La
niña conocida por todos como Víscera
estaba aquella fría mañana de invierno sentada en uno de los bancos de la
Estación Permanente. En el mismo banco se encontraba junto a ella una anciana
bastante envejecida pero de menor edad, intentaba hacer un gran esfuerzo para
no hablar con ella.
- -Niña, que pena que tan pequeña tengas
que estar en esta estación.
- -
No se preocupe señora, yo no soy como
vosotros.
-
-¿Y a quién estás esperando? - preguntó
la anciana con un interés real.
La niña Víscera pudo ver como la mano de la anciana se elevaba y acercaba
peligrosamente a rozar su propio brazo de forma afectuosa. Al ver sus
intenciones, Víscera se retiró un
poco más, al final del banco, para estar lo suficientemente alejada de aquel
roce, lo único que no necesitaba en ese momento era sentir el dolor de aquella
anciana, dolor que le trasmitiría con ese contacto.
-
-Estoy esperando a mi amigo Jonás, dentro
de poco llegará y es mejor que me encuentre aquí.
En
la Estación Permanente no se escuchaban gritos, ni risas, incluso no se
escuchaban las conversaciones de los demás que esperaban la llegada de un ser
querido. Todo parecía silenciado aun estando bastante concurrida. El único
sonido que todo el colectivo de seres que se encontraban allí escuchaban era el
tintineo, tintineo que indicaba la llegada de un nuevo pasajero. Había muchos
andenes, trenes que veías llegar, muchos de ellos sin dejar pasajeros, y en
muchos otros en los cuales sólo subían personas. La llegada de un nuevo tren
hacía a la niña Víscera sentir un
fuerte escalofrío acompañado de una profunda tristeza, debía contener sus
lágrimas, ya tendría tiempo de refugiarse en ellas cuando su amigo descendiera
al anden donde ella esperaba.
Jonás
miraba por la ventanilla del vagón, mientras María reposaba su cabeza sobre su
hombro. Jonás, sin dejar de mirar a los bosques que se sucedían, acarició el
rostro cálido de ella, apartó su pelo largo y liso de su rostro, acercándose
para darle un beso en la mejilla. María le sonrío, anunciaron la próxima estación,
y su gesto se tornó en condena. Volvía a ocurrir, pensó Jonás, ya no sabía
cuantas veces podría soportar de nuevo aquello. La besó suavemente en los
labios y ella tembló al sentir su aliento gélido.
- -
Te quiero con locura María, no importa
cuantas veces tenga que subir a este tren, volveré a hacerlo hasta que puedas
reunirte conmigo
- -
Lo siento, amor, el tren se está
deteniendo y él va a subir. Te amo. – Al decir esto fue ella quién se abalanzó
sobre los labios de él con una ligera caricia de su lengua.
- - Hasta mañana.
El
tren ya estaba parado y él no podía soltarla de la mano, las puertas se abrían
y él no podía dejar de mirar aquellos ojos miel, se abrían las puertas, se
abrían de nuevo, se abrían y él ya se había marchado.
El
marido de María subió al mismo vagón. Como una costumbre arraigada de tantos
años de matrimonio le dio un beso sin entusiasmo y se sentó a su lado.
- Vaya día de locos, trabajo, trabajo y
trabajo… no me dicen que hoy, bla, bla, bla
Ella
no escuchaba, ella sólo evocaba ese último beso, la caricia, las palabras de
Jonás, se maldecía por todo aquello, por ser una cobarde y no ir corriendo a
los brazos de la persona con la que realmente quería estar.
Jonás
se detuvo antes de llegar al final del vagón, se giró y volvió al lugar donde
momentos antes había dejado a María. Ya estaba sentado el marido, pero no le
importo y se sitúo frente a ellos. Ella al verle se sobresaltó, pero
rápidamente se calmó al llegarle una vocecita que le dijo: “pero si tú marido
no le conoce, tranquila”. Jonás le sonrío descaradamente. Mientras el marido
hablaba sobre sus logros en el trabajo y secaba el sudor de sus manos sobre las
rodillas, María se pasaba su lengua por sus labios sin dejar de mirar a Jonás.
Jonás quería lanzarse hacía ella, acariciar sus pechos, abrazarla, besarla,
atraparla y llevársela lejos, muy lejos de allí. María pasaba una de sus manos
cerca del muslo, se reía de aquella situación tan peligrosa pero a la vez
excitante. “te quiero” dijo Jonás sin emitir ningún sonido y ella movió sus
labios dándole un “yo también”.
-
- ¿Me estas escuchando? – la voz ronca
desagradable de su marido la sacó del estupor, con cierto rubor le contestó.
- - Claro, pero si te soy sincera me aburren
tus cosas del trabajo.
- -
Creía que era importante para los dos.
- - Siempre estás con lo mismo, me tienes
tan aburrida que podría enamorarme ahora mismo de cualquier otro y ni te darías
cuenta – señaló a Jonás – por ejemplo de ese joven.
- -
¿De ese? – el marido de María soltó una
sonora carcajada – pero como vas a querer más a un desconocido que a mí, no
seas estúpida.
Jonás
tenía que bajarse, le dolió mucho escuchar ese insulto, pero debía bajarse,
sino no podría hacerlo nunca más y la perdería para siempre. “Hasta mañana” se
despidió de ella sin sonidos.
- -
¿Ya llega el tren de su amigo? Creo que
el de mi esposo va a tardar aún varios días. – A la anciana le inquietaba lo
silenciosa que era la niña y la poca conversación que le ofrecía.
- -Ahora le toca el turno a un tren sin
parada, el de las ilusiones.
-
-¿Y su amigo en cuál viene?
-
- El de los Recuerdos Vivos.
- - Ah, ese es el de mi marido, pero aún no
creo que venga, el médico ha dicho que esta estable.
El
Tren de los Recuerdos Vivos llegó a la estación dibujándose a medida que sus
ruedas se adentraban en la dársena. La niña Víscera
suspiró, y cogió aíre, sentía ya el dolor y el sufrimiento de su amigo mucho
antes de haberle abrazado.
Jonás
al abandonar el vagón se derrumbó. Víscera
pudo sostenerle entre sus brazos, los dos lloraron, los dos sintieron el amor
por María, y el odio por su marido, la tristeza, alegría, amor, pasión,
desolación, todo se conjugo en embates de sufrimiento.
-
- La he tenido que volver a dejar en el
tren con ese, después de lo que me ha hecho y ese miserable ni se acuerda de
mí.
-
- Jonás, estoy haciendo todo lo posible
para traerla con nosotros, por el momento sólo hay una manera...
-
- Matarla – Jonás apretó con más fuerza a
su amiga contra su pecho.
-
- Pero sabes que no te van a dejar, ni el
Ausente ni el Huésped te dejarán matarla, despojarla de su vida para poder
bajarla del tren.
- - No, y mientras tanto volveré a subir día
tras día, a besarla, acariciarla, escuchar su voz, y lo peor de todo, volver
abandonarla, abandonarla con mi asesino.
La niña Víscera no dejó de abrazarle, aunque él le estuviera
transmitiendo su propio dolor, ese sufrimiento profundo que anidaba en su
corazón.
01/11/2012
@el_rasurador
3 comentarios:
Texto muy intrigante, no lo he entendido hasta el final, y me ha encantado la verdad. :)
@anamitq
Bienvenido al tintero de las ilusiones.
Es una historia intensa con final sorprendente, justo como a mi me gusta.
Espero con ansia leer más, artista.
Un beso.
Una trama que te engancha con su construcción en una onírica realidad,narrativa activa,y un final sorpresa,(que en algunos momentos dejas entre ver)Y muy bien resuelto y explicado,la escena de ellos con el marido al lado...muy buena,ermeset,salud
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