Bienvenidos
de nuevo a mi tenebrosa cripta queridos amigos y amigas de lo macabro. Si
estáis de vuelta por mis dominios eso quiere decir que buscáis más aterradores
relatos que llevaros a la boca ¿Me equivoco? Pues tranquilos, que con el viejo
Señor de la Cripta y sus estremecedoras historias acabareis atragantándoos.
Para
hoy, os tengo preparado un relato que tiene justo lo que estaréis buscando:
Sangre, Mucha sangre.
Así
que, acomodaos en uno de mis “cómodos” ataúdes y disfrutad con...
El
cazador cazado
El afilado cuchillo se hundió
repetidamente en la tersa espalda de la joven. Cuantas más veces hundía el
helado filo en la blanda carne. Más chorros de caliente y reluciente sangre se
escurrían de los profundos cortes, recorriendo la curvatura de su espalda como
si de un carnal circuito se tratara.
Sintió sus afiladas uñas de putón
hundiéndose en sus carnosas nalgas. Pero no se quejó, no emitió grito alguno,
él era el cazador y ella la indefensa presa. Así que siguió regodeándose con
aquella carita pecosa que le suplicaba entrecortadamente clemencia, mientras se
ahogaba en su propia sangre.
La hoja se clavó por última vez y
con extrema violencia en una hendidura ya abierta. Atravesó unos pocos
milímetros más de carne y se encajó profundamente en una vértebra, produciendo
un desagradable crujido. Pero ella ya estaba muerta, y afortunadamente, no
llegó a sentir el cuchillo alojarse en la profundidad de su estructura ósea.
Trevor Mulder dejó caer el flácido
cuerpo sin vida contra el duro pavimento. Colocó su mano derecha en su pecho y
sintió los latidos de su desbocado corazón, que poco a poco, recuperó su pulso
habitual. Las gotas de sudor que le embadurnaban la cara se reunieron en su
barbilla, y comenzaron a caer al suelo mezclándose con la sangre de su joven
víctima.
Sangre.
El corazón de Trevor volvió a latir
a mil por hora cada vez que observaba a aquel charco volverse cada vez más y
más grande.
Le encantaba aquel preciado
líquido, su color, su olor…su sabor.
Recordaba el tiempo en el que no
era más que un travieso jovencito de nueve años al que le fascinaba ver a su
padre verter en su adorada copa litros y litros del rojizo vino que guardaba en
su abotargada bodega. Después de oler y remover concienzudamente el contenido
del recipiente, su padre se lo llevaba a los labios y bebía de aquel líquido
carmesí hasta apurar la última gota. El rojo acabó convirtiéndose en su color
predilecto.
Una calurosa tarde de verano,
mientras pedaleaba tranquilamente por el pequeño bosque que rodeaba su casa. El
pequeño Trevor se encontró con un regalo del destino: un gato moribundo.
Como resultado de un probable
enfrentamiento gatuno, el felino había sido derrotado y abandonado a su suerte
en medio de aquel bosque.
-Pobrecito.- había comentado el
niño, nada más bajar de su bicicleta. Pero su expresión de tristeza cambió
cuando se fijo en el lomo y la cara del animal que no paraban de rezumar sangre
fresca. Los lastimosos maullidos de auxilio no fueron escuchados por el pequeño
Trevor, que solo podía concentrarse en aquella materia que escapaba lentamente
del cuerpo del minino. Arrebatándole poco a poco la vida.
Era hipnótico. De repente, Trevor
se imaginó un rió lleno de aquel líquido, una lluvia que lanzase sangre en vez
de agua, un océano inmenso y carmesí…Su inocente mente comenzó a mutar
monstruosamente. El “niñito de mamá” había desaparecido, y lo había suplantado
un peligroso ser que se cobijaba dentro del pequeño. Un pérfido monstruo que
había esperado pacientemente, agazapado en lo más profundo de su ser, a una
ocasión como aquella.
Trevor quería ver más sangre, por
lo que recogió lentamente del suelo una robusta rama. Meditó durante unos
segundos lo que estaba a punto de hacer, pero aquella monstruosa ansia era más
fuerte que él. Estrelló la tosca arma contra el gato. Este maulló dolorido,
pero el niño no se amedrentó, y continuó con su macabra iniciación.
La sangre salía disparada en todas
las direcciones, los sesos se desparramaron por el suelo, el gato trataba
inútilmente de escapar de aquella tortura. Pero Trevor solo se detuvo cuando no
pudo reconocer lo que era aquella masa visceral que escupía sangre a raudales.
El niño gritó, pero no de remordimiento, si no de satisfacción. Aquella cálida
tarde de agosto había nacido el asesino, el torturador… el cazador.
La mente de Trevor volvió a aquel
oscuro y sórdido callejón, donde el charco de sangre había rodeado por completo
a la chica. Con tranquilidad y parsimonia, Trevor se liberó de su flamante
guante derecho de cuero. Se agachó lentamente, y mojó su mano en el líquido rojo. Después se acercó la mano
a su boca y comenzó a lamer aquella sustancia que acababa de arrebatar a la
joven. Repitió el proceso tres veces más, y cuando se sintió satisfecho. Trevor
limpió su boca con varias toallitas húmedas que guardaba en su querido maletín
negro. Junto a su reluciente y afilado cuchillo.
Ahora se sentía mucho mejor,
aquella prostituta había apaciguado su insaciable furia homicida.
Se preguntó a si mismo la edad de
la muchacha, ¿dieciocho?, ¿tal vez diecinueve años?
“Seguro que era una drogadicta. Una
de aquellas chiquillas nacidas en aquellas depravadas calles en las que la
violencia y el vicio se dan de la mano.” pensó para sí el psicópata. “Seguro
que antes era una chica estudiosa y aplicada que nunca daba problemas a sus
papis. Hasta que algún día, un camello la abordó en cualquier esquina
ofreciéndole alguna atractiva droga de diseño. Ella aceptó y cuando le entró el
mono comenzó su viaje de descenso a los infiernos. Seguro que su único
propósito en la vida era conseguir más dinero con el que adquirir su preciada
droga. Y, todo aquel largo y tortuoso camino la había llevado a esto. A tener
que prostituirse, y a verse obligada a ofrecer felaciones a cambio de unos míseros dólares. ¿Quién podría haberla
advertido de que, un hombre vestido con traje y acompañado de un elegante
maletín iba a darle muerte mientras le hacía “un trabajito”?”
Trevor dejó su diálogo interno
aparcado por un momento. “¿Eso qué he oído son sirenas?”. El hombre no esperó
la respuesta. Se abrochó su ceñido pantalón (que marcaba delatadamente su
tremenda erección), y escondió el grácil cuerpecillo de la drogadicta
prostituta en el espacioso contenedor de basura que descansaba a su izquierda,
oculto entre kilos de malolientes deshechos en plena descomposición.
Salió del oscuro callejón cuando
logró (tras varios intentos) calmarse y aparentar normalidad. Su rostro debía
ser una mascara, no debía parecer feliz ni tampoco nervioso. En resumen, no
debía expresar emoción alguna.
Las calles estaban desiertas a esas
horas de la noche de aquel nuboso martes, pero Trevor era muy precavido. Nunca
se sabe cuando puedes encontrarte con un policía o cualquier persona capaz de
reconocerte en una investigación policial.
Trevor no era de los que matan sin
pensar. El analizaba a cada víctima, pensaba detenidamente en las consecuencias
de acabar con su vida y si a alguien le podía preocupar su muerte. Por eso, la
mayoría de sus víctimas eran vagabundos y prostitutas, deshechos de la sociedad
que nadie echaría de menos.
Aunque alguna que otra vez había
despachado a alguna deportiva chica que se dedicaba a practicar footing a altas
horas de la madrugada. O, a un joven oriental que se disponía fumarse un cigarro en la parte trasera del
restaurante en el que trabajaba… en esas excepciones Trevor se sentía mucho más
“cazador”. Escoger a la presa, vigilarla, pensar en como cazarla… todo aquello
le hacía sentirse mejor, más “creativo”. Era excitante desplegar el periódico
de la mañana y leer la noticia del asesinato perpetrado por él. Ver la
fotografía del lugar del crimen y regodearse cuando la policía no descubría al
sospechoso… aquello le hacía sentir superior.
Nadie descubriría nunca su secreto.
Nadie descubriría que Trevor Mulder, el vecino ejemplar, el trabajador
eficiente, era en realidad un peligroso asesino en serie. Que su hobby favorito
era apuñalar y beber sangre humana, como si de un aterrador vampiro se tratase.
Vampiro.
Muertos que vuelven a la vida para
alimentarse de la sangre de los vivos. Bestias inhumanas que cazan bajo la
protección de la fría noche.
En cierto modo, Trevor se
identificaba con ellos. Aquellas bestias y el, compartían muchos aspectos en
común. Para empezar la adoración por la sangre.
Trevor sonrió maléficamente
pensando en la idea de conocer a alguna de aquellas criaturas. “Seguro que
haríamos buenas migas” pensó con una sonrisa en los labios.
El hombre entró en la estación de
metro más próxima, donde esperó pacientemente la llegada del primero que pasase
por aquel desierto andén.
Le daba igual el destino, en aquel
momento se sentía poderoso. Aquella noche, había vuelto a arrebatar la vida a
otra patética criatura de la creación. Había vuelto a interpretar el papel de
la impasible muerte en aquella tétrica función nocturna.
Paso un cuarto de hora hasta que
dos ojos luminosos anunciaron la llegada del metro, que aminoró lentamente su
marcha hasta detenerse con un chirrido metálico.
Trevor se adentró en el interior
del vehiculo que, en aquel momento habría sus puertas. Se sentó cerca de las
puertas y observó detenidamente a sus compañeros de viaje. En el extremo
derecho del vagón se encontraba dormitando un joven afroamericano con aspecto
de pandillero. En sus orejas descansaban unos auriculares que emitían una
atronadora música que Trevor identificó como rap. Y, delante de Trevor,
descansaba la figura de la joven de aspecto más angelical que el asesino había
visto jamás. Su mirada se dirigió atentamente al libro que sostenía en sus
delicadas y pálidas manos. Trevor leyó detenidamente el título y se fijó en su
portada. Recordaba haber visto ese mismo libro muchas veces en las manos de
decenas de jovencitas de instituto. Incluso lo tenían varias secretarias de su empresa.
¡Claro! Era una de esas bochornosas novelas donde los vampiros brillaban a la
luz del sol como si de vulgares esferas de discoteca se trataran. Y donde se
enamoraban de jóvenes con las hormonas desatadas, mientras se enfrentaban a
unos Hombres lobos bastante deplorables. Trevor odiaba todos aquellos escritos
que convertían a los vampiros en afeminadas y patéticas criaturas.
Drácula, de Bram Stoker, Carmilla
de Sheridan Le Fanu… esos eran los verdaderos vampiros. Seres oscuros y
ancestrales. Peligrosos monstruos ocultos bajo una apariencia humana.
Trevor dejó apartado aquellos
asuntos literarios y se concentró en la joven.
No debería tener más de veinte
años. Llevaba una larga y oscura melena que
recogía en una recatada coleta que colgaba de su espalda. Y su piel era
de un blanco invernal parecido a la porcelana más frágil. Pero lo que más le
llamó la atención a Trevor fue su cuello.
Sangre.
La imagen de cientos de gotas
resbalando sin cesar por aquella piel invernal turbó sus sentidos. Aquella
Blancanieves de carne y hueso despertó de su letargo al peligroso cazador.
Trevor intentó detenerlo, pero la
bestia ya se había apoderado de él. La muerte de la prostituta no le había
saciado, y ahora exigía la sangre de la joven y casta Blancanieves.
El cazador pensó seriamente en
perseguir al joven afroamericano, pero desecho rápidamente la idea. Hacía poco
tiempo que había tenido un espantoso encuentro en el que acabó con una puñalada
superficial en el estómago y sin el dinero de su cartera. Desde aquel incidente,
Trevor había decidido dejar en paz a aquellos peligrosos pandilleros que
poblaban los callejones de la ciudad.
Los ojos de la joven se posaron en
Trevor, y su corazón se aceleró violentamente. En su oscura mente el cazador se
impacientaba.
Trevor decidió mantenerse ocupado
para tratar de no tener que abalanzarse sobre aquella joven en aquel momento.
Con un pañuelo de papel comenzó a limpiar sus gruesas gafas. Después, consultó
la hora en su flamante Rolex de plata. Continuó realizando más patéticas actividades
hasta que la chica bajó del metro. Trevor también abandonó el vehículo, dejando
al dormido afroamericano en su interior.
No sabía lo que le ocurría. Nunca
antes le había pasado esto. Nunca cometía dos asesinatos en una misma noche. Se
arriesgaba mucho siguiendo a aquella joven por esas tenebrosas calles.
Trevor mantenía un cauteloso
espacio entre su presa y él. Pero no era suficiente. El asesino no conocía las
calles que transitaba, desconocía la parada donde había bajado… De repente,
comenzó a preguntarse si había sido una buena idea seguir a aquella joven. Pero
ya no había vuelta atrás. El cazador exigía una presa, ¡y la exigía ya!
De repente la joven Blancanieves
giró a la izquierda, adentrándose en un oscuro callejón.
“Perfecto”. Trevor agradeció
aquella misteriosa ayuda e introdujo su mano enguantada en el interior de su
maletín. Rebuscó con la cubierta mano su contenido, hasta que encontró el mango
de su querido cuchillo. Lo sacó cuidadosamente de su ataúd de cuero y lo
observó atentamente con admiración a la luz de la luna llena. Aquella hoja
volvería a probar la sangre.
Trevor debía tener cuidado. Tenía
que ser silencios y letal. No debía dejar que Blancanieves lo descubriera con
un cuchillo en su mano. Debía reprimir sus instintos homicidas. Pronto podría
hundir su arma en el cuello de la joven y se saciaría lamiendo su sangre.
Después, escondería su cadáver, se marcharía de aquel callejón y esperaría
pacientemente un tiempo para volver a cazar.
Trevor esperaba que la muerte de
Blancanieves calmara al cazador y lo convenciera para que descansara durante
unos días.
El cuchillo temblaba en la mano de
Trevor. No podía esperar más. ¡Blancanieves debía morir ahora!
El asesino aceleró el paso sin
importarle delatar su posición. Ya no le importaba.
El cazador se disponía a
abalanzarse sobre la joven, con el mortífero cuchillo en alto. Pero ella se
había parado en seco, como si la joven se hubiera petrificado. Continuó en
aquella posición, como si el mismo tiempo hubiera detenido su eterno avance.
Trevor no sabía que hacer, el
también estaba parado en aquel perdido callejón con un cuchillo en una mano y
un maletín en la otra.
Blancanieves continuaba quieta,
como si estuviera esperando pacientemente un autobús fantasmal. O como si lo
que estuviera esperando, fuera su muerte a manos de Trevor.
Tenía que hacer algo. En cualquier
momento la joven se daría la vuelta y se encontraría con la visión de un
ejecutivo cuarentón asesino. ¿Quién sabría lo que ocurriría entonces?
La mente de Trevor volvió a funcionar,
y el cazador volvió a tomar el control del cuerpo del hombre. El cerebro
procesó fugazmente un mensaje que envió con velocidad sónica a la mano derecha
de Trevor. El cuchillo rajó el aire que le separaba de su presa. Su objetivo ya
estaba a pocos centímetros. Pronto, la sangre volvería a derramarse a los pies
del cazador. Pero de pronto, Trevor ya no sentía el arma en su mano. El cazador
observaba horrorizado el rostro de la chica, quien se había dado lentamente la
vuelta.
La sangre que circulaba por sus
venas se congeló al instante al verle el rostro a la desmejorada Blancanieves.
Su cara había sufrido una
monstruosa transformación. Aquellos ojos azules se habían vuelto del negro más
profundo y sórdido que el asesino había visto jamás. Pero lo peor, y lo más
terrorífico eran los mortales instrumentos que contenía su boca. Una boca
repleta de dientes blancos y afilados como cuchillas. Unos dientes
extremadamente punzantes que se dirigían indomables hacía Trevor.
De repente, la bella Blancanieves
se había convertido en la monstruosa Bestia de los cuentos infantiles.
Por primera vez en su vida Trevor
sintió el miedo apoderándose de él. El cazador se había convertido de repente
en la patética presa.
El último pensamiento que procesó
su cerebro antes de que Blancanieves se le echase violentamente al cuello. Fue
que había descubierto al fin a uno de ellos. A un No Muerto. A un ser de las
sombras. A un…vampiro.
Con ese pensamiento en mente,
Trevor abandonó el mundo de los vivos con una sonrisa en los labios.
Elissa terminó de alimentarse de la
sangre de aquel patético hombrecillo. Su dentadura se alejó del blanquecino
cuello del hombre. Y, poco a poco, volvió a recuperar el aspecto dócil y bello
de antes. Sus mortales piezas bucales se ocultaron en las encías dejando ver
una dentadura de aspecto humano. Sus facciones se volvieron a tersar, y sus
ojos recuperaron el color azul que tanto gustaba a los hombres.
Sacó de su bolso un precioso
pañuelo de seda y comenzó a limpiarse la boca con recato, como si estuviera en
un elitista restaurante de cinco estrellas. Cuando acabó de limpiarse, Elissa
ocultó el helado cuerpo del hombre en un contenedor de basura. Como había
estado haciendo durante los últimos años.
Un objeto brilló intensamente en el
suelo, y la bella vampira se agachó para recogerlo. Era un cuchillo que debía
de pertenecer al cadáver. Elissa esbozó una siniestra sonrisa. Por lo visto
aquel patético hombre pretendía matarla. A ella. A una vampiresa. Al depredador
más peligroso que albergaba el planeta Tierra.
Elissa sabía desde el principio que
la estaba persiguiendo, pero nunca imaginó que aquel patético oficinista
pretendiera atacarla, y mucho menos asesinarla. Daba igual. Lo importante es
que se había alimentado. La sed ya no la reclamaría hasta dentro de unos días.
La centenaria vampiresa abandonó el
oscuro callejón en el que descansaba el seco y sonriente cuerpo de Trevor
Mulder. El cazador cazado.
Como
acabáis de ver amigos y amigas, hasta el más experimentado de los cazadores
puede convertirse en cualquier momento en la asustada presa.
Trevor
siempre quiso conocer a un vampiro. Y finalmente lo consiguió. Aunque, ese
encuentro lo dejó con la garganta algo “seca” de la emoción.
Espero
que hayáis disfrutado con la historia de Trevor Mulder. El desafortunado
cazador cazado. ¡Hasta la próxima queridos cripteros!
@KillRubn
1 comentarios:
Genial,
FELICIDADES!!!
Dí lo que piensas...