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jueves, 25 de octubre de 2012

La reina oscura: Prólogo

La reina oscura, prólogo - Ilusiones de tinta



Era una noche fría y oscura de otoño. El cielo está cubierto de nubes que amenazaban con descargar una gran tormenta, tan feroz y aterradora que ni se escuchaba el susurro de los árboles. Los rayos se desplegaban por el cielo, con un furioso rugido, dispuestos a caer sobre la ciudad. Pero no llovía. Ni una sola gota se precipitaba sobre los tejados de la ciudad. Parecía como si estuviera esperando el momento oportuno para descargar su ira contra los fuertes muros, como si por arte de magia se contuviera.
No se veía ni una sombra por las calles, sólo recorridas por un viento helado que llegaba hasta los últimos recovecos de la desierta urbe. Parecía una ciudad fantasma, envuelta en por manta amurallada, sin un ápice de vida. Nadie que llegara en ese momento podría decir que Lebhar era la capital del reino de Gahbla, el más grande y prospero de toda la región. Logro conseguido después de incontables guerras. Lebhar siempre estaba llena de ruidosos comerciantes y viajeros de todo tipo que venían de todas partes de Rodinia en busca de fortuna.
Día y noche la vida se escuchaba de forma ruidosa por toda la ciudad. Lebhar era bulliciosa, el centro del comercio del reino, y casi del continente, ya que había pocas ciudades capaces de rivalizar con ella. Sus habitantes eran felices, y estaban bien protegidos por las murallas que el rey Arthur, el Magnánimo, había ordenado construir doscientos años antes para protegerse de las hordas enemigas comandadas por el Caballero Oscuro. Murallas que también encorsetaban a la ciudad, haciendo que los alrededores se llenaran de pequeñas aldeas de campesinos, que no podían permitirse vivir dentro de ellas.
Pero esa noche era distinta. Era la noche del Sou-In. La noche más mágica del año, en la que los espíritus volvían a la tierra para atormentar a las buenas personas, y los seres mágicos se burlaban de los hombres y los hacían cometer las locuras más insospechadas, que casi siempre acababan de forma trágica, según contaban las viejas leyendas. El Sou-In se celebraba la primera luna nueva tras el equinocio de otoño.
Pero esa noche no se veía la luna. “Mal presagio”, decían los ancianos, asustando a los niños que escuchaban acurrucados junto a las chimeneas los antiguos cuentos de brujas y demonios. La noche del Sou-In era la celebración del final del año, la muerte y la resurrección, el final y el principio de la Rueda, y todos esperaban que el próximo ciclo fuese propicio y llenara sus hogares de riqueza y felicidad.  Como era tradición, todos se reunían con sus familias para festejar juntos esta fecha y honrar a los difuntos, para que así no vinieran por ellos y se los llevaran al mundo de los muertos. Era la noche donde los velos que separaban los mundos se volvían tan finos que eran casi inexistentes, y todo era posible.
En esa noche nadie osaba caminar por las calles, las leyendas acerca de los pobres incautos que al amanecer habían sido llevados por el Ángel de la Muerte con el resto de difuntos, a los que llevaba en comitiva por los caminos, eran las más aplaudidas de la noche. También había historias donde eran los demonios los que te llevaban, ya que esa noche pululaban libremente entre las sombras, tras ser liberados por el Caballero Oscuro para que se divirtieran a costa de los seres humanos. Eran tan abundantes las historias que todo el mundo las daba por ciertas.
La ciudad se encontraba a las orillas del Lago de Lebhar, del cual adquirió su nombre cuando aún no era más que una simple aldea. Era la única que había en ese lago, porque, según contaban las viejas historias, el fundador de Lebhar fue el único que se atrevió a pescar en el lago habitado por monstruos que devoraban a los pescadores que osaban adentrarse en sus dominios. Era el tercer hijo de un señor de la guerra que gobernaba la zona en aquella época, llamado Aurelius, y se adentro en las profundidades del lago en busca de los famosos monstruos para matarlos. Nadie sabe lo que realmente pasó allí, sólo que llegó a un acuerdo con los monstruos, de modo que su gente fueran los únicos que pudieran pescar en esas aguas. Todos desconocían los términos del acuerdo y corrían multitud de versiones que incluían desde oro y joyas hasta jóvenes vírgenes, pero Aurelius nunca llegó a contar a nadie que dio a cambio del beneficio, pero sus allegados comentaron que nunca volvió a ser el mismo.
Lebhar se encontraba en un pequeño acantilado desde donde se divisaba todo el lago y las llanuras adyacentes, por lo que era muy fácil de defender. Además, estaba surcada por túneles subterráneos que les habían salvado de más de un asedio en la época las Grandes Guerras. Algunos daban al puerto que estaba situado un poco más al sur, rodeado de casas que habían ido construyendo los pescadores. Otros estaban a medio camino entre la ciudad y un bosque conocido como Bosque de Suden. Hacían años que nadie los usaba y algunos estaban ya hundidos por el paso de los años y la falta de mantenimiento, ya que el Reino de Gahbla se había convertido en el más poderoso de la región y llevaban décadas de paz. Sólo algunos túneles secretos permanecían inalterables, los que llevaban a los lugares más insospechados y peligrosos.
Justo al borde del acantilado se encontraba el palacio del rey. Una antigua construcción rodeada de cuatro torres. Cada una de ellas había sido construida por un rey distinto, en honor de cada una de las grandes guerras ganadas por el reino. La torre norte era la más alta de todas, construida en honor a la última victoria sobre el Caballero Oscuro. Era donde habitaba el mago de la corte, Gayus. Aunque era muy poderoso, o eso se comentaba, se había acomodado en la corte, y sólo se ocupaba de lo que le pedían los nobles y las cortesanas. Hacía años que solo preparaba filtros de amor y cosas por el estilo. A pesar de ello, era respetado y temido por los habitantes del castillo. Ostentaba tal poder que nadie osaba negarle nada. Y eso le gustaba. Adoraba el poder. Tanto que había logrado formar parte del selecto grupo que acompañaban a la Reina de las Brujas.
Ella era la monarca de uno de los reinos mágicos del continente de Rodinia, donde convivían varias razas: humanos, elfos, duendes, hadas, trolls y demás criaturas nacidas de la Segunda Hermana. El mundo de los humanos estaba dividido en reinos que guerreaban entre ellos por las tierras fértiles y demás riquezas que podía proporcionarles la Naturaleza. Pero, por otro lado estaba el mundo mágico, también dividido en reinos, pero estos no solían luchar entre ellos, por lo menos no desde las Grandes Guerras. Actualmente existían cuatro reinos: el de la Reina Blanca, que gobernaba sobre toda criatura mágica que fuese animal, y cuyo castillo estaba en las cumbres de las montañas del norte, llamadas Onirak; el de la Dama Etérea, compuesto por elfos, ninfas, hadas y demás seres encantados. Su fortaleza se hallaba en el fondo del lago de Loth. El Reino de la Reina de las Brujas, cuyo dominio eran las brujas, magos y hechiceros, y su centro estaba en el bosque de Danna, situado en el en el centro del continente; por último, estaba el Reino del Caballero Negro, que reinaba sobre orcos, trolls y demás criaturas tenebrosas, además de todos aquellos que le juraran pleitesía. Su corte se hallaba en la Torre Negra, en las montañas del este, en Morrigu.
Los humanos eran conscientes la existencia de estos cuatro reinos, pero su orgullo y prepotencia les impedía ver más allá de ellos mismos, y los seres mágicos habían acordado alejarse lo máximo posible de ellos tras los desastres de las Grandes Guerras. Todas las criaturas de la creación convivían más o menos en paz. La mayoría de las criaturas mágicas se ocultaban de los hombres, a excepción de los elfos, que vivían en el Este del continente, en una zona de muy difícil acceso para unos simples mortales. La mayoría pensaban que los hombres sólo los buscaban para obtener algún beneficio, y sólo les causaban problemas.
Pero la noche del Sou-In era distinta. Esa noche la magia bullía con más fuerza que cualquier otro día por todos los rincones de Rodinia, y sus flujos arrastraban a todas sus criaturas a bailar y gozar de esa energía. Esa noche los velos de los distintos mundos se volvían más finos. Entonces es cuando los duendes se burlaban de los hombres y mujeres incautos, asustándolos y divirtiéndose a su costa. Solo los hombres eran incapaces de sentir los ríos de la magia que se desbocaban y lo llenaban todo de vida y caos. Sólo eran capaces de ver sus consecuencias.
Sin embargo, esa noche un frío que helaba el alma recorría el mundo. Era uno de esos días que sólo los centenarios podían recordar. Era el final de algún monarca de los cuatro reinos. Su tiempo se agotaba, y la Barca pronto llegaría para llevarle lejos, a un lugar desconocido. Los monarcas tenían la condición de inmortales, por lo que cuando llegaba el final de su tiempo eran trasladados a otro lugar.
Un rayo repentino ilumino la ciudad, y se pudo ver una sombra que se movía entre los callejones en dirección al palacio. Iba deprisa, escondiéndose para no ser vista por algún transeúnte lo suficientemente borracho o loco para andar por la calle esa noche. Se movía sigilosa, sin hacer un ruido. Ni si quiera sus ropas emitían el más mínimo susurro. Iba cubierta por una capucha que impedía verle la cara o cualquier parte de su cuerpo, la capa que le envolvía llegaba hasta el suelo. Era como un manto que la escondía de los ojos indeseados.
No tardo mucho en llegar a las puertas de palacio. En las almenas no había soldados. Estaban todos en sus garitas a la espera que saliera el sol, deseando que acabara su guardia. El atrevido viajante miró a su alrededor comprobando que no había nadie, y se elevo flotando como un fantasma hasta lo más alto de la muralla y se encamino a la torre norte, al hogar de Gayus.
Faltaba poco para el amanecer, aunque no hubiera luna ni estrellas para saberlo. Casi todos dormían después de las celebraciones. Ni si quiera los animales se atrevían a hacer el más mínimo ruido. El único atisbo de vida era un gato negro de profundos ojos verdes que estaba apostado en una ventana del palacio. Vio pasar a la atrevida sombra que andaba esa noche por las calles, sin ser visto por ella, oculto entre las sombras. Mirando fijamente como se movía, y de un silencioso salto, fue tras ella sin que la sombra se percatara.
Cuando llegaron a la puerta, el gato se escondió detrás de unas plantas a la espera del siguiente paso de su presa, que en ese instante se quito la capucha, y dejo ver una larga melena negra, que casi llegaba al suelo, trenzada al estilo de las guerreras del norte. Sobre su frente brillaba un aro de plata rematado en la frente con una gema de color rojo sangre, que brillaba como si tuviera vida propia. Volvió a mirar a su alrededor para comprobar que no había nadie, sin darse cuenta de la presencia del gato, que no le quitaba ojo desde su escondite. Su rostro era de un blanco que irradiaba luz, y sus ojos tenían un azul que hasta el mismo cielo parecía oscuro. En el fondo de éstos se veía una amargura que rompía el alma a quien los mirase. Estaba profundamente triste.
Era muy hermosa, tanto que parecía que la más bella estatua del mejor maestro de la historia hubiese cobrado vida. Dio un paso hacia la puerta, sacando de debajo de la capa un bulto que se movía. Era una niña pequeña de pocos meses. Dormía profundamente, ajena a todo. Una lágrima resbaló por el rostro de la pétrea mujer.
- Sabía que lo harías.- Una voz resquebrajó el silencio de la noche. 
La mujer se sobresalto y se volvió con la mano en alto dispuesta a atacar. De entre las sombras salió un hombre alto, de pelo castaño. Sus ojos eran verdes como esmeraldas.
-          Dunkel
Fue un susurro que casi pareció una ráfaga de aire que se le escapaba. La mujer estaba impactada por la presencia de Dunkel, el Caballero Oscuro. La había estado esperando en el castillo desde que sintió la llamada de la Barca.
- No creí que fueras capaz de hacerlo. No puedes dejarla con Gayus. No es más que un viejo charlatán, demasiado centrado en sí mismo. No sabes hasta donde puede llegar. Conozco muy bien a la gente como él.- En el tono del hombre había un leve atisbo de amenaza.
- Gayus es el más sabio de los magos. La criara bien y le enseñará lo que debe aprender para el momento en el que deba ocupar su lugar. Mi lugar.
La dama seguía en guardia, con la mano levantada para que el hombre que tenía frente a ella no se acercara. A cada movimiento de Dunkel se podían ver chispas entre sus finos dedos. Mientras, el Caballero Oscuro iba rodeándola, manteniendo siempre la misma distancia. No quería provocar una lucha en aquel lugar, no esa noche. Poco a poco iba situándose entre la puerta y Sedna.
- Y que se supone que debe aprender que yo no pueda enseñarle- Su voz era ronca, sonaba lejana-. Sedna, intentas arrebatármela, y no pienso permitirlo. Sabes que si la dejas con Gayus no me podré acercar a ella. Sólo en esta noche de Sou-In puedo llegar hasta aquí sin que se note mi presencia, y provocar otra guerra.
- Eso no es cierto, ¿cómo puedes pensar eso? Es nuestra hija, y jamás permitiría que no pudieras verla. Pero no pienso dejar que la eduques tú. ¿Piensas que estará bien rodeada de demonios y orcos? Cuando tenga la edad adecuada podrás llevártela. Mientras tanto déjala aquí. Por favor.- Sedna habló con tono suplicante. Se acercaba su final y necesitaba el apoyo de de Dunkel más que nunca.- Necesito que lo entiendas.
La mirada de Dunkel fue fría como el hielo. Lilith era su hija y su única debilidad. Adoraba a la niña, y amaba con locura a la madre, pero aquello era demasiado para él.
- También es hija mía, y también heredara mi corona, no lo olvides. No tienes ningún derecho a hacer esto.- Dijo desviando la mirada. No soportaba los ojos tristes de Sedna.
Un rayo de luna apareció entre las nubes, que muy lentamente se iban dispersando, para dejar paso a un cielo color púrpura.
- Por favor. No me lo hagas más difícil.- Las lágrimas resbalaban por la mejilla de la Reina de las Brujas- Pronto llegara el momento de marcharme, y he de dejar todo preparado para cuando Lilith tenga la edad suficiente para reclamar la corona. Debe aprender como es el mundo de los hechiceros. Gayus será su mejor maestro. Confío en él.
- Pues te equivocas.
Dunkel permaneció unos minutos en silencio. Tenía la mirada clavada en el horizonte, como intentado mirar más allá, hacía el futuro.
- Debes esconder bien la corona antes de marcharte, no debe caer en las manos… erróneas.- Contestó en un susurro Dunkel, desviando la mirada hacia el amanecer.- Esperaré diez años y entonces me la llevaré conmigo. En ese tiempo, podrá aprender todo lo que necesita de vuestro mundo.
Dicho esto, se transformó en un cuervo oscuro como la boca de un lobo, y se marchó sin esperar la respuesta. Sedna se giró y dejó a la pequeña Lilith, dormida, a las puertas de la torre, con una nota. Mientras las lágrimas surcaban su cara, se marchó para no volver a ver a su hija.
Lebhar, mientras tanto, despertaba del sopor de una noche de festejos, y volvía a su habitual bullicio. Los comerciantes comenzaron a abrir sus tiendas y puestos. Todo volvía a la normalidad, mientras que una niña pequeña se despertaba a las puertas de la torre más alta de la ciudad.

@Kris_Cb_21

2 comentarios:

Javier García

Un prometedor prólogo que hace desear más.

Unknown

Muchisimas gracias, espero que te guste elr esto.

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