• Fotografía Pilar Giralte
  • Fotografía Rubén Giráldez
  • Fotografia Cristina Solano
  • Fotografía Mary Calduch
  • Fotografía el rasurador
  • Fotografía de Diego Belmonte
  • Fotografía de Cristina Cabrera
  • Fotografía de Anabel Munoz
  • Fotografía de David Pérez
  • Fotografía de Patricia Sanchez
  • Fotografía de Jesús Ahelle

jueves, 25 de octubre de 2012

El cazador cazado

El cazador cazado - Ilusiones de tinta


Bienvenidos de nuevo a mi tenebrosa cripta queridos amigos y amigas de lo macabro. Si estáis de vuelta por mis dominios eso quiere decir que buscáis más aterradores relatos que llevaros a la boca ¿Me equivoco? Pues tranquilos, que con el viejo Señor de la Cripta y sus estremecedoras historias acabareis atragantándoos.
Para hoy, os tengo preparado un relato que tiene justo lo que estaréis buscando: Sangre, Mucha sangre.
Así que, acomodaos en uno de mis “cómodos” ataúdes y disfrutad con...

El cazador cazado       


El afilado cuchillo se hundió repetidamente en la tersa espalda de la joven. Cuantas más veces hundía el helado filo en la blanda carne. Más chorros de caliente y reluciente sangre se escurrían de los profundos cortes, recorriendo la curvatura de su espalda como si de un carnal circuito se tratara.
Sintió sus afiladas uñas de putón hundiéndose en sus carnosas nalgas. Pero no se quejó, no emitió grito alguno, él era el cazador y ella la indefensa presa. Así que siguió regodeándose con aquella carita pecosa que le suplicaba entrecortadamente clemencia, mientras se ahogaba en su propia sangre.
La hoja se clavó por última vez y con extrema violencia en una hendidura ya abierta. Atravesó unos pocos milímetros más de carne y se encajó profundamente en una vértebra, produciendo un desagradable crujido. Pero ella ya estaba muerta, y afortunadamente, no llegó a sentir el cuchillo alojarse en la profundidad de su estructura ósea.
Trevor Mulder dejó caer el flácido cuerpo sin vida contra el duro pavimento. Colocó su mano derecha en su pecho y sintió los latidos de su desbocado corazón, que poco a poco, recuperó su pulso habitual. Las gotas de sudor que le embadurnaban la cara se reunieron en su barbilla, y comenzaron a caer al suelo mezclándose con la sangre de su joven víctima.
Sangre.
El corazón de Trevor volvió a latir a mil por hora cada vez que observaba a aquel charco volverse cada vez más y más grande.
Le encantaba aquel preciado líquido, su color, su olor…su sabor.
Recordaba el tiempo en el que no era más que un travieso jovencito de nueve años al que le fascinaba ver a su padre verter en su adorada copa litros y litros del rojizo vino que guardaba en su abotargada bodega. Después de oler y remover concienzudamente el contenido del recipiente, su padre se lo llevaba a los labios y bebía de aquel líquido carmesí hasta apurar la última gota. El rojo acabó convirtiéndose en su color predilecto.
Una calurosa tarde de verano, mientras pedaleaba tranquilamente por el pequeño bosque que rodeaba su casa. El pequeño Trevor se encontró con un regalo del destino: un gato moribundo.
Como resultado de un probable enfrentamiento gatuno, el felino había sido derrotado y abandonado a su suerte en medio de aquel bosque.
-Pobrecito.- había comentado el niño, nada más bajar de su bicicleta. Pero su expresión de tristeza cambió cuando se fijo en el lomo y la cara del animal que no paraban de rezumar sangre fresca. Los lastimosos maullidos de auxilio no fueron escuchados por el pequeño Trevor, que solo podía concentrarse en aquella materia que escapaba lentamente del cuerpo del minino. Arrebatándole poco a poco la vida.
Era hipnótico. De repente, Trevor se imaginó un rió lleno de aquel líquido, una lluvia que lanzase sangre en vez de agua, un océano inmenso y carmesí…Su inocente mente comenzó a mutar monstruosamente. El “niñito de mamá” había desaparecido, y lo había suplantado un peligroso ser que se cobijaba dentro del pequeño. Un pérfido monstruo que había esperado pacientemente, agazapado en lo más profundo de su ser, a una ocasión como aquella.
Trevor quería ver más sangre, por lo que recogió lentamente del suelo una robusta rama. Meditó durante unos segundos lo que estaba a punto de hacer, pero aquella monstruosa ansia era más fuerte que él. Estrelló la tosca arma contra el gato. Este maulló dolorido, pero el niño no se amedrentó, y continuó con su macabra iniciación.
La sangre salía disparada en todas las direcciones, los sesos se desparramaron por el suelo, el gato trataba inútilmente de escapar de aquella tortura. Pero Trevor solo se detuvo cuando no pudo reconocer lo que era aquella masa visceral que escupía sangre a raudales. El niño gritó, pero no de remordimiento, si no de satisfacción. Aquella cálida tarde de agosto había nacido el asesino, el torturador… el cazador.
La mente de Trevor volvió a aquel oscuro y sórdido callejón, donde el charco de sangre había rodeado por completo a la chica. Con tranquilidad y parsimonia, Trevor se liberó de su flamante guante derecho de cuero. Se agachó lentamente, y mojó su mano  en el líquido rojo. Después se acercó la mano a su boca y comenzó a lamer aquella sustancia que acababa de arrebatar a la joven. Repitió el proceso tres veces más, y cuando se sintió satisfecho. Trevor limpió su boca con varias toallitas húmedas que guardaba en su querido maletín negro. Junto a su reluciente y afilado cuchillo.
Ahora se sentía mucho mejor, aquella prostituta había apaciguado su insaciable furia homicida.
Se preguntó a si mismo la edad de la muchacha, ¿dieciocho?, ¿tal vez diecinueve años?
“Seguro que era una drogadicta. Una de aquellas chiquillas nacidas en aquellas depravadas calles en las que la violencia y el vicio se dan de la mano.” pensó para sí el psicópata. “Seguro que antes era una chica estudiosa y aplicada que nunca daba problemas a sus papis. Hasta que algún día, un camello la abordó en cualquier esquina ofreciéndole alguna atractiva droga de diseño. Ella aceptó y cuando le entró el mono comenzó su viaje de descenso a los infiernos. Seguro que su único propósito en la vida era conseguir más dinero con el que adquirir su preciada droga. Y, todo aquel largo y tortuoso camino la había llevado a esto. A tener que prostituirse, y a verse obligada a ofrecer felaciones a cambio de  unos míseros dólares. ¿Quién podría haberla advertido de que, un hombre vestido con traje y acompañado de un elegante maletín iba a darle muerte mientras le hacía “un trabajito”?”
Trevor dejó su diálogo interno aparcado por un momento. “¿Eso qué he oído son sirenas?”. El hombre no esperó la respuesta. Se abrochó su ceñido pantalón (que marcaba delatadamente su tremenda erección), y escondió el grácil cuerpecillo de la drogadicta prostituta en el espacioso contenedor de basura que descansaba a su izquierda, oculto entre kilos de malolientes deshechos en plena descomposición.
Salió del oscuro callejón cuando logró (tras varios intentos) calmarse y aparentar normalidad. Su rostro debía ser una mascara, no debía parecer feliz ni tampoco nervioso. En resumen, no debía expresar emoción alguna.
Las calles estaban desiertas a esas horas de la noche de aquel nuboso martes, pero Trevor era muy precavido. Nunca se sabe cuando puedes encontrarte con un policía o cualquier persona capaz de reconocerte en una investigación policial.
Trevor no era de los que matan sin pensar. El analizaba a cada víctima, pensaba detenidamente en las consecuencias de acabar con su vida y si a alguien le podía preocupar su muerte. Por eso, la mayoría de sus víctimas eran vagabundos y prostitutas, deshechos de la sociedad que nadie echaría de menos.
Aunque alguna que otra vez había despachado a alguna deportiva chica que se dedicaba a practicar footing a altas horas de la madrugada. O, a un joven oriental que se disponía  fumarse un cigarro en la parte trasera del restaurante en el que trabajaba… en esas excepciones Trevor se sentía mucho más “cazador”. Escoger a la presa, vigilarla, pensar en como cazarla… todo aquello le hacía sentirse mejor, más “creativo”. Era excitante desplegar el periódico de la mañana y leer la noticia del asesinato perpetrado por él. Ver la fotografía del lugar del crimen y regodearse cuando la policía no descubría al sospechoso… aquello le hacía sentir superior.
Nadie descubriría nunca su secreto. Nadie descubriría que Trevor Mulder, el vecino ejemplar, el trabajador eficiente, era en realidad un peligroso asesino en serie. Que su hobby favorito era apuñalar y beber sangre humana, como si de un aterrador vampiro se tratase.
Vampiro.
Muertos que vuelven a la vida para alimentarse de la sangre de los vivos. Bestias inhumanas que cazan bajo la protección de la fría noche.
En cierto modo, Trevor se identificaba con ellos. Aquellas bestias y el, compartían muchos aspectos en común. Para empezar la adoración por la sangre.
Trevor sonrió maléficamente pensando en la idea de conocer a alguna de aquellas criaturas. “Seguro que haríamos buenas migas” pensó con una sonrisa en los labios.
El hombre entró en la estación de metro más próxima, donde esperó pacientemente la llegada del primero que pasase por aquel desierto andén.
Le daba igual el destino, en aquel momento se sentía poderoso. Aquella noche, había vuelto a arrebatar la vida a otra patética criatura de la creación. Había vuelto a interpretar el papel de la impasible muerte en aquella tétrica función nocturna.
Paso un cuarto de hora hasta que dos ojos luminosos anunciaron la llegada del metro, que aminoró lentamente su marcha hasta detenerse con un chirrido metálico.
Trevor se adentró en el interior del vehiculo que, en aquel momento habría sus puertas. Se sentó cerca de las puertas y observó detenidamente a sus compañeros de viaje. En el extremo derecho del vagón se encontraba dormitando un joven afroamericano con aspecto de pandillero. En sus orejas descansaban unos auriculares que emitían una atronadora música que Trevor identificó como rap. Y, delante de Trevor, descansaba la figura de la joven de aspecto más angelical que el asesino había visto jamás. Su mirada se dirigió atentamente al libro que sostenía en sus delicadas y pálidas manos. Trevor leyó detenidamente el título y se fijó en su portada. Recordaba haber visto ese mismo libro muchas veces en las manos de decenas de jovencitas de instituto. Incluso lo tenían varias secretarias de su empresa. ¡Claro! Era una de esas bochornosas novelas donde los vampiros brillaban a la luz del sol como si de vulgares esferas de discoteca se trataran. Y donde se enamoraban de jóvenes con las hormonas desatadas, mientras se enfrentaban a unos Hombres lobos bastante deplorables. Trevor odiaba todos aquellos escritos que convertían a los vampiros en afeminadas y patéticas criaturas.
Drácula, de Bram Stoker, Carmilla de Sheridan Le Fanu… esos eran los verdaderos vampiros. Seres oscuros y ancestrales. Peligrosos monstruos ocultos bajo una apariencia humana.
Trevor dejó apartado aquellos asuntos literarios y se concentró en la joven.
No debería tener más de veinte años. Llevaba una larga y oscura melena que  recogía en una recatada coleta que colgaba de su espalda. Y su piel era de un blanco invernal parecido a la porcelana más frágil. Pero lo que más le llamó la atención a Trevor fue su cuello.
Sangre.
La imagen de cientos de gotas resbalando sin cesar por aquella piel invernal turbó sus sentidos. Aquella Blancanieves de carne y hueso despertó de su letargo al peligroso cazador.
Trevor intentó detenerlo, pero la bestia ya se había apoderado de él. La muerte de la prostituta no le había saciado, y ahora exigía la sangre de la joven y casta Blancanieves.
El cazador pensó seriamente en perseguir al joven afroamericano, pero desecho rápidamente la idea. Hacía poco tiempo que había tenido un espantoso encuentro en el que acabó con una puñalada superficial en el estómago y sin el dinero de su cartera. Desde aquel incidente, Trevor había decidido dejar en paz a aquellos peligrosos pandilleros que poblaban los callejones de la ciudad.
Los ojos de la joven se posaron en Trevor, y su corazón se aceleró violentamente. En su oscura mente el cazador se impacientaba.
Trevor decidió mantenerse ocupado para tratar de no tener que abalanzarse sobre aquella joven en aquel momento. Con un pañuelo de papel comenzó a limpiar sus gruesas gafas. Después, consultó la hora en su flamante Rolex de plata. Continuó realizando más patéticas actividades hasta que la chica bajó del metro. Trevor también abandonó el vehículo, dejando al dormido afroamericano en su interior.
No sabía lo que le ocurría. Nunca antes le había pasado esto. Nunca cometía dos asesinatos en una misma noche. Se arriesgaba mucho siguiendo a aquella joven por esas tenebrosas calles.
Trevor mantenía un cauteloso espacio entre su presa y él. Pero no era suficiente. El asesino no conocía las calles que transitaba, desconocía la parada donde había bajado… De repente, comenzó a preguntarse si había sido una buena idea seguir a aquella joven. Pero ya no había vuelta atrás. El cazador exigía una presa, ¡y la exigía ya!
De repente la joven Blancanieves giró a la izquierda, adentrándose en un oscuro callejón.
“Perfecto”. Trevor agradeció aquella misteriosa ayuda e introdujo su mano enguantada en el interior de su maletín. Rebuscó con la cubierta mano su contenido, hasta que encontró el mango de su querido cuchillo. Lo sacó cuidadosamente de su ataúd de cuero y lo observó atentamente con admiración a la luz de la luna llena. Aquella hoja volvería a probar la sangre.
Trevor debía tener cuidado. Tenía que ser silencios y letal. No debía dejar que Blancanieves lo descubriera con un cuchillo en su mano. Debía reprimir sus instintos homicidas. Pronto podría hundir su arma en el cuello de la joven y se saciaría lamiendo su sangre. Después, escondería su cadáver, se marcharía de aquel callejón y esperaría pacientemente un tiempo para volver a cazar.
Trevor esperaba que la muerte de Blancanieves calmara al cazador y lo convenciera para que descansara durante unos días.
El cuchillo temblaba en la mano de Trevor. No podía esperar más. ¡Blancanieves debía morir ahora!
El asesino aceleró el paso sin importarle delatar su posición. Ya no le importaba.
El cazador se disponía a abalanzarse sobre la joven, con el mortífero cuchillo en alto. Pero ella se había parado en seco, como si la joven se hubiera petrificado. Continuó en aquella posición, como si el mismo tiempo hubiera detenido su eterno avance.
Trevor no sabía que hacer, el también estaba parado en aquel perdido callejón con un cuchillo en una mano y un maletín en la otra.
Blancanieves continuaba quieta, como si estuviera esperando pacientemente un autobús fantasmal. O como si lo que estuviera esperando, fuera su muerte a manos de Trevor.
Tenía que hacer algo. En cualquier momento la joven se daría la vuelta y se encontraría con la visión de un ejecutivo cuarentón asesino. ¿Quién sabría lo que ocurriría entonces?
La mente de Trevor volvió a funcionar, y el cazador volvió a tomar el control del cuerpo del hombre. El cerebro procesó fugazmente un mensaje que envió con velocidad sónica a la mano derecha de Trevor. El cuchillo rajó el aire que le separaba de su presa. Su objetivo ya estaba a pocos centímetros. Pronto, la sangre volvería a derramarse a los pies del cazador. Pero de pronto, Trevor ya no sentía el arma en su mano. El cazador observaba horrorizado el rostro de la chica, quien se había dado lentamente la vuelta.
La sangre que circulaba por sus venas se congeló al instante al verle el rostro a la desmejorada Blancanieves.
Su cara había sufrido una monstruosa transformación. Aquellos ojos azules se habían vuelto del negro más profundo y sórdido que el asesino había visto jamás. Pero lo peor, y lo más terrorífico eran los mortales instrumentos que contenía su boca. Una boca repleta de dientes blancos y afilados como cuchillas. Unos dientes extremadamente punzantes que se dirigían indomables hacía Trevor.
De repente, la bella Blancanieves se había convertido en la monstruosa Bestia de los cuentos infantiles.
Por primera vez en su vida Trevor sintió el miedo apoderándose de él. El cazador se había convertido de repente en la patética presa.
El último pensamiento que procesó su cerebro antes de que Blancanieves se le echase violentamente al cuello. Fue que había descubierto al fin a uno de ellos. A un No Muerto. A un ser de las sombras. A un…vampiro.
Con ese pensamiento en mente, Trevor abandonó el mundo de los vivos con una sonrisa en los labios.

Elissa terminó de alimentarse de la sangre de aquel patético hombrecillo. Su dentadura se alejó del blanquecino cuello del hombre. Y, poco a poco, volvió a recuperar el aspecto dócil y bello de antes. Sus mortales piezas bucales se ocultaron en las encías dejando ver una dentadura de aspecto humano. Sus facciones se volvieron a tersar, y sus ojos recuperaron el color azul que tanto gustaba a los hombres.
Sacó de su bolso un precioso pañuelo de seda y comenzó a limpiarse la boca con recato, como si estuviera en un elitista restaurante de cinco estrellas. Cuando acabó de limpiarse, Elissa ocultó el helado cuerpo del hombre en un contenedor de basura. Como había estado haciendo durante los últimos años.
Un objeto brilló intensamente en el suelo, y la bella vampira se agachó para recogerlo. Era un cuchillo que debía de pertenecer al cadáver. Elissa esbozó una siniestra sonrisa. Por lo visto aquel patético hombre pretendía matarla. A ella. A una vampiresa. Al depredador más peligroso que albergaba el planeta Tierra.
Elissa sabía desde el principio que la estaba persiguiendo, pero nunca imaginó que aquel patético oficinista pretendiera atacarla, y mucho menos asesinarla. Daba igual. Lo importante es que se había alimentado. La sed ya no la reclamaría hasta dentro de unos días.
La centenaria vampiresa abandonó el oscuro callejón en el que descansaba el seco y sonriente cuerpo de Trevor Mulder. El cazador cazado.

Como acabáis de ver amigos y amigas, hasta el más experimentado de los cazadores puede convertirse en cualquier momento en la asustada presa.
Trevor siempre quiso conocer a un vampiro. Y finalmente lo consiguió. Aunque, ese encuentro lo dejó con la garganta algo “seca” de la emoción.
Espero que hayáis disfrutado con la historia de Trevor Mulder. El desafortunado cazador cazado. ¡Hasta la próxima queridos cripteros!

@KillRubn

1 comentarios:

Anónimo

Genial,

FELICIDADES!!!

Dí lo que piensas...