen desconocido para mí.
La puerta se abrió con un quejido que me hizo rechinar los dientes y cerrar los ojos al instante. Y al abrirlos me encontré con la más profunda de las oscuridades. Armándome de valor y valiéndome de una vela, me dispuse a adentrarme en aquella tenebrosa estancia, decidido a encontrar el secreto que ocultaba mi padre en aquel misterioso cuarto.
Gracias a la tenue luz que producía el cirio que sostenía mi temblorosa mano, logré no tropezar con una silla rastrera que esperaba paciente un inoportuno descuido por mi parte que, afortunadamente nunca llegó a producirse.
La luz reveló una gigantesca mesa en la que encontré decenas de valiosas velas que me ayudaron a alumbrar por completo la habitación.
Cuando la oscuridad desapareció, me encontré con una habitación repleta de cientos de los más extraños objetos. Lo que más abundaba, eran unas inusuales figuras de grotescas formas. Algunas eran de piedra, otras de metal, y las más amorfas de madera. Pero todas tenían algo en común: unos tentáculos que crecían en los lugares más insospechados.
Me pregunté que representaban aquellas tallas, pero dejé esas figuras cuando mis ojos se posaron en una caja que descansaba en la mesa. La examiné y me llevé una grata sorpresa al ver que la llave que tenía también correspondía a la cerradura de la caja. Esta, estaba repleta de decenas de documentos. Impaciente, abrí una carta que databa de hacía tan solo una semana. Comencé a leer la pulcra letra de mi padre:

Esta es una carta de despedida. Espero que quien esté leyendo estas palabras sea mi querido hijo Joseph. Esta carta también es un aviso para que el que lo lea haga lo que yo no pude hacer: quemar el contenido de esta caja.
Desde que descubrí la existencia de los Primigenios, mi minúscula mente ha querido saber más sobre ellos. He recorrido las bibliotecas de medio mundo buscando el preciado Necronomicon sin ningún resultado. He charlado con locos que juran haber estado en presencia de estos dioses amorales. Y he recopilado tanta información como he podido sobre ellos. De repente, pasé de ser un eminente conocedor de la lengua inglesa, a ser un principiante de ocultista. Comencé a obsesionarme. Pasaba noches en vela desvelando los misterios de aquellos dioses y empecé a aislarme del mundo exterior.
Cada paso que daba en mi investigación me hacia estar más cerca de mis “amos” y de su enigmática naturaleza. Una noche tuve mi primer sueño inducido por aquellos seres. Una experiencia inexpresable en la que fui arrastrado por todo el universo conocido y por conocer. Miles de voces me hablaban a la vez haciéndome pensar que me iba a estallar la cabeza en cualquier momento. Pero por suerte no fue así y me vi flotando en la inmensidad del espacio, donde el mismísimo Nyarlathotep me habló con oscuras palabras. Tenía una misión para mí. Una oscura tarea que rechacé completar inmediatamente. Y cuando el oscuro dios se dio cuenta de que su sirviente no iba a satisfacer sus deseos decidió vengarse de mí. A partir de ese momento el poderoso Primigenio me ha estado torturando de mil formas inimaginables mediante los sueños. He muerto decenas de veces. Mi piel ha sido arrancada para confeccionar estrafalarios ropajes, mis huesos han sido triturados hasta convertirse en polvo, y mis ojos han explotado en sus cuencas con una sola mirada de ese ser. Evito dormirme, el solo pensamiento de volver a enfrentarme a esa criatura me aterra hasta límites insospechados.
Durante todo el día he estado pensando en una solución para acabar con esta infernal tortura y con su insufrible dolor. Pero es una idea que va en contra de mi religión, aunque pensándolo mejor, a estas alturas dudo que exista ese Dios benevolente en el que creía fervientemente. Los verdaderos Dioses son estos seres alienígenas con millones de años a sus espaldas.
Espero encontrar en la muerte la tranquilidad que necesita mi perturbada alma. Y vuelvo a pedir a quien este leyendo estas últimas palabras, que queme el trabajo de estos últimos años. Y que comprenda, que en este universo hay cosas que es mejor no saber.
Si eres mi hijo Joseph, espero que me comprendas y que sobretodo, me creas. Espero que me perdones y que sepas, que en esta vida y en la siguiente siempre te querré mi pequeño “devorador” de libros.

Cuando terminé la carta estaba terriblemente confundido, emocionado y aterrado a la vez. Aquella vorágine de sentimientos me obligó a sentarme en la silla más cercana y releer seis veces más el escrito. Aquellos últimos pensamientos que plasmó mi padre en el papel hablaban de cosas inconcebibles.
Indagué mas en el contenido de la caja ignorando la petición de quemarla. Encontré varios cuadernos en los que mi padre plasmaba todos sus descubrimientos sobre aquellos blasfemos dioses. Con cada página que leía me veía cada vez más fascinado por aquellas criaturas de una forma que solo puedo definir como morbosa.
No recuerdo cuanto tiempo estuve en aquella pequeña habitación. A mi me parecieron minutos, pero pudieron haber sido horas ya que paré de leer cuando la fatiga, el hambre y la sed hicieron mella en mí.
Me sorprendí a mi mismo cuando me llevé la caja a mi casa donde continué la investigación después de una opípara cena. Aquellos seres y sus secretos me atraparon y me convirtieron en otra persona. De repente, me pasaba días enteros encerrados en casa. Salía muy rara vez de ella y eso, mis vecinos lo notaron. Sus visitas al principió me agradaban, pero pronto comenzaron a ser una verdadera molestia cuando no paraban de preguntarme si había superado la muerte de mi padre. Era en ese momento en el que los echaba de mi casa lanzándoles graves improperios con los que se marchaban con indignidad. Fue así como comencé a ganarme el apelativo de “huraño” entre mis vecinos. Cosa que me importaba bien poco mientras aquellas patéticas criaturas no se inmiscuyeran en mis asuntos.
Fue en una tranquila noche de verano cuando tuve el primer sueño. Fue exactamente como mi padre relató, fui arrastrado por todo el universo. Cerré los ojos y traté de no pensar en nada mientras viajaba en aquel particular estado. Pero no lo conseguí. Estaba ansioso. Por fin iba a ver el aspecto de aquellos Dioses que tanto me obsesionaban. Por fin iba a conocerlos. Pero, a medida que pensaba en aquella idea otra más aterradora cruzó mi mente. Había leído en las notas de mi padre que todos los que habían estado en presencia de un Primigenio habían enloquecido. ¿Me pasaría lo mismo a mí?, ¿Perdería el juicio y me ahorcaría poco después en mi despacho como le pasó a mi padre?
Mi cuerpo paró y una voz que sonaba como si fuesen miles de chillonas vocecillas me ordenó que abriera los ojos. Me pregunté con quien me encontraría al abrirlos ¿con el sabio Yog-Sothoth, con el invidente Azathoth, o con la fértil Shub-Niggurath?
Cuando los abrí no encontré a ninguna de esas deidades, de hecho no encontré nada. Flotaba en medio de la nada más absoluta a merced del caprichoso destino.
Comenzaba a pensar que quedaría en aquel horrible transito durante toda la eternidad cuando la horrible voz volvió a hablarme.
-Joseph Kingston, se bienvenido a mi reino.
-¿Dónde estamos?-pregunté confuso a la voz- ¿Dónde estas tú?
-Estamos en el Vacío, un lugar sin tiempo y sin espacio. Aquí es donde moran los seres aún no natos, como yo.
Mi mente aún estaba asimilando estas palabras cuando la voz volvió a hablar.
-Te he hecho llamar Joseph para que me des la vida. Necesito nacer. Y necesito un cuerpo donde crecer.
-¿Eres un Primigenio?-pregunté tímidamente.
-Aun no lo soy puesto que aún no he nacido. Te necesito Joseph. Deja que forme parte de ti y vive eternamente a través de mí con todo lo que ello implica.
Escuché repetidamente aquellas últimas palabras en mi cabeza. El ser nonato me estaba proponiendo convertirme en parte de un Primigenio. Entonces sería todopoderoso y eterno.
Acepté efusivamente y la voz me ordenó que buscase un texto maldito con el que poder atraerle hasta mí.
Tardé todo un año en encontrar aquel valioso pergamino y cuando finalmente lo hice, descubrí que estaba en manos de Los hijos del eclipse. Una secta adoradora al culto de Cthulhu.
Al principio se mostraron reacios a mis palabras, pero el sumo sacerdote tranquilizo a sus acólitos informándoles que el dormitante amo le había hablado de mi llegada. Que era el elegido que ese culto llevaban tantos años esperando y que traería una época de esplendor a este decadente mundo. Yo dejé que aquellos hombres creyeran lo que quisieran, mi única intención era que el Primigenio naciese. Y para ello necesitaba el valioso pergamino.
El sumo sacerdote decidió que el ritual se llevase a cabo cuanto antes. Y cuando todo estuvo todo listo, el culto se puso en contacto conmigo inmediatamente.
Estaba ansioso. Aquella cálida noche de principios de verano iba a convertirme en parte de un ser superior. Los secretos del universo dejarían de tener secretos para mí.
Se decidió que el ritual se realizase en el sótano mi casa.
Los hijos del eclipse se dispusieron a poner a prueba su ferviente fe con aquel fastuoso ritual. Los integrantes más jóvenes estaban nerviosos, esa noche podría ser la oportunidad de estar ante la presencia de uno de aquellos amos de los que se decía que hacían quebrar la frágil mente de los humanos con tan solo una mirada.
Comenzó el ritual. El sumo sacerdote, enfundado en una escarlata túnica desplegó el valioso pergamino en un altar improvisado y me indicó con un gesto de la mano que me situase en el centro del pentagrama, dibujado previamente con la sangre que un ferviente acolito donó de buena gana.
Me tumbé completamente desnudo y observé como aquellos sectarios esnifaban un polvo amarillo de un cuenco que iban pasándose unos a otros. Supuse que sería algún tipo de droga con la que pretendían no enloquecer si el Primigenio se fijaba en ellos.
Los acólitos se dispusieron en círculo alrededor mío y dio comienzo el ritual.
Oscuras palabras comenzaron a salir de la boca del sumo sacerdote mientras recitaba la tenebrosa llamada.
A medida que el ritual avanzaba comencé a sentir un leve cosquilleo que fue extendiéndose por todo el cuerpo. Y de repente la ya familiar voz de mi amo retumbó en las paredes de mi cráneo.
Ya llegaba.
El sumo sacerdote comenzaba a mostrar signos de fatiga y su arrugada cara relucía a causa del incipiente sudor.
El cosquilleo se convirtió de repente en una rápida descarga que recorrió todos los rincones de mi cuerpo. Y esta es la parte más confusa, ya que me quedé inconsciente después de la fugaz descarga. Pero aun así, pude escuchar los gritos de terror de los acólitos y el sonido de la sangre salpicando violentamente el suelo. Todo aquello precedido por un desagradable ruido que solo puedo describir como cientos de uñas partidas arañando al mismo tiempo un astillado cristal. Después de aquello, solo quedó el más completo de los silencios que me acompaño durante lo que a mi me pareció un largo lapso de horas de duración.
No pensé en la suerte que tuvieron los hijos del eclipse, ya que los desgarradores gritos de auxilio y el terrible sonido de la carne desgarrándose hablaban por si solos.
Mi amo por fin se dirigió a mí. Sus palabras resonaron dentro de mi cabeza, grabándose a fuego en lo más profundo de mi mente. Y fue entonces cuando el Primigenio me reveló su verdadero nombre.

La policía entró en mi casa, alertados por las quejas de mis vecinos quienes estaban realmente preocupados por los continuos gritos de auxilio que salían del interior del domicilio.
Cuando entraron en el sótano se encontraron con una verdadera carnicería. El suelo estaba sembrado de cuerpos destrozados, las paredes estaban adornadas con extraños símbolos de origen pagano. Y, en medio de aquella dantesca escena, desnudo y embadurnado con la sangre de los cadáveres, se encontraba un hombre encogido sobre si mismo que no paraba de repetir un enigmático y extraño nombre <<Agro-Bageroth>>

Me internaron en el manicomio Arkham inmediatamente después de quedar demostrado que yo no era el causante de aquella matanza. Todos los eminentes psiquiatras que me han diagnosticado no han conseguido que hable sobre lo ocurrido aquella noche. Yo solo repito Agro-Bageroth una y otra vez. Cientos de veces me han preguntado por el significado de aquel nombre. Entonces, les hablo de un poderoso dios extraterrestre que habita dentro de mí y que responde a ese poderoso nombre. Y es entonces, cuando aquellos patéticos seres comienzan a acosarme a preguntas sobre mis miedos y mis frustraciones a las que me niego rotundamente a contestar.
Se han olvidado de mí. Me han dado por perdido. Para ellos no era más que otra mente rota como las cientos que habitan el lugar. Un despojo del género humano que convenía mantener encerrado entre cuatro paredes y con una minúscula ventana como único recordatorio del mundo exterior al que se me habían cerrado las puertas.
Esta noche se cumplen tres años desde que acogí en mi seno a Agro-Bageroth. Tres largos años en los que el recién nacido Primigenio ha estado descansando y preparándose pacientemente para la llegada de aquella medianoche. En la que por fin, saldrá de mi cuerpo convertido en el poderoso ser al que está destinado a convertirse.
Él me ha hablado de grandes secretos del universo y de cómo será mi vida al formar parte de su entidad. Y yo lo escucho fascinado y me impaciento terriblemente.
En este particular estado me siento como una madre primeriza. Quiero que mi retoño nazca ya. Pero luego pienso en el momento del “parto” en el que (según las notas de mi padre) el Primigenio se liberará de aquel refugio carnal. Aquello suena verdaderamente doloroso y desagradable. Y es en esas ocasiones, cuando Agro-Bageroth me reconforta con sus palabras.
-El dolor es un ínfimo precio que pagar por el privilegio que se te ofrece. Serás parte de mí. Serás poderoso, serás sabio… y serás eterno.
Aquello a veces no hacía más que llevarme a varios quebraderos de cabeza. En el momento en que Agro-Bageroth naciese, yo (mi parte humana) desaparecería. Bien era cierto que sería para convertirme en parte de un ser superior, pero la idea no dejaba de rondarme la cabeza. Y esta noche, a solo dos minutos de que la luna llena aparezca en el firmamento dando comienzo al nacimiento, yo Joseph Kingston tengo serias dudas sobre lo que estoy a punto de hacer.
Recuerdo a mi padre. Quien se vio inevitablemente atraído por los secretos de los Primigenios y que se suicidó por temor a una petición de sus amos. ¿Acaso también le habían pedido renunciar a su humanidad? ¿Por eso había decidido terminar con su existencia siendo aun humano?
En la celda contigua, Mary ríe descontroladamente mientras tararea una siniestra nana. Pienso en ella. Por lo visto, después de dar a luz a su primer hijo, la mujer comenzó a escuchar unas celestiales voces que le decían que el pequeño era maligno y que debía acabar con él inmediatamente. Así continuó todo un año hasta que ahogó a su primogénito en el río que bordeaba su granja.
Mary estaba loca, pero mañana seguiría siendo humana. No como yo, a quien le queda poco más de un minuto para convertirme en Agro-Bageroth.
El Primigenio esta impaciente. Noto como se revuelve en alguna recóndita parte de mí ser.
La luna llena se dejo ver por el hueco de la ventana y inmediatamente siento una terrible y familiar descarga que cruza todas las partes de mi cuerpo.
Me levanto de mi camastro inmediatamente mientras los tentáculos del dios se dejan ver por debajo de mi nívea piel. Se mueven furiosos y cada vez son más. Recorren todo mi cuerpo, desde la cabeza a los pies. Y empujan violentamente la piel para poder salir.
Es demasiado dolor para un patético cuerpo humano. Intento aguantar pero no puedo. Hago lo único que me permite Agro-Bageroth. Quien necesita el resto de mi cuerpo inerte para poder moverse libremente.
Grito.
Profiero el grito más desgarrador que se ha escuchado jamás sobre la faz de la tierra. Un grito de inmenso dolor que alerta a los celadores, quienes ya se afanan en abrir la puerta de mi celda.
Pero sobre todo, ese sonido que escapaba de lo profundo de mi ser, es una especie de recordatorio de lo que un día fui. De lo que signifiqué para algunas personas antes de entregarme en cuerpo y alma a aquella deidad alienígena que destroza mi cuerpo. Logrando así salir convertido de él en un visceral Primigenio que se prepara para comenzar a vivir en perfecta simbiosis conmigo.
Este último grito, es un grito humano.

Como habréis descubierto chicos, hay secretos en este universo que es mejor no revelar. Y seres a lo es que es mejor tomar por pura fantasía o leyenda.
Bueno, espero haberos convencido de las maravillas que ofrece la obra de Lovecraft que aguarda impaciente su lectura.
¡Hasta otra ocasión queridos cripteros!










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